Para
explicar la aparición y difusión de las enfermedades,
Louis Pasteur defendía la teoría del germen (los
“microbios”: bacterias, parásitos, hongos, virus), mientras
que Claude Bernard y Antoine Béchamp postulaban la
teoría del terreno (estado general y sistema defensivo,
inmunológico). En vida triunfó Pasteur, cuyo modelo fue
funcional a la medicina acuñada por Carnegie y Rockefeller
pero, según variadas fuentes, en su lecho de muerte
pronunció una frase inútil que debería haber dicho mucho
antes. Dijo: “Bernard tenía razón, el germen no es
nada, el terreno lo es todo”. En fin, a pesar de
todo su innegable talento y sus aportes, Pasteur resultó un
arrepentido tardío más. La gran cuestión en discusión era (y
es) dilucidar si el origen de las enfermedades está afuera
(germen) o adentro (terreno).
O sea:
el “culpable” y absoluto responsable de la enfermedad es un
agente “externo” (como una bacteria, por ejemplo) o lo es el
estado de salud de la persona afectada, que “llama” a la
enfermedad. Eso que se llama, sin entrar en detalles,
“estado general” o “capacidad y eficiencia del sistema
defensivo”. Uno podría, fácilmente, hacerse el democrático
y decir: ambas cosas. Pero no parece ser así: está
archi-demostrada la numerosa presencia de infinidad de virus
y bacterias en organismos sanos. Convivimos con
micro-organismos que son, muchas veces, indispensables para
nuestro funcionamiento normal como es el caso del sistema de
la microbiota intestinal. Pero, además, muchos de los
gérmenes aislados en caso de enfermedad son habituales de
nuestra flora microbiana. Por ejemplo: cuando uno cursa
Tisiología (la tuberculosis tenía el honor de disponer de
una materia exclusiva en los estudios médicos) se sorprende
al enterarse que el Mycobacterium tuberculosis es un
pasajero estándar, que mora en variados lugares del
organismo humano. Si uno pone cara de sorpresa, los
profesores y ayudantes hacen lo mismo, de manera que es
mejor no preguntarles nada. Pero la incógnita permanece, y
no es la única a lo largo de la carrera…
¿Qué es
lo que decide que algún pasajero, hasta ese momento
pacífico, “decida” ponerse peligroso y agresivo? Pues bien,
suponiendo que sean los micro-organismos los agentes
etiológicos de variadas enfermedades (porque también esto
puede discutirse), sería correcto pensar que es el enfermo
quien les abre la puerta para producir un estado patológico.
Por ejemplo: si el estreptococo se encuentra en la faringe o
la boca sin producir infección y el estafilococo en la piel
sin ocasionar forúnculos, ¿cómo explicar la génesis de esas
alteraciones sin pensar que se deben a un déficit defensivo?
Desde
todo punto de vista, la hipótesis de Bernard / Bechamp,
es más razonable y hasta más fácil de pensar, más natural.
Especialmente cuando uno dispone del diario del lunes y sabe
lo que se desconocía en esa época: que los mismos organismos
asociados a las enfermedades son parte de la flora habitual
en los tejidos animales, como es el caso de los humanos. Es
parecido a lo que ocurre comparando las hipótesis de Lamarck
y Darwin acerca de la evolución: el primero estaba más cerca
de la verdad porque no hacía de la supervivencia la
consecuencia meritocrática de tener “mejores genes” o mayor
capacidad de pelea, sino que ponía el peso en la capacidad
de adaptarse o no al medio ambiente en el que les tocaba
vivir.
Bueno,
el asunto es que al ser aceptadas las hipótesis de Pasteur,
el menú quedó servido en bandeja a los propósitos de
re-fundar la medicina, como querían y finalmente lograron
Rockefeller y Carnegie.
Puede
verse claramente que la medicina y la cultura vigente
tomaron la línea Pasteur, tanto en la práctica de la
medicina (vacunas, antibióticos, pasteurización) como en su
influencia en el sistema de creencias: todo debe estar
desinfectado/inocuo, las bacterias y los virus “son malos” y
hay que destruirlos, etc. Hace falta mucha ignorancia o la
defensa de intereses perversos para sostener esas
“verdades”. Y hay más: no olvidemos al darwinismo como
justificación del saqueo social y la glorificación del
más fuerte, del triunfador a imagen y semejanza de los
empresarios mencionados. Especialmente el neo-darwinismo,
tan afín a otro neo: el neo-liberalismo. Son muchos “neo”
con olor a viejo. Todo encaja, como puede verse.
Cómo era la medicina de ese tiempo
Es
importante saber cómo se practicaba la medicina, cómo eran
los médicos y las creencias sobre salud, enfermedad y
tratamientos a principios del siglo XX, cuando todo cambió
abruptamente. Por empezar, y aunque no sea un detalle:
estamos hablando de la medicina de la civilización que se
apoderó del planeta y redujo a escombros a otras culturas
humanas o las desprestigió acusándolas de primitivas, poco
científicas o inservibles. O sea: hablamos del Poder que
validó únicamente a su concepción de “verdad científica” y
combatió otras maneras de ver la vida y la medicina en
particular. Incluso hacia dentro de su misma entraña: otras
maneras de entender los fenómenos de la salud, las
enfermedades y su tratamiento que habían nacido en Europa,
como la homeopatía, también cayeron adentro de la condena o
el desprestigio por ser consideradas “poco científicas”. O
lo que realmente les importaba: la homeopatía de
medicamentos confeccionados en pequeña escala por
farmacéuticos de verdad (y no por almaceneros disfrazados de
farmacéuticos) es poco rentable.
Y este
es el punto central: ¿qué es lo que debe considerarse como “verdad
científica”? La respuesta es fácil, porque no pasa por
la filosofía o por la epistemología: en la pragmática vida
real, verdad es lo que dicen que es cierto quienes tienen el
poder. Así de sencillo y por variadas necesidades:
ideológicas, políticas o comerciales. Lo demás son
explicaciones académicas que justifican lo injustificable
porque, lo reconozcan o no, su subsistencia depende de
asegurar lo que sostienen quienes les pagan.
Desde
el punto de vista de la investigación y el nivel de
elaboración teórica, la medicina estaba pasando por un
momento de riqueza, de capacidad en expansión. Los cirujanos
podían operar con anestesia, los investigadores avanzaban en
el conocimiento de las ciencias básicas que fundamentan a la
medicina (anatomía, histología, fisiología, bioquímica,
biofísica, patología) y las mentes más brillantes discutían
problemas profundos, como hemos visto en la polémica entre
Pasteur y Bernard/Bechamp. O sea: no era un momento que
necesitara salvadores providenciales porque incluso las
terapéuticas eran variadas (homeopatía, herboristería,
nutrición, medicinas físicas, cannabis, etc.) y nadie podía
condenar a otros acusándolos de “ejercicio ilegal de la
medicina”.
“Si uno decidía ser médico en el siglo XIX o
con anterioridad, aparte de las escuelas médicas en
funcionamiento, no era infrecuente lograr la titulación
médica gracias a recibir parte de la instrucción por medio
de correo. Lo cual es entendible en una época donde las
distancias eran mucho mayores. Además, había mucha mayor
diversidad de materias y disciplinas que estudiar como
médico. Dicho de otro modo, tampoco existía una rígida
homogeneidad en los programas. Así, por ejemplo, a
diferencia de hoy en día, un médico antiguamente solía tener
sólidos conocimientos de fitoterapia, botánica o nutrición.”
(Adolfo Lozano)
La
falta de rigidez y dogmatismo favorecía a los pacientes y a
la medicina.
De hecho, aún hoy en día, podrán reconocerse a los pocos
espíritus libres que existen en la medicina, capaces de
tomar decisiones sin atenerse a ningún preconcepto y
pensando en lo mejor para cada persona en cada momento. Es
evidente la superioridad de esta concepción que no termina
en la medicina, por supuesto, sino que abarca a la vida
entera. No era una medicina burocrática como ésta que
padecemos: era creativa, abierta y centrada en el paciente,
al cual se miraba de frente, se escuchaba. ¡Y luego se
examinaba antes de llegar a una conclusión y tomar
decisiones: increíble!
Es,
justamente, la violenta irrupción de las fuerzas del mercado
capitalista, lo que altera profundamente el desarrollo de la
medicina de ese tiempo. Y explica su mercantilismo, pero
también su gradual e inevitable “des-humanización” en el
trato y en los objetivos:
“La crisis en el sistema de salud moderno
está profundamente arraigada en la historia entrelazada de
la medicina moderna y el capitalismo corporativo. Los
principales grupos y fuerzas que dieron forma al sistema
médico sembraron las semillas de la crisis que ahora
enfrentamos. La profesión médica y otros grupos de interés
médico cada uno trató de hacer que la medicina sirviera sus
estrechos intereses económicos y sociales. Fundaciones y
otras instituciones de clase corporativa insistieron en que
la medicina sirviera a las necesidades de ‘su’ sociedad
capitalista corporativa. La dialéctica de sus esfuerzos
comunes y sus enfrentamientos, y las fuerzas económicas y
políticas puestas en marcha por sus acciones, dieron forma
al sistema a medida que crecía. De esta historia surgió un
sistema médico que sirve pobremente las necesidades de salud
de la sociedad”. (Extracto del libro “Rockefeller
Medicine Men”, de E. Richard Brown publicado en 1979).
Podemos
ir viendo anticipadamente a los acontecimientos, que para
producir esta ruptura con su práctica y tradición, a estos
invasores les venían muy bien las ideas de Louis Pasteur.
Ellas les proporcionaban un objetivo concreto, específico y
un enemigo fácil de identificar. Y sencillo, especialmente
sencillo: un mecanismo causa/efecto cortito. Sin
meterse en “complicaciones sistémicas o emocionales” ni nada
por el estilo. Y no es que fuera innecesario lograr
instrumentos eficaces para resolver condiciones de salud
complicadas como en el caso de las infecciones graves. No,
el problema fue reducir la vasta y rica tradición médica a
la insignificancia de hoy metiéndola de cabeza nada más que
en campos donde el interés de las empresas se viera
beneficiado. Incluso estos grandes cambios en la medicina
fueron puestos en vigencia un tiempo antes del azaroso
descubrimiento de los antibióticos (Penicilina, por el
bacteriólogo Alexander Fleming, 1928: "No inventé a
la penicilina, la naturaleza lo hizo. Yo sólo
la descubrí por casualidad"), pero le prepararon el terreno.
La
misma secuencia fue adoptada para desarrollar medicamentos
eficaces contra las enfermedades más y menos comunes. En
realidad es un error suponer que estos medicamentos se
desarrollaron “contra las enfermedades”. Solo se
desarrollaron para combatir los síntomas de las enfermedades
y favorecer a los laboratorios, que saben muy bien que:
“Paciente curado, cliente perdido”. Entonces eso tenemos:
medicamentos que se limitan a suprimir los síntomas, los
esconden, los desaparecen.
Es
importante notar, también, que los tratamientos de esta new-medicina
se basan, casi exclusivamente, en la administración de
drogas químicas, ya sea por vía oral o inyectable. Poca o
nula terapia física. Y lo han naturalizado: tratarse es
tomar algo o recibir la misma cosa vía inyección o suero. Se
han aprovechado de la oralidad de este varón y esta mujer
del patriarcado, de su voracidad, de su necesidad de seguir
siendo demasiado oral durante toda la vida, tal vez por no
destetar nunca.
Y han
creado un tipo de médico especialmente diseñado para
satisfacer estas necesidades voraces: las de las empresas y
las de los habitantes de esta civilización. Son los
Médicos Mecánicos, los médicos que diseñó el mercado.
Y
claro, Bertrand y Bechamp no les venían nada bien:
las conclusiones de sus teorías apuntaban a desarrollar una
medicina que mejorara el terreno, el estado general de las
personas. O sea: una medicina de apoyo, básicamente
preventiva por medio de nutrición, suplementos y actividad
física. Donde la prioridad fuera hacer énfasis en mantener
la salud y no en combatir la enfermedad. Y donde se
considerara a la persona en su conjunto y no solo en sus
aspectos exclusivamente físicos: una abstracción
insostenible salvo para el pensamiento esquizofrénico
dominante. Un resultado de estas ideas de Bertrand se
cristalizó en la poderosa Oligoterapia según Menetrier,
que no distingue entre psique y soma. Pero hay un problema
similar al de la homeopatía: ninguna de estas terapias de
apoyo es demasiado rentable para esos macrófagos que solo se
alimentan con dinero. Ni los suplementos, ni la nutrición
adecuada, ni el trabajo físico y los oligoelementos. Y si no
es negocio: fuera, al infierno de la pseudo-ciencia. El
proyecto tácito que implican estas ideas más abarcadoras y
respetuosas de la condición biológica, emocional y social de
los humanos no es el desarrollo de un mecánico, sino el de
un Médico Jardinero.
Darwin les venía re-bien, pese a algunos escollos
teológicos. Fundamentaba la ley del más fuerte, la
vida-jungla, el sálvese quien pueda (pocos), felinos
carnívoros feroces, emprendedores triunfantes que se ríen de
los ineficientes fracasados. Al que no sirve hay que tirarlo
como descarte y listo: la vida es un espectáculo para
trepadores, audaces e integrantes de círculos privilegiados.
Pero
Lamarck no les venía tan bien, con su hipótesis (más
razonable y menos despiadada) de que el proceso evolutivo se
explica por la capacidad adaptativa de las especies al medio
y no como consecuencia de una lucha salvaje por la
supervivencia.
También
los documentales de Discovery Channel les vienen
bien: siempre felinos que persiguen, matan y devoran a sus
presas, al menos en horario central, el preferido por los
felinos para actuar. Es aleccionador acerca del sistema en
el cual nacimos, aunque estos carnívoros sean
porcentualmente ínfimos en el reino animal. Pero enseña,
clara y pedagógicamente, que la vida real se divide entre
depredadores y presas. Como para que cada espectador puede
ubicarse en lo que le toca: ser presa en el 99.99% de los
casos.
Pero la
brillante bióloga Lynn Margulis y su descubrimiento
del imprescindible papel de las bacterias en el desarrollo y
diversidad de la vida por endosimbiosis tampoco les
viene bien. ¿Cómo es eso de que los enemigos mortales del
ser humano sean tan importantes en la evolución? Habrase
visto tamaño descaro. Es más: Margulis asegura que sin el
silencioso y notable trabajo de las bacterias no existiría
la diversidad de seres vivos que vivieron y viven en este
planeta, nosotros entre ellos. La mayor parte del tiempo que
la vida lleva en la Tierra (unos tres mil quinientos
millones de años) ha sido protagonizado por las bacterias,
que prepararon la atmósfera y fueron transformándose endo-simbióticamente
hasta formar la primera célula completa o eucariota, que es
la base de los tejidos animales y vegetales. Además, no
podríamos vivir sin la colonia bacteriana que portamos en
nuestro intestino.
En
realidad, la misma vida no les viene bien. Esa lucha
contra las bacterias se profundiza y sincera con el rechazo
y hasta la repugnancia que muchos experimentan contra
variedad de seres vivos. O el desagrado poco disimulado al
dejar el mundo de cemento armado de las ciudades y entrar en
contacto directo con la naturaleza. Y si se suma la obsesión
por la limpieza (o, lo que es lo mismo, por la inasible
pureza) podríamos decir que se trata de simple miedo a la
vida, cuya expresión más concreta es el difundido Miedo a
la Libertad. Así son, palabra más o palabra menos, las
sociedades humanas contemporáneas, todavía sumamente
marcadas por la ferocidad criminal contra la vida que
caracteriza al patriarcado.
(Nada
se pierde, nada se crea, todo se transforma. Nada está
orientado a la muerte. Todo está orientado hacia la vida)
Cómo fue que el negocio de la salud destruyó a la medicina
A
comienzos del siglo XX, el capitalismo tenía una fuerza
arrolladora, especialmente en Estados Unidos. Sus personajes
protagónicos disfrutaban de un poder enorme sobre la
sociedad y sus instituciones. Y de hecho modelaron al mundo
entero según sus necesidades. No había forma de detener a un
huracán como John Rockefeller, por ejemplo.
Especialmente si este zar del petróleo advertía que la
medicina era un negocio potencialmente fabuloso e
inagotable. Pero para lograrlo, junto a su adversario
Andrew Carnegie (los emprendedores afortunados se odian
a muerte entre ellos), necesitaba modificar de raíz la
práctica médica, incluyendo sus bases teóricas y los
programas de las escuelas de formación: los nuevos médicos
debían estudiar la nueva medicina en nuevas escuelas. Había
que crear un perfil de médico muy distinto al que existía,
había que excluir las ideas y prácticas que no congeniaran
con la conveniencia de los laboratorios declarándolas “poco
científicas, anti científicas y pseudo-científicas”. Y lo
lograron a placer: desde ellos en adelante la rica y
heterogénea medicina que se investigaba y se practicaba
dejaría su lugar a principios dogmáticos y recetas puramente
sintomáticas.
Para el resto (“lo alternativo”) estaba reservada la
descalificación sin argumentos y la hoguera.
“Precisamente por aquel
entonces, a finales del XIX, la ya entonces prestigiosa
Asociación Americana de Medicina (AMA) decidió que
aquella heterogeneidad y libertad académica debía acabar,
siempre claro ‘por el bien público’. Con tal propósito creó
su Council on Medical Education. Sin embargo, sus miembros
no fueron capaces de ponerse de acuerdo en los estándares
obligatorios para ser médico.”
A todos
nos hicieron creer que “lo alternativo” era posterior a la
“medicina científica”, pero no es verdad, es exactamente al
revés. Sería lógico suponer que Rockefeller, por ejemplo,
era un devoto de la medicina que él mismo había creado.
Error: se atendía con su médico homeópata personal, el
doctor H L Merryday y siguió haciéndolo hasta su muerte, a
los 97 años. ¡Él, que era cualquier cosa menos tonto, sabía
que la “medicina moderna y científica” que había inventado
era puro negocio!
“Para Rockefeller, la
medicina alopática era simplemente una forma de utilizar el
dinero que ganaba de Standard Oil para ganar incluso más
dinero a través de la industria farmacéutica. Lograr que las
personas permanezcan enfermas es un gran negocio, el
bienestar no es ni jamás ha sido el objetivo de la medicina
alopática.”
El informe Flexner
Como
los médicos de AMA no se ponían de acuerdo, aparecieron
prestamente los dos empresarios mencionados para ofrecer sus
ayuda y consejos, generosamente y sin ningún interés
personal, como no fuera quedarse con el nuevo y brillante
negocio. Veamos cómo fue:
“A comienzos del siglo XX,
Andrew Carnegie y John D. Rockefeller comenzaron a
interesarse por las farmacéuticas. Así, Rockefeller
estableció en 1901 el Instituto para la Investigación Médica
dirigido, entre otros, por Simon Flexner, cuyo hermano era
del equipo de la conocida fundación Carnegie. En 1908, Henry
Pritchett, presidente de la fundación Carnegie, junto con
Abraham Flexner –el citado hermano de Simon– tuvieron una
decisiva reunión con la AMA para discutir sobre la
pretensión de estandarizar académicamente la profesión
médica. La AMA aceptó ser aconsejada por la visión del grupo
Carnegie.
Dos años después, en 1910, Abraham Flexner
publicó un trabajo en el que abordaba los problemas de la
medicina de entonces y que supuestamente ofrecía soluciones
indiscutibles. Se trataba, o eso decían, de proteger a los
ciudadanos de médicos con una instrucción inadecuada. Como
ya podemos adivinar, una de las supuestas soluciones mágicas
de Flexner era obligar a los futuros médicos a poner un
énfasis mucho mayor en el estudio de la farmacología y los
fármacos.”
Hemos
visto, antes, que el pensamiento y la práctica médica era
heterogénea y eso le otorgaba mucha riqueza. La farmacología
que luego se llamaría alopática, era parte de ella. Pero a
partir de la gran reforma que se estaba tramando en esos
años, seria única y excluyente.
Gracias
al grosero y prepotente poder de la billetera, las cosas
cambiaron en poco tiempo porque fue una decisión política
adoptar las recomendaciones del Informe Flexner que, como
hemos visto había sido redactado por el grupo Carnegie y
estaba propulsado al estrellato por Rockefeller.
“Pues aquellas
recomendaciones venían de quienes podían ganar
económicamente más aumentando la influencia de la industria
farmacéutica. La implantación, finalmente, de muchas de
las medidas del reportaje Flexner se tradujeron en EEUU en
el cierre en menos de 30 años de la mitad de las escuelas
médicas por no ajustarse, entre otras, a esa devoción
hacia la farmacología. Si querías entonces continuar con una
escuela de medicina, ¿qué debías hacer? Enseñar farmacología
y renunciar a las horas de estudio de nutrición y
fitoterapia. Así, todas las escuelas que permanecieron en su
interés por la nutrición, la homeopatía y otras disciplinas
semejantes acabaron en la bancarrota.”
Es muy
claro: ahora podemos entender porque la medicina oficial es
como es. No era así antes. Lo que acabamos de saber equivale
a enterarnos de que hubo una variedad de golpe de estado
dentro de la medicina. Y las sorpresas no parar aquí,
también podemos enterarnos cómo fue que ¡en la mismísima
China se impuso este modelo desalojando, casi, a la
milenaria, eficaz y prestigiosa medicina china!
“Los Rockefeller fueron
absolutamente esenciales en la formación de la medicina
moderna de Estados Unidos y esto podría ser desechado como
una mera teoría de la conspiración por aquellos que no están
tan familiarizados con los Rockefeller o su influencia. Pero
esto se ha documentado muchas veces, de muchas maneras, y en
muchos lugares por muchas personas.
Un libro publicado a través
de los auspicios de la Normal de Guangxi University Press,
publicado por un académico chino, titulado, “To
Change China: The Rockefeller Foundation’s Century Long
Journey in China“,
toma nota de eso, de nuevo, la Fundación Rockefeller fue
absolutamente esencial en la formación de la medicina
moderna de China, así como del sistema médico
estadounidense.”
Podemos
hacernos cargo, entonces, de suscribir las siguientes líneas
sin que nos parezcan raras, exóticas o tendenciosas:
“Las prescripciones
introdujeron un monopolio virtual de los médicos y sus
maestros de la industria farmacéutica, y la idea es lograr
que sea un verdadero monopolio en los próximos años. Desde
el lanzamiento de la “medicina” del bisturí y los
medicamentos en Estados Unidos, las redes de los Rotschild-Rockefeller
la han impuesto al resto del mundo.
Actualmente controlan todos
los “bandos” del campo de la medicina: la Organización
Mundial de la Salud (OMS), que han creado desde el
comienzo; las agencias de “protección” públicas como la
FDA y los Centros de Control y Prevención de
Enfermedades (CDC); el cártel farmacéutico, y las
organizaciones de médicos. Si a todo esto le añadimos que
son propietarios de los medios de comunicación y que
controlan el juego, todas estas organizaciones funcionan de
manera unitaria para alcanzar el mismo objetivo.”
(Las últimas citas han sido extraídas de “Human Race, Get
off your Knees”, de David Icke. Publicado en España por
Ediciones Obelisco bajo el título “El despertar del León”)
A los
amantes acríticos e ingenuos de los “insospechados
organismos internacionales” que hablan objetivamente y en
nombre de Dios, como la OMS, le producirá un calambre esta
información. Pero revela hasta qué punto nos han vendido una
mentira atroz desde el nacimiento y prácticamente en todos
los campos. La medicina no podía estar fuera de la
escenografía en esta obra que podría llamarse Mentira
Mundial. Es obvio que no toda la producción de la OMS es
mentirosa, por ejemplo ciertos estudios y recomendaciones de
algunos grupos de expertos no lo son, pero la institución
globalmente sí es una mentira que apoya proyectos y
programas que solo benefician a las grandes empresas
productoras de medicamentos, vacunas y equipamiento médico.
Hay
algo más acerca de las íntimas relaciones entre la industria
petrolera y la farmacéutica, que no parecieran tener
relación entre sí. Salvo para un tipo con la voracidad y la
capacidad de John Rockefeller. Y aquí está:
“La creación de la medicina
occidental comienza con John D. Rockefeller (1839 – 1937)
quien fue un barón petrolero y el primer multimillonario de
los Estados Unidos. En las últimas décadas del siglo XIX y
usando ‘química orgánica’ o la química del carbono, se
crearon las industrias petroquímicas. Fue entonces que salió
a la luz que varios remedios herbales tradicionales
contenían ingredientes activos llamados ‘alcaloides’. Estos
alcaloides a menudo pueden ser producidos sintéticamente por
las industrias petroquímicas. A veces, el ingrediente activo
de una hierba medicinal podría modificarse y patentarse
químicamente. Este nuevo negocio se llamaba ‘industria
farmacéutica’. El
medicamento patentado resultante podría venderse con gran
beneficio, en comparación con la hierba de la que se deriva
originalmente.
A comienzos del siglo XX,
Rockefeller controlaba el 90% de toda la producción de
petróleo en los EE. UU. A través de una multitud de
compañías petroleras de su propiedad. En 1900 solo existían
1.000 automóviles que quemaban gasolina. No se encontraron
muchas ganancias en los autos. La industria petroquímica,
sin embargo, estaba floreciendo. Las industrias
farmacéuticas prometieron ser la parte más rentable de la
industria petrolera. Rockefeller invirtió fuertemente en las
compañías farmacéuticas recientemente creadas. Formó
la Fundación Rockefeller en 1913 y se centró en las
industrias farmacéuticas y la educación médica.
Andrew Carnegie, en 1900,
también era muy rico. Había hecho su fortuna original al
invertir en Columbia Oil en 1862; hizo una fortuna aún mayor
en acero y formó la Fundación Carnegie en 1905. La fundación
era conocida por su experiencia en la financiación y la
realización de proyectos educativos.” (Vimos el Informe
Flexner, por ejemplo)
(Por Ian
Faulkner, originalmente publicado en Elephant
Journal)
John Rockefeller / Andrew Carnegie
Las consecuencias de esta fundación: una medicina fría,
superficial, dogmática y mercantilista
Y ahora
que sabemos todo esto, digamos algo.
La
primera impresión podría ser: “Con razón, ahora me explico,
está todo muy claro, ahora todo me cierra”. O también:
“¿Cómo no me enteré antes de todo esto, aunque lo sospechara
no lo sabía con precisión y detalle”. Al menos es lo que
sentí y pensé. Y también la poca gente a la que le comuniqué
el contenido de este artículo. Porque hay algo que subyace
en todo encuentro con la medicina moderna y es imposible no
preguntarse: ¿Por qué es tan atrozmente mercantilista? ¿Por
qué es tan dogmática y expulsa a los que piensan diferente?
¿Por qué no está integrada con otras vertientes que la
enriquecerían? ¿Por qué, si es tan avanzada como dicen, es
meramente sintomática, no cura a nadie que tenga una
enfermedad crónica y hay que tomar sus medicamentos de por
vida? ¿Por qué no hay médicos clínicos de verdad, que puedan
sintetizar la información formulando un diagnóstico claro y
ordenar el caos farmacológico que predomina en la medicina
moderna, en la cual una persona puede tomar hasta diez
medicamentos distintos, todos con sus contraindicaciones y
posibles efectos adversos y secundarios? ¿Por qué, dentro de
su teoría y práctica, no existe una visión integrada de las
enfermedades humanas que son, inevitablemente, socio-psico-somáticas?
¿Por qué los medicamentos son tan caros y las patentes se
pagan con la sangre y la vida de los pacientes? ¿Por qué
parece estar siempre asociada al poder? ¿Por qué es tan
groseramente contradictoria con su tradición y su lugar
histórico en todas culturas humanas, en las cuales siempre
predominó la actitud amorosa y contenedora con quienes están
o se sienten enfermos?
Muchas
preguntas y ninguna flor.
Además
de la clara intencionalidad de los fundadores de esta
medicina, hay algo en la caracterología social básica que
puede haber contribuido a aceptarla voluntariamente. Y es su
adjudicación “al afuera” como causa principal de las
enfermedades. Si los “gérmenes” tienen la culpa, no podemos
hacer nada para evitarlo, salvo vacunaciones y otros
operativos dudosos. Así estamos exentos de responsabilidad y
mantenemos cierta pasividad que nos expone fácilmente “a la
furia de los elementos”, a la naturaleza (que es “mala”).
Y esa
es la clave y parte del efecto buscado: nos exime de
responsabilidad. Al contrario de las postulaciones de
Bertrand y Bechamp, que proponen un terreno fértil, bien
abonado y adecuadamente sembrado y regado como defensa
principal.
Pero
así el negocio sería poco rentable. Entonces se pone en
marcha la mafia Rockefeller-Carnegie-AMA y prepara, no solo
facultades de medicina donde solo se enseña la línea oficial
o alopática, sino que también manda una horda de
“visitadores médicos” que empiezan a rodear y seducir a sus
presas…¡antes de haberse recibido de médicos! Así es la
experiencia de todos los estudiantes de medicina: en quinto
y sexto año de la carrera ya nos merodean con “muestras
gratis” que nos halagan y preparan. Lejos estamos de saber,
en ese momento, que en realidad las muestras gratis
terminaremos siendo nosotros si es que algún laboratorio
importante no nos elije para hacer una “carrera brillante”.
O sea: para invertir en nosotros.
Y es
fácil comprender que después de haber aceptado ese
incipiente y módico acto de corrupción, es necesaria mucha
claridad y mucha valentía para decir que NO. Y que les quede
claro: NO ES NO.
Pero
ese es el comienzo de la trampa. Después es muy probable que
desaparezca la conciencia crítica y hasta la consulta de los
buenos libros, que siempre aconsejarán la estricta y
necesaria concurrencia de varios factores objetivos como
requisito para indicar correctamente cualquier medicación.
La práctica, el vértigo de la profesión y las necesidades
económicas hacen el resto: todos o casi todos los médicos
medican innecesariamente con antibióticos en cuadros banales
o que pueden resolverse sin utilizarlos. Lo mismo rige para
otros medicamentos potencialmente peligrosos, los
antibióticos no son los únicos, pero constituyen un ejemplo
importante.
Y el
tema es muy grave, porque en poco tiempo más estaremos en la
era post-antibióticos.
O sea: no tendremos medicamentos útiles en cuadros que
verdaderamente los requieran porque las bacterias (que son
más inteligentes que nosotros) han mutado para esquivar el
efecto letal del antibiótico. Y todo por la estupidez de
recetarlos como si fueran pastillas de menta. Es más: han
logrado que mucha gente vaya a la farmacia, cuente que “se
siente con fiebre” y le duele la garganta para que un
ignorante dependiente de farmacia que hace un mes que
trabaja le “recete” un Amoxidal. El dependiente no tiene
tanta responsabilidad en este acto casi delictivo. El
farmacéutico es claramente responsable, así como los médicos
que recetaron lo mismo con los mismos síntomas infinidad de
veces. Y el laboratorio es responsable, con sus campañas de
marketing y su presión sobre los médicos para que receten
sin pensar.
Pero
cuentan con gran parte de la sociedad como asociados. En
todas partes: en las mega-urbes pero también en los poblados
del interior. Y me consta porque lo viví. Estaba a cargo de
un centro asistencial en Toay, La Pampa. Era un maravilloso
plan de salud en toda la provincia, los médicos estábamos
con dedicación exclusiva y teníamos medicamentos básicos y
leche que entregábamos gratuitamente. Dos o tres veces por
semana iba a atender un pediatra bien formado en el Hospital
de Niños de Buenos Aires, que había recibido la buena
influencia del Dr. Florencio Escardó. Él revisaba
concienzudamente a los chicos y en el 90% de los casos
recetaba nebulizaciones y tranquilizaba a las madres,
diciéndoles que el pequeño apenas estaba acatarrado, se
encontraba bien y no requería antibióticos. Que lo llevara
en dos días para volver a verlo y evaluar la situación.
Claro decían las madres, pero la mitad de ellas cruzaba la
plaza, se metía en la farmacia y compraba un antibiótico sin
que el farmacéutico se tomara la molestia de pedirle la
receta. Sin comentario.
Rara
vez un paciente acepta que el médico modelo rara-avis
le diga: “Así está bien, no necesita medicación”. Es duro
decirlo, pero la verdad es que a la mayoría de los pacientes
actuales no les importa que los traten como ganado, que
apenas los miren y no los revisen. Todo lo que quieren es
salir del consultorio con una receta. Nunca lo sabrán, tal
vez, pero fueron a hacerse atender para “deslindar
responsabilidades”, que transfieren al médico que los
atiende. Y este también deslinda responsabilidad delegándola
en la medicación que receta: es un juego así de sucio, un
manejo turbio por donde se lo mire.
Se verá
que la estrategia Bernard-Bechamp es muy otra y compromete
activamente, pone como protagonista a la persona por lo que
haga o deje de hacer. Claro: es incómoda, ¿no? Hay que
preocuparse por la nutrición, que incluye la necesidad de
suplementos ya que no hay dietas perfectas y los alimentos
han perdido parte de su potencial nutritivo. Y también hay
que diseñarse un programa de trabajo físico, variado y
personal.
Otra
cuestión es el “aporte” de los medios de comunicación y
la publicidad. Ya hemos visto una referencia a la
cuestión al enterarnos de que los que tienen tanto poder
como para hacer lo que quieren con la medicina, son también
los dueños de los medios de comunicación o están
relacionados con ellos “por cuestiones de negocios” . Y está
claro que no van a entrar en contradicción con sus propios
intereses económicos. De manera que, si es necesario,
mentirán con naturalidad en cada nota que publiquen sobre
salud o negocios afines. Van a poner “de moda” enfermedades
que no existen o “cuidados” que exigen el consumo,
casualmente, de lo que venden sus empresas propias o
relacionadas. Incluso cuentan con figurones tipo Premio
Nobel que también pueden mentir a gusto sabiendo que van a
ser creídos. O van a inventar Super Expertos y citar a “los
científicos” con tal de vender lo que sea. Es más: han dado
el paso de disfrazar a médicos y odontólogos para vender
productos vía publicidad televisiva. Y no importa si son
profesionales verdaderos o no: es igualmente inmoral.
Es una
muy posible buena investigación para especialistas en
comunicación estudiar la sincronía entre lo que publican los
medios como “información” preparando el terreno y la
simultanea oferta que hacen los laboratorios. Han mentido a
troche y moche sin que les tiemble un solo músculo de la
cara. Es más: han inventado enfermedades que no existen
para que los laboratorios pudieran vender medicamentos
nuevos que carecían de mercado hasta que los medios y la
publicidad se los crearon.
Es un
delito, lisa y llanamente.
Así
como es una canallada perseguir a quienes no comparten los
supuestos de esta medicina y proponen otra. Si se ensañan
con alguien, como ha sido el caso del Dr. Hamer,
pueden ser sádicos y casi torturadores en la persecución
judicial y penal. Pueden prohibir el ejercicio profesional y
hasta condenar a la cárcel. Realmente es deshonroso para la
profesión y exhibe con claridad la utilización del poder
hasta llegar a la crueldad con quienes lo desafían. En el
caso de Hamer fue porque su posición, que se divulgó
rápidamente, amenazaba al negocio de la quimioterapia. O
sea: había pasado el umbral de lo tolerable para la mafia
que maneja la salud pública y privada. (Atentaron contra su
vida, también)
Esto es
una conducta delictiva y mafiosa, sin lugar a dudas.
También
han mentido y mienten descaradamente acerca de la eficacia
de la medicina moderna para tratar las enfermedades que
producen mayor mortalidad. La terapia del cáncer, por
ejemplo, es un absoluto fracaso. Solo manipulan estadísticas
para ocultar los verdaderos resultados: parece que es fácil
hacerlo para demostrar cualquier cosa que convenga
demostrar. Eso les permite seguir con el fabuloso negocio de
la quimioterapia, alegremente auspiciado por oncólogos que
en su mayoría carecen de escrúpulos, pero también de
conocimientos.
Con la
cardiología ocurre algo parecido: fuera del avance que
constituyen los métodos de intervención quirúrgica, no hay
verdadero adelanto. Y a propósito: según estadísticas
confiables, en Estados Unidos las tres causas de muerte más
relevantes son las enfermedades cardiovasculares, los
cánceres y… ¡la medicina! Sí, la propia medicina con sus
errores de diagnóstico, el efecto indeseado de los
medicamentos y las técnicas invasivas.
El
panorama es deprimente, pero es la realidad. Y es la
consecuencia del modelo médico que funciona desde hace un
siglo: su responsabilidad es innegable. Diseñaron otra
medicina y formaron médicos aptos para ejercerla. Y no
pueden estar orgullosos de los resultados: no tienen casi
nada bueno para mostrar, salvo la medicina de urgencia y la
cirugía, por eso de que son buenas disciplinas para
mecánicos.
Es
desolador, también, que la sociedad parezca aplaudir la
fragmentación en especialistas y sub-especialistas que llega
hasta el absurdo de que haya quienes se dedican
exclusivamente ¡a la rodilla derecha, por ejemplo! (O al
codo izquierdo, y así sucesivamente). Esos “emperadores del
pañuelito” nunca podrán mirar y entender a un ser humano.
Pero han vendido bien el verso de la eficacia como
justificación de su trabajo y supervivencia. Lo cual es
admisible en ciertas y determinadas ocasiones. Pero no me
digan que para tener un especialista en rodilla derecha hace
falta ser médico, estudiar tantos años y reflexionar sobre
la práctica como necesario perfeccionamiento. Para lograr
técnicos eficaces en el tratamiento de la rodilla derecha
bastaría con un terciario o estudios universitarios mínimos.
En gran
parte debemos esta crisis de la medicina moderna a ideas
delirantes acerca de la realidad pero sólidamente instaladas
en el sistema de creencias admitido y aceptado por gran
parte de la sociedad humana. Creer que toda cosa nueva es
buena, por ejemplo, es una tontería que solo favorece a
los que producen y venden “lo nuevo”. Creer que todo lo
nuevo es producto de un “avance de la ciencia y la técnica”
es otro dislate.
Pero la
locura máxima e inigualable es suponer que estamos en lucha
contra la naturaleza para vencerla, para domesticarla y
dominarla. Y es una locura peligrosa porque nos está
condenando a la extinción si no torcemos este camino
suicida. A los protagonistas de la catástrofe climática o
irreversible calentamiento planetario (hipócritamente
llamado “cambio climático”) como Rockefeller o Carnegie
no les importó otra cosa que hacer dinero, aunque ignoraran
las consecuencias a largo plazo de lo que ponían en juego.
“Aprendices de brujo”, decía mi viejo con toda razón. Pero
después, claro que empezamos a darnos cuenta de las nefastas
consecuencias sobre el clima con la evidente
desestabilización de los sistemas ecológicos. Solo que a los
responsables de tomar alguna decisión en contrario no les
importó en absoluto.
En la
medicina han ocurrido y ocurren sucesos equivalentes, todos
los días. ¿Hubo algún estudio serio para saber qué podía
ocurrir con las píldoras anticonceptivas como no fuera
utilizar de cobayo a varias generaciones de mujeres? No,
no hubo. ¿Hay estudios serios para saber qué ocurre con
la utilización de medicamentos potencialmente peligrosos
para el sistema nervioso? No, no hay. ¿Hubo algún
estudio acerca del efecto de las vacunas, especialmente
cuando se utilizan varias simultáneamente? No, tampoco
hubo. Solo hubo prisa para vender vía propaganda en los
medios mintiendo acerca de sus maravillosos resultados y
para satisfacer la voracidad insaciable de las empresas,
contando con la complicidad de médicos, asociaciones
médicas y casi todos los ministros de salud del planeta.
¿Sabían
ustedes que la inmensa mayoría de las investigaciones
médicas están subsidiadas por los poderosos laboratorios
médicos? Algunas directamente, poniendo la cara. Pero otras
indirectamente, a través de fundaciones financiadas en negro
para simular que se trata de resultados legítimamente
obtenidos. Y así validar la venta de sus productos.
Este
flautista de Hamelín nos conduce a la muerte, así de
sencillo.
Y ahora
sabemos que todo este sombrío panorama ya estaba prefigurado
y casi anunciado por la fundación de la “medicina moderna” y
su romance mortal con el capitalismo explotador y
depredador, del cual procede.
Y
seamos honestos: profundizando el escenario de su fundación,
no había otra posibilidad de que pasara todo lo que pasó.
¿Qué hacemos?
Si
gusta así, a seguir. Y sino, a cambiarla si se puede.
Es
simple: tratar de que a la próxima medicina, cuya necesidad
es perentoria, puedan fundarla médicos de verdad. Y no
empresarios, ni comerciantes, ni especuladores y vendedores
de algo.
Que,
simplemente, la medicina vuelva a ser protagonizada por
médicos y personal sanitario de buena formación y verdadera
vocación de servicio. Que retome su tendencia humanista. No
más médicos que miran pantallas en lugar de mirar al
paciente. Que no revisan y buscan en una computadora superar
su ignorancia y anclar su cobardía, amparándose en una
complicidad mafiosa si es que se equivocan.
Eso,
nada más. Que la medicina sea diseñada, pensada, planificada
y puesta en marcha por médicos que también posean mirada de
sanitarista. Como tiene que hacer, naturalmente y sin
esfuerzo, cualquier médico rural. Un verdadero médico
funciona así, tan interesado por la salud de sus pacientes
como por la de la sociedad en su conjunto. Aunque viva en
una ciudad de diez millones de habitantes.
De
manera que se impone un operativo inverso al que gestó este
engendro: es necesario terminar con la dependencia mafiosa
respecto de las empresas, romper con los medios y el poder
del dinero y reformular los planes de estudio de los médicos
y agentes sanitarios del futuro.
¿Qué
para esto hace falta otra sociedad, con diferentes valores y
con un “sentido común” opuesto al de este sistema?
Obvio
que sí.
De
manera que se impone repetir otra vez la monumental frase de
Wilhelm Reich, que también fue perseguido, juzgado y
condenado a prisión, donde murió:
Dr. Carlos Inza / Enero del 2019 / Lago Puelo -
Chubut
Recursos en internet
Cómo las farmacéuticas destruyeron a
la medicina
https://www.libertaddigital.com/opinion/adolfo-d-lozano/como-las-farmaceuticas-destruyeron-la-medicina-61516/
La medicina Rockefeller
https://melvecsblog.wordpress.com/2016/07/12/la-medicina-rockefeller/
El reporte Flexner de 1910
https://elinstigador.wordpress.com/2013/06/17/el-reporte-flexner-de-1910/
¿Se destruyó la medicina natural en
1910?
http://herbolariolaciudadela.es/se-destruyo-la-medicina-natural-1910/
Salud y rentabilidad económica / El
lobby farmacéutico industrial
https://www.bibliotecapleyades.net/ciencia/ciencia_industrybigpharma96.htm
Claude
Bernard y Louis Pasteur
La opinión de un hereje sobre el papel de la Influenza en la
Salud y la Enfermedad.
Germen vs Medio
https://saludsinmas.com/enfermedad/germen-vs-medio/
La microbiología oculta (I).
Profesor Pierre Jacques Antoine Béchamp (1816-1908)
(http://mundodespierta.com/2013/01/26/la-microbiologia-oculta-i-pro...
Medicina tradicional latino-americana
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