Para 
					explicar la aparición y difusión de las enfermedades, 
					Louis Pasteur defendía la teoría del germen (los 
					“microbios”: bacterias, parásitos, hongos, virus), mientras 
					que Claude Bernard y  Antoine Béchamp  postulaban la 
					teoría del terreno (estado general y sistema defensivo, 
					inmunológico). En vida triunfó Pasteur, cuyo modelo fue 
					funcional a la medicina acuñada por Carnegie y Rockefeller 
					pero, según variadas fuentes, en su lecho de muerte 
					pronunció una frase inútil que debería haber dicho mucho 
					antes. Dijo: “Bernard tenía razón, el germen no es 
					nada, el terreno lo es todo”. En fin, a pesar de 
					todo su innegable talento y sus aportes, Pasteur resultó un 
					arrepentido tardío más. La gran cuestión en discusión era (y 
					es) dilucidar si el origen de las enfermedades está afuera 
					(germen) o adentro (terreno).
					
					O sea: 
					el “culpable” y absoluto responsable de la enfermedad es un 
					agente “externo” (como una bacteria, por ejemplo) o lo es el 
					estado de salud de la persona afectada, que “llama” a la 
					enfermedad. Eso que se llama, sin entrar en detalles, 
					“estado general” o “capacidad y eficiencia del sistema 
					defensivo”. Uno podría,  fácilmente,  hacerse el democrático 
					y decir: ambas cosas. Pero no parece ser así: está 
					archi-demostrada la numerosa presencia de infinidad de virus 
					y bacterias en organismos sanos. Convivimos con 
					micro-organismos que son, muchas veces, indispensables para 
					nuestro funcionamiento normal como es el caso del sistema de 
					la microbiota intestinal. Pero, además, muchos de los 
					gérmenes aislados en caso de enfermedad son habituales de 
					nuestra flora microbiana. Por ejemplo: cuando uno cursa 
					Tisiología (la tuberculosis tenía el honor de disponer de 
					una materia exclusiva en los estudios médicos) se sorprende 
					al enterarse que el Mycobacterium tuberculosis es un 
					pasajero estándar, que mora en variados lugares del 
					organismo humano. Si uno pone cara de sorpresa, los 
					profesores y ayudantes hacen lo mismo, de manera que es 
					mejor no preguntarles nada. Pero la incógnita permanece, y 
					no es la única a lo largo de la carrera…
					
					¿Qué es 
					lo que decide que algún pasajero, hasta ese momento 
					pacífico, “decida” ponerse peligroso y agresivo? Pues bien, 
					suponiendo que sean los micro-organismos los agentes 
					etiológicos de variadas enfermedades (porque también esto 
					puede discutirse), sería correcto pensar que es el enfermo 
					quien les abre la puerta para producir un estado patológico. 
					Por ejemplo: si el estreptococo se encuentra en la faringe o 
					la boca sin producir infección y el estafilococo en la piel 
					sin ocasionar forúnculos, ¿cómo explicar la génesis de esas 
					alteraciones sin pensar que se deben a un déficit defensivo?
					
					Desde 
					todo punto de vista, la hipótesis de Bernard / Bechamp, 
					es más razonable y hasta más fácil de pensar, más natural. 
					Especialmente cuando uno dispone del diario del lunes y sabe 
					lo que se desconocía en esa época: que los mismos organismos 
					asociados a las enfermedades son parte de la flora habitual 
					en los tejidos animales, como es el caso de los humanos. Es 
					parecido a lo que ocurre comparando las hipótesis de Lamarck 
					y Darwin acerca de la evolución: el primero estaba más cerca 
					de la verdad porque no hacía de la supervivencia la 
					consecuencia meritocrática  de tener “mejores genes” o mayor 
					capacidad de pelea, sino que ponía el peso en la capacidad 
					de adaptarse o no al medio ambiente en el que les tocaba 
					vivir.
					
					Bueno, 
					el asunto es que al ser aceptadas las hipótesis de Pasteur, 
					el menú quedó servido en bandeja a los propósitos de 
					re-fundar la medicina, como querían y finalmente lograron 
					Rockefeller y Carnegie. 
					
					
					 
					
					Puede 
					verse claramente que la medicina y la cultura vigente 
					tomaron la línea Pasteur, tanto en la práctica de la 
					medicina (vacunas, antibióticos, pasteurización) como en su 
					influencia en el sistema de creencias: todo debe estar 
					desinfectado/inocuo, las bacterias y los virus “son malos” y 
					hay que destruirlos, etc. Hace falta mucha ignorancia o la 
					defensa de intereses perversos para sostener esas 
					“verdades”. Y hay más: no olvidemos al darwinismo como 
					justificación del saqueo social y la glorificación del 
					más fuerte, del triunfador a imagen y semejanza de los 
					empresarios mencionados. Especialmente el neo-darwinismo, 
					tan afín a otro neo: el neo-liberalismo. Son muchos “neo” 
					con olor a viejo. Todo encaja, como puede verse.
					
					
					Cómo era la medicina de ese tiempo
					
					Es 
					importante saber cómo se practicaba la medicina, cómo eran 
					los médicos y las creencias sobre salud, enfermedad y 
					tratamientos a principios del siglo XX, cuando todo cambió 
					abruptamente. Por empezar, y aunque no sea un detalle: 
					estamos hablando de la medicina de la civilización que se 
					apoderó del planeta y redujo a escombros a otras culturas 
					humanas o las desprestigió acusándolas de primitivas, poco 
					científicas o inservibles. O sea: hablamos del Poder que 
					validó únicamente a su concepción de “verdad científica” y 
					combatió otras maneras de ver la vida y la medicina en 
					particular. Incluso hacia dentro de su misma entraña: otras 
					maneras de entender los fenómenos de la salud, las 
					enfermedades y su tratamiento que habían nacido en Europa, 
					como la homeopatía, también cayeron adentro de la condena o 
					el desprestigio por ser consideradas “poco científicas”. O 
					lo que realmente les importaba: la homeopatía de 
					medicamentos confeccionados en pequeña escala por 
					farmacéuticos de verdad (y no por almaceneros disfrazados de 
					farmacéuticos) es poco rentable.
					
					Y este 
					es el punto central: ¿qué es lo que debe considerarse como “verdad 
					científica”? La respuesta es fácil, porque no pasa por 
					la filosofía o por la epistemología: en la pragmática vida 
					real, verdad es lo que dicen que es cierto quienes tienen el 
					poder. Así de sencillo y por variadas necesidades: 
					ideológicas, políticas o comerciales. Lo demás son 
					explicaciones académicas que justifican lo injustificable 
					porque, lo reconozcan o no, su subsistencia depende de 
					asegurar lo que sostienen quienes les pagan.
					
					Desde 
					el punto de vista de la investigación y el nivel de 
					elaboración teórica, la medicina estaba pasando por un 
					momento de riqueza, de capacidad en expansión. Los cirujanos 
					podían operar con anestesia, los investigadores avanzaban en 
					el conocimiento de las ciencias básicas que fundamentan a la 
					medicina (anatomía, histología, fisiología, bioquímica, 
					biofísica, patología) y las mentes más brillantes discutían 
					problemas profundos, como hemos visto en la polémica entre 
					Pasteur y Bernard/Bechamp. O sea: no era un momento que 
					necesitara salvadores providenciales porque incluso las 
					terapéuticas eran variadas (homeopatía, herboristería, 
					nutrición, medicinas físicas, cannabis, etc.) y nadie podía 
					condenar a otros acusándolos de “ejercicio ilegal de la 
					medicina”. 
					
					“Si uno decidía ser médico en el siglo XIX o 
					con anterioridad, aparte de las escuelas médicas en 
					funcionamiento, no era infrecuente lograr la titulación 
					médica gracias a recibir parte de la instrucción por medio 
					de correo. Lo cual es entendible en una época donde las 
					distancias eran mucho mayores. Además, había mucha mayor 
					diversidad de materias y disciplinas que estudiar como 
					médico. Dicho de otro modo, tampoco existía una rígida 
					homogeneidad en los programas. Así, por ejemplo, a 
					diferencia de hoy en día, un médico antiguamente solía tener 
					sólidos conocimientos de fitoterapia, botánica o nutrición.” 
					(Adolfo Lozano)
					
					La 
					falta de rigidez y dogmatismo favorecía a los pacientes y a 
					la medicina. 
					De hecho, aún hoy en día, podrán reconocerse a los pocos 
					espíritus libres que existen en la medicina, capaces de 
					tomar decisiones sin atenerse a ningún preconcepto y 
					pensando en lo mejor para cada persona en cada momento. Es 
					evidente la superioridad de esta concepción que no termina 
					en la medicina, por supuesto, sino que abarca a la vida 
					entera. No era una medicina burocrática como ésta que 
					padecemos: era creativa, abierta y centrada en el paciente, 
					al cual se miraba de frente, se escuchaba. ¡Y luego se 
					examinaba antes de llegar a una conclusión y tomar 
					decisiones: increíble!
					
					Es, 
					justamente, la violenta irrupción de las fuerzas del mercado 
					capitalista, lo que altera profundamente el desarrollo de la 
					medicina de ese tiempo. Y explica su mercantilismo, pero 
					también su gradual e inevitable “des-humanización” en el 
					trato y en los objetivos: 
					
					“La crisis en el sistema de salud moderno 
					está profundamente arraigada en la historia entrelazada de 
					la medicina moderna y el capitalismo corporativo. Los 
					principales grupos y fuerzas que dieron forma al sistema 
					médico sembraron las semillas de la crisis que ahora 
					enfrentamos. La profesión médica y otros grupos de interés 
					médico cada uno trató de hacer que la medicina sirviera sus 
					estrechos intereses económicos y sociales. Fundaciones y 
					otras instituciones de clase corporativa insistieron en que 
					la medicina sirviera a las necesidades de ‘su’ sociedad 
					capitalista corporativa. La dialéctica de sus esfuerzos 
					comunes y sus enfrentamientos, y las fuerzas económicas y 
					políticas puestas en marcha por sus acciones, dieron forma 
					al sistema a medida que crecía. De esta historia surgió un 
					sistema médico que sirve pobremente las necesidades de salud 
					de la sociedad”. (Extracto del libro “Rockefeller 
					Medicine Men”, de E. Richard Brown publicado en 1979).
					
					Podemos 
					ir viendo anticipadamente a los acontecimientos, que para 
					producir esta ruptura con su práctica y tradición, a estos 
					invasores les venían muy bien las ideas de Louis Pasteur. 
					Ellas les proporcionaban un objetivo concreto, específico y 
					un enemigo fácil de identificar. Y sencillo, especialmente 
					sencillo: un mecanismo causa/efecto cortito. Sin 
					meterse en “complicaciones sistémicas o emocionales” ni nada 
					por el estilo. Y no es que fuera innecesario lograr 
					instrumentos eficaces para resolver condiciones de salud 
					complicadas como en el caso de las infecciones graves. No, 
					el problema fue reducir la vasta y rica tradición médica a 
					la insignificancia de hoy metiéndola de cabeza nada más que 
					en campos donde el interés de las empresas se viera 
					beneficiado. Incluso estos grandes cambios en la medicina 
					fueron puestos en vigencia un tiempo antes del azaroso 
					descubrimiento de los antibióticos (Penicilina, por el 
					bacteriólogo Alexander Fleming, 1928: "No inventé a 
					la penicilina, la naturaleza lo hizo. Yo sólo 
					la descubrí por casualidad"), pero le prepararon el terreno.
					
					La 
					misma secuencia fue adoptada para desarrollar medicamentos 
					eficaces contra las enfermedades más y menos comunes. En 
					realidad es un error suponer que estos medicamentos se 
					desarrollaron “contra las enfermedades”. Solo se 
					desarrollaron para combatir los síntomas de las enfermedades 
					y favorecer a los laboratorios, que saben muy bien que: 
					“Paciente curado, cliente perdido”. Entonces eso tenemos: 
					medicamentos que se limitan a suprimir los síntomas, los 
					esconden, los desaparecen. 
					
					Es 
					importante notar, también, que los tratamientos de esta new-medicina 
					se basan, casi exclusivamente, en la administración de 
					drogas químicas, ya sea por vía oral o inyectable. Poca o 
					nula terapia física. Y lo han naturalizado: tratarse es 
					tomar algo o recibir la misma cosa vía inyección o suero. Se 
					han aprovechado de la oralidad de este varón y esta mujer 
					del patriarcado, de su voracidad, de su necesidad de seguir 
					siendo demasiado oral durante toda la vida, tal vez por no 
					destetar nunca.
					
					Y han 
					creado un tipo de médico especialmente diseñado para 
					satisfacer estas necesidades voraces: las de las empresas y 
					las de los habitantes de esta civilización. Son los 
					Médicos Mecánicos, los médicos que diseñó el mercado.
					
					
					Y 
					claro, Bertrand y Bechamp no les venían nada bien: 
					las conclusiones de sus teorías apuntaban a desarrollar una 
					medicina que mejorara el terreno, el estado general de las 
					personas. O sea: una medicina de apoyo, básicamente 
					preventiva por medio de nutrición, suplementos y actividad 
					física. Donde la prioridad fuera hacer énfasis en mantener 
					la salud y no en combatir la enfermedad. Y donde se 
					considerara a la persona en su conjunto y no solo en sus 
					aspectos exclusivamente físicos: una abstracción 
					insostenible salvo para el pensamiento esquizofrénico 
					dominante. Un resultado de estas ideas de Bertrand se 
					cristalizó en la poderosa Oligoterapia según Menetrier, 
					que no distingue entre psique y soma. Pero hay un problema 
					similar al de la homeopatía: ninguna de estas terapias de 
					apoyo es demasiado rentable para esos macrófagos que solo se 
					alimentan con dinero. Ni los suplementos, ni la nutrición 
					adecuada, ni el trabajo físico y los oligoelementos. Y si no 
					es negocio: fuera, al infierno de la pseudo-ciencia. El 
					proyecto tácito que implican estas ideas más abarcadoras y 
					respetuosas de la condición biológica, emocional y social de 
					los humanos no es el desarrollo de un mecánico, sino el de 
					un Médico Jardinero.
					
					
					Darwin les venía re-bien, pese a algunos escollos 
					teológicos. Fundamentaba la ley del más fuerte, la 
					vida-jungla, el sálvese quien pueda (pocos), felinos 
					carnívoros feroces, emprendedores triunfantes que se ríen de 
					los ineficientes fracasados. Al que no sirve hay que tirarlo 
					como descarte y listo: la vida es un espectáculo para 
					trepadores, audaces e integrantes de círculos privilegiados.
					
					
					Pero 
					Lamarck no les venía tan bien, con su hipótesis (más 
					razonable y menos despiadada) de que el proceso evolutivo se 
					explica por la capacidad adaptativa de las especies al medio 
					y no como consecuencia de una lucha salvaje por la 
					supervivencia.
					
					También 
					los documentales de Discovery Channel les vienen 
					bien: siempre felinos que persiguen, matan y devoran a sus 
					presas, al menos en horario central, el preferido por los 
					felinos para actuar. Es aleccionador acerca del sistema en 
					el cual nacimos, aunque estos carnívoros sean 
					porcentualmente ínfimos en el reino animal. Pero enseña, 
					clara y pedagógicamente, que la vida real se divide entre 
					depredadores y presas. Como para que cada espectador puede 
					ubicarse en lo que le toca: ser presa en el 99.99% de los 
					casos.
					
					Pero la 
					brillante bióloga Lynn Margulis y su descubrimiento 
					del imprescindible papel de las bacterias en el desarrollo y 
					diversidad de la vida por endosimbiosis tampoco les 
					viene bien. ¿Cómo es eso de que los enemigos mortales del 
					ser humano sean tan importantes en la evolución? Habrase 
					visto tamaño descaro. Es más: Margulis asegura que sin el 
					silencioso y notable trabajo de las bacterias no existiría 
					la diversidad de seres vivos que vivieron y viven en este 
					planeta, nosotros entre ellos. La mayor parte del tiempo que 
					la vida lleva en la Tierra (unos tres mil quinientos 
					millones de años) ha sido protagonizado por las bacterias, 
					que prepararon la atmósfera y fueron transformándose endo-simbióticamente 
					hasta formar la primera célula completa o eucariota, que es 
					la base de los tejidos animales y vegetales. Además, no 
					podríamos vivir sin la colonia bacteriana que portamos en 
					nuestro intestino.  
					
					En 
					realidad, la misma vida no les viene bien. Esa lucha 
					contra las bacterias se profundiza y sincera con el rechazo 
					y hasta la repugnancia que muchos experimentan contra 
					variedad de seres vivos.  O el desagrado poco disimulado al 
					dejar el mundo de cemento armado de las ciudades y entrar en 
					contacto directo con la naturaleza. Y si se suma la obsesión 
					por la limpieza (o, lo que es lo mismo, por la inasible 
					pureza) podríamos decir que se trata de simple miedo a la 
					vida, cuya expresión más concreta es el difundido Miedo a 
					la Libertad. Así son, palabra más o palabra menos, las 
					sociedades humanas contemporáneas, todavía sumamente 
					marcadas por la ferocidad criminal contra la vida que 
					caracteriza al patriarcado.
					
					
					(Nada 
					se pierde, nada se crea, todo se transforma. Nada está 
					orientado a la muerte. Todo está orientado hacia la vida)
					
					
					Cómo fue que el negocio de la salud destruyó a la medicina
					
					A 
					comienzos del siglo XX, el capitalismo tenía una fuerza 
					arrolladora, especialmente en Estados Unidos. Sus personajes 
					protagónicos disfrutaban de un poder enorme sobre la 
					sociedad y sus instituciones. Y de hecho modelaron al mundo 
					entero según sus necesidades. No había forma de detener a un 
					huracán como John Rockefeller, por ejemplo. 
					Especialmente si este zar del petróleo advertía que la 
					medicina era un negocio potencialmente fabuloso e 
					inagotable. Pero para lograrlo, junto a su adversario 
					Andrew Carnegie (los emprendedores afortunados se odian 
					a muerte entre ellos), necesitaba modificar de raíz la 
					práctica médica, incluyendo sus bases teóricas y los 
					programas de las escuelas de formación: los nuevos médicos 
					debían estudiar la nueva medicina en nuevas escuelas. Había 
					que crear un perfil de médico muy distinto al que existía, 
					había que excluir las ideas y prácticas que no congeniaran 
					con la conveniencia de los laboratorios declarándolas “poco 
					científicas, anti científicas y pseudo-científicas”. Y lo 
					lograron a placer: desde ellos en adelante la rica y 
					heterogénea medicina que se investigaba y se practicaba 
					dejaría su lugar a principios dogmáticos y recetas puramente 
					sintomáticas. 
					
					Para el resto (“lo alternativo”) estaba reservada la 
					descalificación sin argumentos y la hoguera.
					“Precisamente por aquel 
					entonces, a finales del XIX, la ya entonces prestigiosa 
					Asociación Americana de Medicina (AMA) decidió que 
					aquella heterogeneidad y libertad académica debía acabar, 
					siempre claro ‘por el bien público’. Con tal propósito creó 
					su Council on Medical Education. Sin embargo, sus miembros 
					no fueron capaces de ponerse de acuerdo en los estándares 
					obligatorios para ser médico.”
					
					A todos 
					nos hicieron creer que “lo alternativo” era posterior a la 
					“medicina científica”, pero no es verdad, es exactamente al 
					revés. Sería lógico suponer que Rockefeller, por ejemplo, 
					era un devoto de la medicina que él mismo había creado. 
					Error: se atendía con su médico homeópata personal, el 
					doctor H L Merryday y siguió haciéndolo hasta su muerte, a 
					los 97 años. ¡Él, que era cualquier cosa menos tonto, sabía 
					que la “medicina moderna y científica” que había inventado 
					era puro negocio! 
					
					“Para Rockefeller, la 
					medicina alopática era simplemente una forma de utilizar el 
					dinero que ganaba de Standard Oil para ganar incluso más 
					dinero a través de la industria farmacéutica. Lograr que las 
					personas permanezcan enfermas es un gran negocio, el 
					bienestar no es ni jamás ha sido el objetivo de la medicina 
					alopática.”
					
					
					El informe Flexner
					
					Como 
					los médicos de AMA no se ponían de acuerdo, aparecieron 
					prestamente los dos empresarios mencionados para ofrecer sus 
					ayuda y consejos, generosamente y sin ningún interés 
					personal, como no fuera quedarse con el nuevo y brillante 
					negocio. Veamos cómo fue:
					
					“A comienzos del siglo XX, 
					Andrew Carnegie y John D. Rockefeller comenzaron a 
					interesarse por las farmacéuticas. Así, Rockefeller 
					estableció en 1901 el Instituto para la Investigación Médica 
					dirigido, entre otros, por Simon Flexner, cuyo hermano era 
					del equipo de la conocida fundación Carnegie. En 1908, Henry 
					Pritchett, presidente de la fundación Carnegie, junto con 
					Abraham Flexner –el citado hermano de Simon– tuvieron una 
					decisiva reunión con la AMA para discutir sobre la 
					pretensión de estandarizar académicamente la profesión 
					médica. La AMA aceptó ser aconsejada por la visión del grupo 
					Carnegie.
					
					Dos años después, en 1910, Abraham Flexner 
					publicó un trabajo en el que abordaba los problemas de la 
					medicina de entonces y que supuestamente ofrecía soluciones 
					indiscutibles. Se trataba, o eso decían, de proteger a los 
					ciudadanos de médicos con una instrucción inadecuada. Como 
					ya podemos adivinar, una de las supuestas soluciones mágicas 
					de Flexner era obligar a los futuros médicos a poner un 
					énfasis mucho mayor en el estudio de la farmacología y los 
					fármacos.”
					
					
					
					Hemos 
					visto, antes, que el pensamiento y la práctica médica era 
					heterogénea y eso le otorgaba mucha riqueza. La farmacología 
					que luego se llamaría alopática, era parte de ella. Pero a 
					partir de la gran reforma que se estaba tramando en esos 
					años, seria única y excluyente.
					
					Gracias 
					al grosero y prepotente poder de la billetera, las cosas 
					cambiaron en poco tiempo porque fue una decisión política 
					adoptar las recomendaciones del Informe Flexner que, como 
					hemos visto había sido redactado por el grupo Carnegie y 
					estaba propulsado al estrellato por Rockefeller. 
					
					“Pues aquellas 
					recomendaciones venían de quienes podían ganar 
					económicamente más aumentando la influencia de la industria 
					farmacéutica. La implantación, finalmente, de muchas de 
					las medidas del reportaje Flexner se tradujeron en EEUU en 
					el cierre en menos de 30 años de la mitad de las escuelas 
					médicas por no ajustarse, entre otras, a esa devoción 
					hacia la farmacología. Si querías entonces continuar con una 
					escuela de medicina, ¿qué debías hacer? Enseñar farmacología 
					y renunciar a las horas de estudio de nutrición y 
					fitoterapia. Así, todas las escuelas que permanecieron en su 
					interés por la nutrición, la homeopatía y otras disciplinas 
					semejantes acabaron en la bancarrota.”
					
					Es muy 
					claro: ahora podemos entender porque la medicina oficial es 
					como es. No era así antes. Lo que acabamos de saber equivale 
					a enterarnos de que hubo una variedad de golpe de estado 
					dentro de la medicina. Y las sorpresas no parar aquí, 
					también podemos enterarnos cómo fue que ¡en la mismísima 
					China se impuso este modelo desalojando, casi, a la 
					milenaria, eficaz y prestigiosa medicina china!
					
					“Los Rockefeller fueron 
					absolutamente esenciales en la formación de la medicina 
					moderna de Estados Unidos y esto podría ser desechado como 
					una mera teoría de la conspiración por aquellos que no están 
					tan familiarizados con los Rockefeller o su influencia. Pero 
					esto se ha documentado muchas veces, de muchas maneras, y en 
					muchos lugares por muchas personas.
					
					Un libro publicado a través 
					de los auspicios de la Normal de Guangxi University Press, 
					publicado por un académico chino, titulado, “To 
					Change China: The Rockefeller Foundation’s Century Long 
					Journey in China“, 
					toma nota de eso, de nuevo, la Fundación Rockefeller fue 
					absolutamente esencial en la formación de la medicina 
					moderna de China, así como del sistema médico 
					estadounidense.”
					
					Podemos 
					hacernos cargo, entonces, de suscribir las siguientes líneas 
					sin que nos parezcan raras, exóticas o tendenciosas:
					
					“Las prescripciones 
					introdujeron un monopolio virtual de los médicos y sus 
					maestros de la industria farmacéutica, y la idea es lograr 
					que sea un verdadero monopolio en los próximos años. Desde 
					el lanzamiento de la “medicina” del bisturí y los 
					medicamentos en Estados Unidos, las redes de los Rotschild-Rockefeller 
					la han impuesto al resto del mundo. 
					
					Actualmente controlan todos 
					los “bandos” del campo de la medicina: la Organización 
					Mundial de la Salud (OMS), que han creado desde el 
					comienzo; las agencias de “protección” públicas como la 
					FDA y los Centros de Control y Prevención de 
					Enfermedades (CDC); el cártel farmacéutico, y las 
					organizaciones de médicos. Si a todo esto le añadimos que 
					son propietarios de los medios de comunicación y que 
					controlan el juego, todas estas organizaciones funcionan de 
					manera unitaria para alcanzar el mismo objetivo.”
					                
					(Las últimas citas han sido extraídas de “Human Race, Get 
					off your Knees”, de David Icke. Publicado en España por 
					Ediciones Obelisco bajo el título “El despertar del León”)
					A los 
					amantes acríticos e ingenuos de los “insospechados 
					organismos internacionales” que hablan objetivamente y en 
					nombre de Dios, como la OMS, le producirá un calambre esta 
					información. Pero revela hasta qué punto nos han vendido una 
					mentira atroz desde el nacimiento y prácticamente en todos 
					los campos. La medicina no podía estar fuera de la 
					escenografía en esta obra que podría llamarse Mentira 
					Mundial. Es obvio que no toda la producción de la OMS es 
					mentirosa, por ejemplo ciertos estudios y recomendaciones de 
					algunos grupos de expertos no lo son, pero la institución 
					globalmente sí es una mentira que apoya proyectos y 
					programas que solo benefician a las grandes empresas 
					productoras de medicamentos, vacunas y equipamiento médico.
					
					Hay 
					algo más acerca de las íntimas relaciones entre la industria 
					petrolera y la farmacéutica, que no parecieran tener 
					relación entre sí. Salvo para un tipo con la voracidad y la 
					capacidad de John Rockefeller. Y aquí está:
					
					“La creación de la medicina 
					occidental comienza con John D. Rockefeller (1839 – 1937) 
					quien fue un barón petrolero y el primer multimillonario de 
					los Estados Unidos. En las últimas décadas del siglo XIX y 
					usando ‘química orgánica’ o la química del carbono, se 
					crearon las industrias petroquímicas. Fue entonces que salió 
					a la luz que varios remedios herbales tradicionales 
					contenían ingredientes activos llamados ‘alcaloides’. Estos 
					alcaloides a menudo pueden ser producidos sintéticamente por 
					las industrias petroquímicas. A veces, el ingrediente activo 
					de una hierba medicinal podría modificarse y patentarse 
					químicamente. Este nuevo negocio se llamaba ‘industria 
					farmacéutica’. El 
					medicamento patentado resultante podría venderse con gran 
					beneficio, en comparación con la hierba de la que se deriva 
					originalmente.
					
					A comienzos del siglo XX, 
					Rockefeller controlaba el 90% de toda la producción de 
					petróleo en los EE. UU. A través de una multitud de 
					compañías petroleras de su propiedad. En 1900 solo existían 
					1.000 automóviles que quemaban gasolina. No se encontraron 
					muchas ganancias en los autos. La industria petroquímica, 
					sin embargo, estaba floreciendo. Las industrias 
					farmacéuticas prometieron ser la parte más rentable de la 
					industria petrolera. Rockefeller invirtió fuertemente en las 
					compañías farmacéuticas recientemente creadas. Formó 
					la Fundación Rockefeller en 1913 y se centró en las 
					industrias farmacéuticas y la educación médica.
					
					Andrew Carnegie, en 1900, 
					también era muy rico. Había hecho su fortuna original al 
					invertir en Columbia Oil en 1862; hizo una fortuna aún mayor 
					en acero y formó la Fundación Carnegie en 1905. La fundación 
					era conocida por su experiencia en la financiación y la 
					realización de proyectos educativos.” (Vimos el Informe 
					Flexner, por ejemplo)
					                
					(Por Ian 
					Faulkner, originalmente publicado en Elephant 
					Journal)
					
   
					
					
					John Rockefeller  /  Andrew Carnegie
					
					
					Las consecuencias de esta fundación: una medicina fría, 
					superficial, dogmática y mercantilista
					
					Y ahora 
					que sabemos todo esto, digamos algo. 
					
					La 
					primera impresión podría ser: “Con razón, ahora me explico, 
					está todo muy claro, ahora todo me cierra”. O también: 
					“¿Cómo no me enteré antes de todo esto, aunque lo sospechara 
					no lo sabía con precisión y detalle”. Al menos es lo que 
					sentí y pensé. Y también la poca gente a la que le comuniqué 
					el contenido de este artículo. Porque hay algo que subyace 
					en todo encuentro con la medicina moderna y es imposible no 
					preguntarse: ¿Por qué es tan atrozmente mercantilista? ¿Por 
					qué es tan dogmática y expulsa a los que piensan diferente? 
					¿Por qué no está integrada con otras vertientes que la 
					enriquecerían? ¿Por qué, si es tan avanzada como dicen, es 
					meramente sintomática, no cura a nadie que tenga una 
					enfermedad crónica y hay que tomar sus medicamentos de por 
					vida? ¿Por qué no hay médicos clínicos de verdad, que puedan 
					sintetizar la información formulando un diagnóstico claro y 
					ordenar el caos farmacológico que predomina en la medicina 
					moderna, en la cual una persona puede tomar hasta diez 
					medicamentos distintos, todos con sus contraindicaciones y 
					posibles efectos adversos y secundarios? ¿Por qué, dentro de 
					su teoría y práctica, no existe una visión integrada de las 
					enfermedades humanas que son, inevitablemente, socio-psico-somáticas? 
					¿Por qué los medicamentos son tan caros y las patentes se 
					pagan con la sangre y la vida de los pacientes? ¿Por qué 
					parece estar siempre asociada al poder? ¿Por qué es tan 
					groseramente contradictoria con su tradición y su lugar 
					histórico en todas culturas humanas, en las cuales siempre 
					predominó la actitud amorosa y contenedora con quienes están 
					o se sienten enfermos?
					
					Muchas 
					preguntas y ninguna flor.
					
					Además 
					de la clara intencionalidad de los fundadores de esta 
					medicina, hay algo en la caracterología social básica que 
					puede haber contribuido a aceptarla voluntariamente. Y es su 
					adjudicación “al afuera” como causa principal de las 
					enfermedades. Si los “gérmenes” tienen la culpa, no podemos 
					hacer nada para evitarlo, salvo vacunaciones y otros 
					operativos dudosos. Así estamos exentos de responsabilidad y 
					mantenemos cierta pasividad que nos expone fácilmente “a la 
					furia de los elementos”, a la naturaleza (que es “mala”).
					
					
					Y esa 
					es la clave y parte del efecto buscado: nos exime de 
					responsabilidad. Al contrario de las postulaciones de 
					Bertrand y Bechamp, que proponen un terreno fértil, bien 
					abonado y adecuadamente sembrado y regado como defensa 
					principal. 
					
					Pero 
					así el negocio sería poco rentable. Entonces se pone en 
					marcha la mafia Rockefeller-Carnegie-AMA y prepara, no solo 
					facultades de medicina donde solo se enseña la línea oficial 
					o alopática, sino que también manda una horda de 
					“visitadores médicos” que empiezan a rodear y seducir a sus 
					presas…¡antes de haberse recibido de médicos! Así es la 
					experiencia de todos los estudiantes de medicina: en quinto 
					y sexto año de la carrera ya nos merodean con “muestras 
					gratis” que nos halagan y preparan. Lejos estamos de saber, 
					en ese momento, que en realidad las muestras gratis 
					terminaremos siendo nosotros si es que algún laboratorio 
					importante no nos elije para hacer una “carrera brillante”. 
					O sea: para invertir en nosotros. 
					
					Y es 
					fácil comprender que después de haber aceptado ese 
					incipiente y módico acto de corrupción, es necesaria mucha 
					claridad y mucha valentía para decir que NO. Y que les quede 
					claro: NO ES NO.
					
					Pero 
					ese es el comienzo de la trampa. Después es muy probable que 
					desaparezca la conciencia crítica y hasta la consulta de los 
					buenos libros, que siempre aconsejarán la estricta y 
					necesaria concurrencia de varios factores objetivos como 
					requisito para indicar correctamente cualquier medicación. 
					La práctica, el vértigo de la profesión y las necesidades 
					económicas hacen el resto: todos o casi todos los médicos 
					medican innecesariamente con antibióticos en cuadros banales 
					o que pueden resolverse sin utilizarlos. Lo mismo rige para 
					otros medicamentos potencialmente peligrosos, los 
					antibióticos no son los únicos, pero constituyen un ejemplo 
					importante.
					
					Y el 
					tema es muy grave, porque en poco tiempo más estaremos en la 
					era post-antibióticos. 
					O sea: no tendremos medicamentos útiles en cuadros que 
					verdaderamente los requieran porque las bacterias (que son 
					más inteligentes que nosotros) han mutado para esquivar el 
					efecto letal del antibiótico. Y todo por la estupidez de 
					recetarlos como si fueran pastillas de menta. Es más: han 
					logrado que mucha gente vaya a la farmacia, cuente que “se 
					siente con fiebre” y le duele la garganta para que un 
					ignorante dependiente de farmacia que hace un mes que 
					trabaja le “recete” un Amoxidal. El dependiente no tiene 
					tanta responsabilidad en este acto casi delictivo. El 
					farmacéutico es claramente responsable, así como los médicos 
					que recetaron lo mismo con los mismos síntomas infinidad de 
					veces. Y el laboratorio es responsable, con sus campañas de 
					marketing y su presión sobre los médicos para que receten 
					sin pensar.
					
					Pero 
					cuentan con gran parte de la sociedad como asociados. En 
					todas partes: en las mega-urbes pero también en los poblados 
					del interior. Y me consta porque lo viví. Estaba a cargo de 
					un centro asistencial en Toay, La Pampa. Era un maravilloso 
					plan de salud en toda la provincia, los médicos estábamos 
					con dedicación exclusiva y teníamos medicamentos básicos y 
					leche que entregábamos gratuitamente. Dos o tres veces por 
					semana iba a atender un pediatra bien formado en el Hospital 
					de Niños de Buenos Aires, que había recibido la buena 
					influencia del Dr. Florencio Escardó. Él revisaba 
					concienzudamente a los chicos y en el 90% de los casos 
					recetaba nebulizaciones y tranquilizaba a las madres, 
					diciéndoles que el pequeño apenas estaba acatarrado, se 
					encontraba bien y no requería antibióticos. Que lo llevara 
					en dos días para volver a verlo y evaluar la situación. 
					Claro decían las madres, pero la mitad de ellas cruzaba la 
					plaza, se metía en la farmacia y compraba un antibiótico sin 
					que el farmacéutico se tomara la molestia de pedirle la 
					receta. Sin comentario. 
					
					Rara 
					vez un paciente acepta que el médico modelo rara-avis 
					le diga: “Así está bien, no necesita medicación”. Es duro 
					decirlo, pero la verdad es que a la mayoría de los pacientes 
					actuales no les importa que los traten como ganado, que 
					apenas los miren y no los revisen. Todo lo que quieren es 
					salir del consultorio con una receta. Nunca lo sabrán, tal 
					vez, pero fueron a hacerse atender para “deslindar 
					responsabilidades”, que transfieren al médico que los 
					atiende. Y este también deslinda responsabilidad delegándola 
					en la medicación que receta: es un juego así de sucio, un 
					manejo turbio por donde se lo mire.
					
					Se verá 
					que la estrategia Bernard-Bechamp es muy otra y compromete 
					activamente, pone como protagonista a la persona por lo que 
					haga o deje de hacer. Claro: es incómoda, ¿no? Hay que 
					preocuparse por la nutrición, que incluye la necesidad de 
					suplementos ya que no hay dietas perfectas y los alimentos 
					han perdido parte de su potencial nutritivo. Y también hay 
					que diseñarse un programa de trabajo físico, variado y 
					personal.
					
					Otra 
					cuestión es el “aporte” de los medios de comunicación y 
					la publicidad. Ya hemos visto una referencia a la 
					cuestión al enterarnos de que los que tienen tanto poder 
					como para hacer lo que quieren con la medicina,  son también 
					los dueños de los medios de comunicación o están 
					relacionados con ellos “por cuestiones de negocios” . Y está 
					claro que no van a entrar en contradicción con sus propios 
					intereses económicos. De manera que, si es necesario, 
					mentirán con naturalidad en cada nota que publiquen sobre 
					salud o negocios afines. Van a poner “de moda” enfermedades 
					que no existen o “cuidados” que exigen el consumo, 
					casualmente, de lo que venden sus empresas propias o 
					relacionadas. Incluso cuentan con figurones tipo Premio 
					Nobel que también pueden mentir a gusto sabiendo que van a 
					ser creídos. O van a inventar Super Expertos y citar a “los 
					científicos”  con tal de vender lo que sea. Es más: han dado 
					el paso de disfrazar a médicos y odontólogos para vender 
					productos vía publicidad televisiva. Y no importa si son 
					profesionales verdaderos o no: es igualmente inmoral. 
					
					
					Es una 
					muy posible buena investigación para especialistas en 
					comunicación estudiar la sincronía entre lo que publican los 
					medios como “información” preparando el terreno y la 
					simultanea oferta que hacen los laboratorios. Han mentido a 
					troche y moche sin que les tiemble un solo músculo de la 
					cara. Es más: han inventado enfermedades que no existen 
					para que los laboratorios pudieran vender medicamentos 
					nuevos que carecían de mercado hasta que los medios y la 
					publicidad se los crearon. 
					
					Es un 
					delito, lisa y llanamente.
					
					Así 
					como es una canallada perseguir a quienes no comparten los 
					supuestos de esta medicina y proponen otra. Si se ensañan 
					con alguien, como ha sido el caso del Dr. Hamer, 
					pueden ser sádicos y casi torturadores en la persecución 
					judicial y penal. Pueden prohibir el ejercicio profesional y 
					hasta condenar a la cárcel. Realmente es deshonroso para la 
					profesión y exhibe con claridad la utilización del poder 
					hasta llegar a la crueldad con quienes lo desafían. En el 
					caso de Hamer fue porque su posición, que se divulgó 
					rápidamente, amenazaba al negocio de la quimioterapia. O 
					sea: había pasado el umbral de lo tolerable para la mafia 
					que maneja la salud pública y privada. (Atentaron contra su 
					vida, también)
					
					Esto es 
					una conducta delictiva y mafiosa, sin lugar a dudas. 
					
					
					También 
					han mentido y mienten descaradamente acerca de la eficacia 
					de la medicina moderna para tratar las enfermedades que 
					producen mayor mortalidad. La terapia del cáncer, por 
					ejemplo, es un absoluto fracaso. Solo manipulan estadísticas 
					para ocultar los verdaderos resultados: parece que es fácil 
					hacerlo para demostrar cualquier cosa que convenga 
					demostrar. Eso les permite seguir con el fabuloso negocio de 
					la quimioterapia, alegremente auspiciado por oncólogos que 
					en su mayoría carecen de escrúpulos, pero también de 
					conocimientos.
					
					Con la 
					cardiología ocurre algo parecido: fuera del avance que 
					constituyen los métodos de intervención quirúrgica, no hay 
					verdadero adelanto. Y a propósito: según estadísticas 
					confiables, en Estados Unidos las tres causas de muerte más 
					relevantes son las enfermedades cardiovasculares, los 
					cánceres y… ¡la medicina! Sí, la propia medicina con sus 
					errores de diagnóstico, el efecto indeseado de los 
					medicamentos y las técnicas invasivas.
					
					El 
					panorama es deprimente, pero es la realidad. Y es la 
					consecuencia del modelo médico que funciona desde hace un 
					siglo: su responsabilidad es innegable. Diseñaron otra 
					medicina y formaron médicos aptos para ejercerla. Y no 
					pueden estar orgullosos de los resultados: no tienen casi 
					nada bueno para mostrar, salvo la medicina de urgencia y la 
					cirugía, por eso de que son buenas disciplinas para 
					mecánicos. 
					
					Es 
					desolador, también, que la sociedad parezca aplaudir la 
					fragmentación en especialistas y sub-especialistas que llega 
					hasta el absurdo de que haya quienes se dedican 
					exclusivamente ¡a la rodilla derecha, por ejemplo! (O al 
					codo izquierdo, y así sucesivamente). Esos “emperadores del 
					pañuelito” nunca podrán mirar y entender a un ser humano. 
					Pero han vendido bien el verso de la eficacia como 
					justificación de su trabajo y supervivencia. Lo cual es 
					admisible en ciertas y determinadas ocasiones. Pero no me 
					digan que para tener un especialista en rodilla derecha hace 
					falta ser médico, estudiar tantos años y reflexionar sobre 
					la práctica como necesario perfeccionamiento. Para lograr 
					técnicos eficaces en el tratamiento de la rodilla derecha 
					bastaría con un terciario o estudios universitarios mínimos.
					
					En gran 
					parte debemos esta crisis de la medicina moderna a ideas 
					delirantes acerca de la realidad pero sólidamente instaladas 
					en el sistema de creencias admitido y aceptado por gran 
					parte de la sociedad humana. Creer que toda cosa nueva es 
					buena, por ejemplo, es una tontería que solo favorece a 
					los que producen y venden “lo nuevo”. Creer que todo lo 
					nuevo es producto de un “avance de la ciencia y la técnica” 
					es otro dislate. 
					
					Pero la 
					locura máxima e inigualable es suponer que estamos en lucha 
					contra la naturaleza para vencerla, para domesticarla y 
					dominarla. Y es una locura peligrosa porque nos está 
					condenando a la extinción si no torcemos este camino 
					suicida. A los protagonistas de la catástrofe climática o 
					irreversible calentamiento planetario (hipócritamente 
					llamado “cambio climático”) como Rockefeller o Carnegie 
					no les importó otra cosa que hacer dinero, aunque ignoraran 
					las consecuencias a largo plazo de lo que ponían en juego. 
					“Aprendices de brujo”, decía mi viejo con toda razón. Pero 
					después, claro que empezamos a darnos cuenta de las nefastas 
					consecuencias sobre el clima con la evidente 
					desestabilización de los sistemas ecológicos. Solo que a los 
					responsables de tomar alguna decisión en contrario no les 
					importó en absoluto.
					
					En la 
					medicina han ocurrido y ocurren sucesos equivalentes, todos 
					los días. ¿Hubo algún estudio serio para saber qué podía 
					ocurrir con las píldoras anticonceptivas como no fuera 
					utilizar de cobayo a varias generaciones de mujeres? No, 
					no hubo. ¿Hay estudios serios para saber qué ocurre con 
					la utilización de medicamentos potencialmente peligrosos 
					para el sistema nervioso? No, no hay. ¿Hubo algún 
					estudio acerca del efecto de las vacunas, especialmente 
					cuando se utilizan varias simultáneamente? No, tampoco 
					hubo. Solo hubo prisa para vender vía propaganda en los 
					medios mintiendo acerca de sus maravillosos resultados y 
					para satisfacer la voracidad insaciable de las empresas, 
					 contando con la complicidad de médicos, asociaciones 
					médicas y casi todos los ministros de salud del planeta.
					
					¿Sabían 
					ustedes que la inmensa mayoría de las investigaciones 
					médicas están subsidiadas por los poderosos laboratorios 
					médicos? Algunas directamente, poniendo la cara. Pero otras 
					indirectamente, a través de fundaciones financiadas en negro 
					para simular que se trata de resultados legítimamente 
					obtenidos. Y así validar la venta de sus productos.
					
					Este 
					flautista de Hamelín nos conduce a la muerte, así de 
					sencillo.
					
					Y ahora 
					sabemos que todo este sombrío panorama ya estaba prefigurado 
					y casi anunciado por la fundación de la “medicina moderna” y 
					su romance mortal con el capitalismo explotador y 
					depredador, del cual procede.
					
					Y 
					seamos honestos: profundizando el escenario de su fundación, 
					no había otra posibilidad de que pasara todo lo que pasó.
					
					
					
					¿Qué hacemos?
					
					Si 
					gusta así, a seguir. Y sino, a cambiarla si se puede. 
					
					
					Es 
					simple: tratar de que a la próxima medicina, cuya necesidad 
					es perentoria, puedan fundarla médicos de verdad. Y no 
					empresarios, ni comerciantes, ni especuladores y vendedores 
					de algo.
					
					Que, 
					simplemente, la medicina vuelva a ser protagonizada por 
					médicos y personal sanitario de buena formación y verdadera 
					vocación de servicio. Que retome su tendencia humanista. No 
					más médicos que miran pantallas en lugar de mirar al 
					paciente. Que no revisan y buscan en una computadora superar 
					su ignorancia y anclar su cobardía, amparándose en una 
					complicidad mafiosa si es que se equivocan. 
					
					Eso, 
					nada más. Que la medicina sea diseñada, pensada, planificada 
					y puesta en marcha por médicos que también posean mirada de 
					sanitarista.  Como tiene que hacer, naturalmente y sin 
					esfuerzo, cualquier médico rural. Un verdadero médico 
					funciona así, tan interesado por la salud de sus pacientes 
					como por la de la sociedad en su conjunto. Aunque viva en 
					una ciudad de diez millones de habitantes.
					
					De 
					manera que se impone un operativo inverso al que gestó este 
					engendro: es necesario terminar con la dependencia mafiosa 
					respecto de las empresas, romper con los medios y el poder 
					del dinero y reformular los planes de estudio de los médicos 
					y agentes sanitarios del futuro.
					
					¿Qué 
					para esto hace falta otra sociedad, con diferentes valores y 
					con un “sentido común” opuesto al de este sistema?
					
					Obvio 
					que sí.
					
					De 
					manera que se impone repetir otra vez la monumental frase de 
					Wilhelm Reich, que también fue perseguido, juzgado y 
					condenado a prisión, donde murió:
					
					 
					Dr. Carlos Inza  /  Enero del 2019 /  Lago Puelo - 
					Chubut
					Recursos en internet
					Cómo las farmacéuticas destruyeron a 
					la medicina
					
					
					
					https://www.libertaddigital.com/opinion/adolfo-d-lozano/como-las-farmaceuticas-destruyeron-la-medicina-61516/
					La medicina Rockefeller
					
					
					
					https://melvecsblog.wordpress.com/2016/07/12/la-medicina-rockefeller/
					El reporte Flexner de 1910
					
					
					
					https://elinstigador.wordpress.com/2013/06/17/el-reporte-flexner-de-1910/
					¿Se destruyó la medicina natural en 
					1910?
					
					
					
					http://herbolariolaciudadela.es/se-destruyo-la-medicina-natural-1910/
					Salud y rentabilidad económica / El 
					lobby farmacéutico industrial
					
					
					https://www.bibliotecapleyades.net/ciencia/ciencia_industrybigpharma96.htm
					Claude 
					Bernard y Louis Pasteur 
					
					
					
					La opinión de un hereje sobre el papel de la Influenza en la 
					Salud y la Enfermedad.
					Germen vs Medio
					
					
					
					https://saludsinmas.com/enfermedad/germen-vs-medio/
					La microbiología oculta (I). 
					Profesor Pierre Jacques Antoine Béchamp (1816-1908)
					
					
					
					(http://mundodespierta.com/2013/01/26/la-microbiologia-oculta-i-pro...
					
					
					Medicina tradicional latino-americana
					 
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