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Un viaje por el país, el mundo y la medicina 1. En Tamberías de Calingasta, San JuanEra la primavera del 72 y había llegado un rato
antes al hospital de Calingasta en compañía de mi amigo José, quien acababa
de presentarme al jefe del distrito sanitario. Iba a hacerme cargo del
microhospital de Tamberías, a poco más de veinte kilómetros de Calingasta y
otros tantos de Barreal, bien al oeste de la provincia de San Juan en el límite
con Chile. Venía de Buenos Aires, lo cual no es ni malo ni bueno, pero me hacía
distinto. Gran expectativa en el pueblo, que no tenía más de mil quinientos
habitantes: el vestíbulo del hospital estaba lleno de gente y algo flotaba en
el aire. A José y a mí el asunto nos parecía bastante divertido, pero el jefe
de distrito cambió súbitamente su tono campechano y me presentó formalmente
ante esa mini-asamblea popular y el personal, me mostró brevemente el hospital
-que tenía ocho camas- y finalmente me dejó adentro del consultorio,
no sin antes desearme suerte e invitarme a cenar al día siguiente en su
casa de Calingasta. Esa era la situación cuando, sin preámbulos ni tiempo para acomodar mis pocas cosas, don Juan entró al consultorio luego de la partida de mi jefe. ¡Era mi primer paciente de verdad, fuera de los simulacros anteriores en la Facultad y las guardias! Se sentó y empezó a contarme acerca de un molesto dolor que tenía desde hacía bastante tiempo en el cuello y que no cedía con nada. A los veinte minutos me di cuenta de que en realidad estaba reporteándolo, bastante alejado de mi nueva función mientras mi paciente insistía -ya algo alarmado- acerca de su dolor. Afuera esperaba bastante gente pero yo seguía interrogando a don Juan sin cassette ni anotador, confiando en mi memoria a la hora de escribir y fascinado con la existencia campesina de mi primer paciente. Al final aterricé, aceptando que no estaba haciendo una investigación periodística y renuncié provisoriamente al reportaje, lo revisé y luego me fijé qué medicamento apropiado tenía la farmacia del hospital para indicárselo, ya que el plan de salud rural incluía una buena cantidad de fármacos que se entregaban tan gratuitamente como la atención médica. Tamberías -que en idioma huarpe significa “plaza de armas” y nada que aluda a leche y vacas- es un hermoso pueblito habitado por campesinos y ubicado en el no menos hermoso valle de Calingasta. Nunca olvidaré el paisaje que podía contemplar desde la casita del médico pegada al hospital: hacia adelante el festival de colores de la precordillera del Tontal con sus diversos minerales que respondían durante todo el día a la cambiante oblicuidad del sol, lo cual creaba un caleidoscopio en vivo que mutaba según las horas. Y detrás la cordillera transversal de Ansilta, con sus espectaculares siete picos coronados por nieves eternas. Era un verdadero paraíso de sensaciones olorosas y colores diversos. No puedo contarles cómo era la noche en ese valle: allí ninguna estrella faltaba a la cita para adornar el cielo y la sensación era como de vivir en un planetario. Justamente por esa diáfana cualidad habían instalado cerca de allí el observatorio astronómico de El Leoncito, un escrutador fotográfico del cielo nocturno que estudia la posición de los astros durante todas las noches de todos los días del año. En los últimos años había vivido en el porteño
barrio de Congreso, de manera que el impacto de la diferencia era muy fuerte.
Los colores eran mucho más vivos, tanto que no podía recordar bien cómo los
veía en la gran ciudad, pero estaba seguro que eran distintos, una versión
bastante apagada de éstos que ahora tenía delante mío. Y el aire...¡ había
algo mágico en el aire de Tamberías ! Algo vivificante que llegaba muy
profundo y parecía que curaba. Recién ahora comprendo la importancia energética
de estas características y lo decisivas que fueron para imprimirle rumbo a una
búsqueda y ciertos encuentros que no han terminado, incluido el largo reportaje
que allí comenzó. Los campesinos de Tamberías, en un todo de acuerdo con la
montaña, el río, el aire y esos colores, resolvieron formarme como médico. En
la facultad recibí cierta instrucción, pero ellos me educaron porque cuando
uno empieza a trabajar recibe una impronta: la primera configuración
medioambiental (gente, lugar, estilo) marca fuertemente al principiante.
Yo era apenas un periodista que estaba debutando en la medicina, pero allí
empecé a encontrar mi camino. sigue a 2. La medicina rural |