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La medicina moderna fue fundada hace un siglo por dos empresarios

No fueron los médicos quienes la impulsaron: a comienzos del siglo XX, Andrew Carnegie y John D. Rockefeller comenzaron a interesarse por las farmacéuticas. Y, gracias al poder que tenían modificaron a la medicina entera: su teoría, su práctica y la formación de los médicos.

   

 

                                                                                                                                        

De qué estamos hablando / Cómo era la medicina de ese tiempo / Cómo fue que el negocio de la salud destruyó a la medicina / El informe Flexner / Las consecuencias de esta fundación: una medicina fría, superficial, dogmática y mercantilista / ¿Qué hacemos?

Debería ser inevitable hacerse algunas preguntas acerca de la medicina moderna, ya sea que uno esté relacionado con esa actividad en estilo laboral o revista en la categoría de paciente. Por ejemplo: preguntarse por qué el lucro predomina en sus objetivos. Porque razón es “tan avanzada” pero solo desarrolla medicamentos con efectos sintomáticos que no curan a nadie pero mantienen como cautivos a todos y de por vida. O porqué sigue siendo un instrumento de control social y dominación. Pero no es así, lo de hacerse preguntas: se admite como verdad revelada que “la ciencia siempre avanza”, que “lo nuevo siempre es mejor que lo viejo” y que “la medicina es básicamente humanista y la responsable principal del aumento en la expectativa de vida”. Ninguna de estas aseveraciones es cierta. Pero además,  hay otros ingredientes en este menú que amenazan con producir indigestión aguda.

De qué estamos hablando

Uno podría preguntarse, por ejemplo, qué relación hay entre los intereses económicos y la práctica médica. O entre la aparente sabiduría de los académicos de la medicina y los intereses económicos y políticos. O interrogarse acerca de la “inocencia, eficacia y necesidad de las vacunas”. Que se incorporan en la categoría “sentido común” del sistema de creencias. O, finalmente, admitir que a la medicina moderna la salud de la gente no le interesa en absoluto: su negocio es ocuparse de la enfermedad y no curarla nunca. Y algo más: uno de sus costados más oscuros son sus implicancias ideológicas y políticas, el efecto de sometimiento, adiestramiento en valores perversos y disciplinamiento que implica la influencia de los médicos y sus opiniones sobre variados temas que hacen al presente y futuro de las sociedades humanas: desde el aborto al sentido de la vida o el uso de medicamentos “tranquilizantes” (anestesiantes). Ningún tema le está vedado al que pone cara seria,  opina desde un pedestal y cuenta con el aval silencioso de quien se somete a la autoridad, cualquiera sea. Una realidad de poder de consultorio que, hace un tiempo, una psicoanalista amiga definió así: “son emperadores del pañuelito”.

Por eso es importante saber cómo era la medicina antes y después de Carnegie y Rockefeller. Claro: hablamos de la medicina que nació en “los países civilizados”, los dueños del planeta, porque esa fue la medicina que finalmente triunfó y se expandió por todas partes, a veces a sangre y fuego.

Descartemos por ahora a las medicinas tradicionales, a las de culturas populares o a las de civilizaciones deslumbrantes como la china. En Europa y Estados Unidos, durante la última mitad del siglo XIX, la medicina era una ciencia y un arte en pleno desarrollo. Existían científicos y médicos realmente talentosos y con un nivel de aportes y discusión notables. Ellos fueron la última generación de médicos brillantes y que por serlo, muchas veces también eran artistas. Dependerá de la edad y la memoria, pero todavía muchos recordamos hacer conocido, visto o escuchado a médicos inteligentes y profundos. Y no es lo que sucede en la actualidad: la chatura y bajo nivel cultural de la mayoría de los médicos contemporáneos no es casual, obedece a una concreta degradación de la profesión y a la necesidad de formar mecánicos disfrazados de médicos, tal cual se verá.

Médicos coherentes con las necesidades de la industria farmacéutica y fabricante de tecnología médica, dos negocios fenomenales  y siempre recomendados para inversionistas, junto con la fabricación de armas ya que ambos cierran un círculo perfecto de maldad. Médicos sin capacidad crítica que asumen todo lo que aprendieron en la facultad como verdad revelada que no debe ser sometida a análisis y crítica. O sea: buenos soldaditos que renuncian desde el comienzo de su formación a ser científicos y se comportan como técnicos más o menos calificados. Es obvio que la ideología de base que está en la formación de “los ciudadanos corrientes” es la misma para todos. Y en el caso de la medicina: nada de discutir, nada de profundizar ni pensar por cuenta propia, nada de cuestionar las líneas básicas de diagnóstico y tratamiento. Pero sí vender una imagen de saber y suficiencia que los pacientes necesitan para creer en ellos.

Y como todo no es blanco o negro puede exceptuarse de la crítica a dos áreas de trabajo donde esta medicina mecanicista demuestra eficiencia: las urgencias y la cirugía. El resto es un tembladeral y una práctica que solo pueden legitimar el poder y la ignorancia. Puede exceptuarse, también, el uso de los antibióticos en infecciones severas que no tienen otra forma de ser controladas (de cada cien administraciones de antibióticos, probablemente solo de 3 a 5 sean justificadas). Y también está el polémico uso de las vacunas, otro tema importante. Pero veamos cuál fue la gran discusión de la medicina a fines del siglo XIX, porque ese gran debate prefiguró a la medicina impuesta por el tándem empresario. Entonces, tres o cuatro científicos de renombre acaparaban la atención y producían discusiones apasionantes. Louis Pasteur y Claude Bernard junto con Antoine Bechamp encabezaban miradas distintas y contradictorias para entender los fenómenos que explicaban las enfermedades. Especialmente las enfermedades infecciosas, que constituían en esa época el problema más importante a resolver por la medicina.

            

 

Louis Pasteur / Claude Bernard / Antoine Bechamp

 

Para explicar la aparición y difusión de las enfermedades, Louis Pasteur defendía la teoría del germen (los “microbios”: bacterias, parásitos, hongos, virus), mientras que Claude Bernard y  Antoine Béchamp  postulaban la teoría del terreno (estado general y sistema defensivo, inmunológico). En vida triunfó Pasteur, cuyo modelo fue funcional a la medicina acuñada por Carnegie y Rockefeller pero, según variadas fuentes, en su lecho de muerte pronunció una frase inútil que debería haber dicho mucho antes. Dijo: “Bernard tenía razón, el germen no es nada, el terreno lo es todo”. En fin, a pesar de todo su innegable talento y sus aportes, Pasteur resultó un arrepentido tardío más. La gran cuestión en discusión era (y es) dilucidar si el origen de las enfermedades está afuera (germen) o adentro (terreno).

O sea: el “culpable” y absoluto responsable de la enfermedad es un agente “externo” (como una bacteria, por ejemplo) o lo es el estado de salud de la persona afectada, que “llama” a la enfermedad. Eso que se llama, sin entrar en detalles, “estado general” o “capacidad y eficiencia del sistema defensivo”. Uno podría,  fácilmente,  hacerse el democrático y decir: ambas cosas. Pero no parece ser así: está archi-demostrada la numerosa presencia de infinidad de virus y bacterias en organismos sanos. Convivimos con micro-organismos que son, muchas veces, indispensables para nuestro funcionamiento normal como es el caso del sistema de la microbiota intestinal. Pero, además, muchos de los gérmenes aislados en caso de enfermedad son habituales de nuestra flora microbiana. Por ejemplo: cuando uno cursa Tisiología (la tuberculosis tenía el honor de disponer de una materia exclusiva en los estudios médicos) se sorprende al enterarse que el Mycobacterium tuberculosis es un pasajero estándar, que mora en variados lugares del organismo humano. Si uno pone cara de sorpresa, los profesores y ayudantes hacen lo mismo, de manera que es mejor no preguntarles nada. Pero la incógnita permanece, y no es la única a lo largo de la carrera…

¿Qué es lo que decide que algún pasajero, hasta ese momento pacífico, “decida” ponerse peligroso y agresivo? Pues bien, suponiendo que sean los micro-organismos los agentes etiológicos de variadas enfermedades (porque también esto puede discutirse), sería correcto pensar que es el enfermo quien les abre la puerta para producir un estado patológico. Por ejemplo: si el estreptococo se encuentra en la faringe o la boca sin producir infección y el estafilococo en la piel sin ocasionar forúnculos, ¿cómo explicar la génesis de esas alteraciones sin pensar que se deben a un déficit defensivo?

Desde todo punto de vista, la hipótesis de Bernard / Bechamp, es más razonable y hasta más fácil de pensar, más natural. Especialmente cuando uno dispone del diario del lunes y sabe lo que se desconocía en esa época: que los mismos organismos asociados a las enfermedades son parte de la flora habitual en los tejidos animales, como es el caso de los humanos. Es parecido a lo que ocurre comparando las hipótesis de Lamarck y Darwin acerca de la evolución: el primero estaba más cerca de la verdad porque no hacía de la supervivencia la consecuencia meritocrática  de tener “mejores genes” o mayor capacidad de pelea, sino que ponía el peso en la capacidad de adaptarse o no al medio ambiente en el que les tocaba vivir.

Bueno, el asunto es que al ser aceptadas las hipótesis de Pasteur, el menú quedó servido en bandeja a los propósitos de re-fundar la medicina, como querían y finalmente lograron Rockefeller y Carnegie.

 

Puede verse claramente que la medicina y la cultura vigente tomaron la línea Pasteur, tanto en la práctica de la medicina (vacunas, antibióticos, pasteurización) como en su influencia en el sistema de creencias: todo debe estar desinfectado/inocuo, las bacterias y los virus “son malos” y hay que destruirlos, etc. Hace falta mucha ignorancia o la defensa de intereses perversos para sostener esas “verdades”. Y hay más: no olvidemos al darwinismo como justificación del saqueo social y la glorificación del más fuerte, del triunfador a imagen y semejanza de los empresarios mencionados. Especialmente el neo-darwinismo, tan afín a otro neo: el neo-liberalismo. Son muchos “neo” con olor a viejo. Todo encaja, como puede verse.

Cómo era la medicina de ese tiempo

Es importante saber cómo se practicaba la medicina, cómo eran los médicos y las creencias sobre salud, enfermedad y tratamientos a principios del siglo XX, cuando todo cambió abruptamente. Por empezar, y aunque no sea un detalle: estamos hablando de la medicina de la civilización que se apoderó del planeta y redujo a escombros a otras culturas humanas o las desprestigió acusándolas de primitivas, poco científicas o inservibles. O sea: hablamos del Poder que validó únicamente a su concepción de “verdad científica” y combatió otras maneras de ver la vida y la medicina en particular. Incluso hacia dentro de su misma entraña: otras maneras de entender los fenómenos de la salud, las enfermedades y su tratamiento que habían nacido en Europa, como la homeopatía, también cayeron adentro de la condena o el desprestigio por ser consideradas “poco científicas”. O lo que realmente les importaba: la homeopatía de medicamentos confeccionados en pequeña escala por farmacéuticos de verdad (y no por almaceneros disfrazados de farmacéuticos) es poco rentable.

Y este es el punto central: ¿qué es lo que debe considerarse como “verdad científica”? La respuesta es fácil, porque no pasa por la filosofía o por la epistemología: en la pragmática vida real, verdad es lo que dicen que es cierto quienes tienen el poder. Así de sencillo y por variadas necesidades: ideológicas, políticas o comerciales. Lo demás son explicaciones académicas que justifican lo injustificable porque, lo reconozcan o no, su subsistencia depende de asegurar lo que sostienen quienes les pagan.

Desde el punto de vista de la investigación y el nivel de elaboración teórica, la medicina estaba pasando por un momento de riqueza, de capacidad en expansión. Los cirujanos podían operar con anestesia, los investigadores avanzaban en el conocimiento de las ciencias básicas que fundamentan a la medicina (anatomía, histología, fisiología, bioquímica, biofísica, patología) y las mentes más brillantes discutían problemas profundos, como hemos visto en la polémica entre Pasteur y Bernard/Bechamp. O sea: no era un momento que necesitara salvadores providenciales porque incluso las terapéuticas eran variadas (homeopatía, herboristería, nutrición, medicinas físicas, cannabis, etc.) y nadie podía condenar a otros acusándolos de “ejercicio ilegal de la medicina”.

“Si uno decidía ser médico en el siglo XIX o con anterioridad, aparte de las escuelas médicas en funcionamiento, no era infrecuente lograr la titulación médica gracias a recibir parte de la instrucción por medio de correo. Lo cual es entendible en una época donde las distancias eran mucho mayores. Además, había mucha mayor diversidad de materias y disciplinas que estudiar como médico. Dicho de otro modo, tampoco existía una rígida homogeneidad en los programas. Así, por ejemplo, a diferencia de hoy en día, un médico antiguamente solía tener sólidos conocimientos de fitoterapia, botánica o nutrición.” (Adolfo Lozano)

La falta de rigidez y dogmatismo favorecía a los pacientes y a la medicina. De hecho, aún hoy en día, podrán reconocerse a los pocos espíritus libres que existen en la medicina, capaces de tomar decisiones sin atenerse a ningún preconcepto y pensando en lo mejor para cada persona en cada momento. Es evidente la superioridad de esta concepción que no termina en la medicina, por supuesto, sino que abarca a la vida entera. No era una medicina burocrática como ésta que padecemos: era creativa, abierta y centrada en el paciente, al cual se miraba de frente, se escuchaba. ¡Y luego se examinaba antes de llegar a una conclusión y tomar decisiones: increíble!

Es, justamente, la violenta irrupción de las fuerzas del mercado capitalista, lo que altera profundamente el desarrollo de la medicina de ese tiempo. Y explica su mercantilismo, pero también su gradual e inevitable “des-humanización” en el trato y en los objetivos:

“La crisis en el sistema de salud moderno está profundamente arraigada en la historia entrelazada de la medicina moderna y el capitalismo corporativo. Los principales grupos y fuerzas que dieron forma al sistema médico sembraron las semillas de la crisis que ahora enfrentamos. La profesión médica y otros grupos de interés médico cada uno trató de hacer que la medicina sirviera sus estrechos intereses económicos y sociales. Fundaciones y otras instituciones de clase corporativa insistieron en que la medicina sirviera a las necesidades de ‘su’ sociedad capitalista corporativa. La dialéctica de sus esfuerzos comunes y sus enfrentamientos, y las fuerzas económicas y políticas puestas en marcha por sus acciones, dieron forma al sistema a medida que crecía. De esta historia surgió un sistema médico que sirve pobremente las necesidades de salud de la sociedad”. (Extracto del libro “Rockefeller Medicine Men”, de E. Richard Brown publicado en 1979).

Podemos ir viendo anticipadamente a los acontecimientos, que para producir esta ruptura con su práctica y tradición, a estos invasores les venían muy bien las ideas de Louis Pasteur. Ellas les proporcionaban un objetivo concreto, específico y un enemigo fácil de identificar. Y sencillo, especialmente sencillo: un mecanismo causa/efecto cortito. Sin meterse en “complicaciones sistémicas o emocionales” ni nada por el estilo. Y no es que fuera innecesario lograr instrumentos eficaces para resolver condiciones de salud complicadas como en el caso de las infecciones graves. No, el problema fue reducir la vasta y rica tradición médica a la insignificancia de hoy metiéndola de cabeza nada más que en campos donde el interés de las empresas se viera beneficiado. Incluso estos grandes cambios en la medicina fueron puestos en vigencia un tiempo antes del azaroso descubrimiento de los antibióticos (Penicilina, por el bacteriólogo Alexander Fleming, 1928: "No inventé a la penicilina, la naturaleza lo hizo. Yo sólo la descubrí por casualidad"), pero le prepararon el terreno.

La misma secuencia fue adoptada para desarrollar medicamentos eficaces contra las enfermedades más y menos comunes. En realidad es un error suponer que estos medicamentos se desarrollaron “contra las enfermedades”. Solo se desarrollaron para combatir los síntomas de las enfermedades y favorecer a los laboratorios, que saben muy bien que: “Paciente curado, cliente perdido”. Entonces eso tenemos: medicamentos que se limitan a suprimir los síntomas, los esconden, los desaparecen.

Es importante notar, también, que los tratamientos de esta new-medicina se basan, casi exclusivamente, en la administración de drogas químicas, ya sea por vía oral o inyectable. Poca o nula terapia física. Y lo han naturalizado: tratarse es tomar algo o recibir la misma cosa vía inyección o suero. Se han aprovechado de la oralidad de este varón y esta mujer del patriarcado, de su voracidad, de su necesidad de seguir siendo demasiado oral durante toda la vida, tal vez por no destetar nunca.

Y han creado un tipo de médico especialmente diseñado para satisfacer estas necesidades voraces: las de las empresas y las de los habitantes de esta civilización. Son los Médicos Mecánicos, los médicos que diseñó el mercado.

Y claro, Bertrand y Bechamp no les venían nada bien: las conclusiones de sus teorías apuntaban a desarrollar una medicina que mejorara el terreno, el estado general de las personas. O sea: una medicina de apoyo, básicamente preventiva por medio de nutrición, suplementos y actividad física. Donde la prioridad fuera hacer énfasis en mantener la salud y no en combatir la enfermedad. Y donde se considerara a la persona en su conjunto y no solo en sus aspectos exclusivamente físicos: una abstracción insostenible salvo para el pensamiento esquizofrénico dominante. Un resultado de estas ideas de Bertrand se cristalizó en la poderosa Oligoterapia según Menetrier, que no distingue entre psique y soma. Pero hay un problema similar al de la homeopatía: ninguna de estas terapias de apoyo es demasiado rentable para esos macrófagos que solo se alimentan con dinero. Ni los suplementos, ni la nutrición adecuada, ni el trabajo físico y los oligoelementos. Y si no es negocio: fuera, al infierno de la pseudo-ciencia. El proyecto tácito que implican estas ideas más abarcadoras y respetuosas de la condición biológica, emocional y social de los humanos no es el desarrollo de un mecánico, sino el de un Médico Jardinero.

Darwin les venía re-bien, pese a algunos escollos teológicos. Fundamentaba la ley del más fuerte, la vida-jungla, el sálvese quien pueda (pocos), felinos carnívoros feroces, emprendedores triunfantes que se ríen de los ineficientes fracasados. Al que no sirve hay que tirarlo como descarte y listo: la vida es un espectáculo para trepadores, audaces e integrantes de círculos privilegiados.

Pero Lamarck no les venía tan bien, con su hipótesis (más razonable y menos despiadada) de que el proceso evolutivo se explica por la capacidad adaptativa de las especies al medio y no como consecuencia de una lucha salvaje por la supervivencia.

También los documentales de Discovery Channel les vienen bien: siempre felinos que persiguen, matan y devoran a sus presas, al menos en horario central, el preferido por los felinos para actuar. Es aleccionador acerca del sistema en el cual nacimos, aunque estos carnívoros sean porcentualmente ínfimos en el reino animal. Pero enseña, clara y pedagógicamente, que la vida real se divide entre depredadores y presas. Como para que cada espectador puede ubicarse en lo que le toca: ser presa en el 99.99% de los casos.

Pero la brillante bióloga Lynn Margulis y su descubrimiento del imprescindible papel de las bacterias en el desarrollo y diversidad de la vida por endosimbiosis tampoco les viene bien. ¿Cómo es eso de que los enemigos mortales del ser humano sean tan importantes en la evolución? Habrase visto tamaño descaro. Es más: Margulis asegura que sin el silencioso y notable trabajo de las bacterias no existiría la diversidad de seres vivos que vivieron y viven en este planeta, nosotros entre ellos. La mayor parte del tiempo que la vida lleva en la Tierra (unos tres mil quinientos millones de años) ha sido protagonizado por las bacterias, que prepararon la atmósfera y fueron transformándose endo-simbióticamente hasta formar la primera célula completa o eucariota, que es la base de los tejidos animales y vegetales. Además, no podríamos vivir sin la colonia bacteriana que portamos en nuestro intestino. 

En realidad, la misma vida no les viene bien. Esa lucha contra las bacterias se profundiza y sincera con el rechazo y hasta la repugnancia que muchos experimentan contra variedad de seres vivos.  O el desagrado poco disimulado al dejar el mundo de cemento armado de las ciudades y entrar en contacto directo con la naturaleza. Y si se suma la obsesión por la limpieza (o, lo que es lo mismo, por la inasible pureza) podríamos decir que se trata de simple miedo a la vida, cuya expresión más concreta es el difundido Miedo a la Libertad. Así son, palabra más o palabra menos, las sociedades humanas contemporáneas, todavía sumamente marcadas por la ferocidad criminal contra la vida que caracteriza al patriarcado.

(Nada se pierde, nada se crea, todo se transforma. Nada está orientado a la muerte. Todo está orientado hacia la vida)

Cómo fue que el negocio de la salud destruyó a la medicina

A comienzos del siglo XX, el capitalismo tenía una fuerza arrolladora, especialmente en Estados Unidos. Sus personajes protagónicos disfrutaban de un poder enorme sobre la sociedad y sus instituciones. Y de hecho modelaron al mundo entero según sus necesidades. No había forma de detener a un huracán como John Rockefeller, por ejemplo. Especialmente si este zar del petróleo advertía que la medicina era un negocio potencialmente fabuloso e inagotable. Pero para lograrlo, junto a su adversario Andrew Carnegie (los emprendedores afortunados se odian a muerte entre ellos), necesitaba modificar de raíz la práctica médica, incluyendo sus bases teóricas y los programas de las escuelas de formación: los nuevos médicos debían estudiar la nueva medicina en nuevas escuelas. Había que crear un perfil de médico muy distinto al que existía, había que excluir las ideas y prácticas que no congeniaran con la conveniencia de los laboratorios declarándolas “poco científicas, anti científicas y pseudo-científicas”. Y lo lograron a placer: desde ellos en adelante la rica y heterogénea medicina que se investigaba y se practicaba dejaría su lugar a principios dogmáticos y recetas puramente sintomáticas.

Para el resto (“lo alternativo”) estaba reservada la descalificación sin argumentos y la hoguera.

“Precisamente por aquel entonces, a finales del XIX, la ya entonces prestigiosa Asociación Americana de Medicina (AMA) decidió que aquella heterogeneidad y libertad académica debía acabar, siempre claro ‘por el bien público’. Con tal propósito creó su Council on Medical Education. Sin embargo, sus miembros no fueron capaces de ponerse de acuerdo en los estándares obligatorios para ser médico.”

A todos nos hicieron creer que “lo alternativo” era posterior a la “medicina científica”, pero no es verdad, es exactamente al revés. Sería lógico suponer que Rockefeller, por ejemplo, era un devoto de la medicina que él mismo había creado. Error: se atendía con su médico homeópata personal, el doctor H L Merryday y siguió haciéndolo hasta su muerte, a los 97 años. ¡Él, que era cualquier cosa menos tonto, sabía que la “medicina moderna y científica” que había inventado era puro negocio!

“Para Rockefeller, la medicina alopática era simplemente una forma de utilizar el dinero que ganaba de Standard Oil para ganar incluso más dinero a través de la industria farmacéutica. Lograr que las personas permanezcan enfermas es un gran negocio, el bienestar no es ni jamás ha sido el objetivo de la medicina alopática.”

El informe Flexner

Como los médicos de AMA no se ponían de acuerdo, aparecieron prestamente los dos empresarios mencionados para ofrecer sus ayuda y consejos, generosamente y sin ningún interés personal, como no fuera quedarse con el nuevo y brillante negocio. Veamos cómo fue:

“A comienzos del siglo XX, Andrew Carnegie y John D. Rockefeller comenzaron a interesarse por las farmacéuticas. Así, Rockefeller estableció en 1901 el Instituto para la Investigación Médica dirigido, entre otros, por Simon Flexner, cuyo hermano era del equipo de la conocida fundación Carnegie. En 1908, Henry Pritchett, presidente de la fundación Carnegie, junto con Abraham Flexner –el citado hermano de Simon– tuvieron una decisiva reunión con la AMA para discutir sobre la pretensión de estandarizar académicamente la profesión médica. La AMA aceptó ser aconsejada por la visión del grupo Carnegie.

Dos años después, en 1910, Abraham Flexner publicó un trabajo en el que abordaba los problemas de la medicina de entonces y que supuestamente ofrecía soluciones indiscutibles. Se trataba, o eso decían, de proteger a los ciudadanos de médicos con una instrucción inadecuada. Como ya podemos adivinar, una de las supuestas soluciones mágicas de Flexner era obligar a los futuros médicos a poner un énfasis mucho mayor en el estudio de la farmacología y los fármacos.”

Hemos visto, antes, que el pensamiento y la práctica médica era heterogénea y eso le otorgaba mucha riqueza. La farmacología que luego se llamaría alopática, era parte de ella. Pero a partir de la gran reforma que se estaba tramando en esos años, seria única y excluyente.

Gracias al grosero y prepotente poder de la billetera, las cosas cambiaron en poco tiempo porque fue una decisión política adoptar las recomendaciones del Informe Flexner que, como hemos visto había sido redactado por el grupo Carnegie y estaba propulsado al estrellato por Rockefeller.

“Pues aquellas recomendaciones venían de quienes podían ganar económicamente más aumentando la influencia de la industria farmacéutica. La implantación, finalmente, de muchas de las medidas del reportaje Flexner se tradujeron en EEUU en el cierre en menos de 30 años de la mitad de las escuelas médicas por no ajustarse, entre otras, a esa devoción hacia la farmacología. Si querías entonces continuar con una escuela de medicina, ¿qué debías hacer? Enseñar farmacología y renunciar a las horas de estudio de nutrición y fitoterapia. Así, todas las escuelas que permanecieron en su interés por la nutrición, la homeopatía y otras disciplinas semejantes acabaron en la bancarrota.”

Es muy claro: ahora podemos entender porque la medicina oficial es como es. No era así antes. Lo que acabamos de saber equivale a enterarnos de que hubo una variedad de golpe de estado dentro de la medicina. Y las sorpresas no parar aquí, también podemos enterarnos cómo fue que ¡en la mismísima China se impuso este modelo desalojando, casi, a la milenaria, eficaz y prestigiosa medicina china!

“Los Rockefeller fueron absolutamente esenciales en la formación de la medicina moderna de Estados Unidos y esto podría ser desechado como una mera teoría de la conspiración por aquellos que no están tan familiarizados con los Rockefeller o su influencia. Pero esto se ha documentado muchas veces, de muchas maneras, y en muchos lugares por muchas personas.

Un libro publicado a través de los auspicios de la Normal de Guangxi University Press, publicado por un académico chino, titulado, “To Change China: The Rockefeller Foundation’s Century Long Journey in China“, toma nota de eso, de nuevo, la Fundación Rockefeller fue absolutamente esencial en la formación de la medicina moderna de China, así como del sistema médico estadounidense.”

Podemos hacernos cargo, entonces, de suscribir las siguientes líneas sin que nos parezcan raras, exóticas o tendenciosas:

“Las prescripciones introdujeron un monopolio virtual de los médicos y sus maestros de la industria farmacéutica, y la idea es lograr que sea un verdadero monopolio en los próximos años. Desde el lanzamiento de la “medicina” del bisturí y los medicamentos en Estados Unidos, las redes de los Rotschild-Rockefeller la han impuesto al resto del mundo.

Actualmente controlan todos los “bandos” del campo de la medicina: la Organización Mundial de la Salud (OMS), que han creado desde el comienzo; las agencias de “protección” públicas como la FDA y los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC); el cártel farmacéutico, y las organizaciones de médicos. Si a todo esto le añadimos que son propietarios de los medios de comunicación y que controlan el juego, todas estas organizaciones funcionan de manera unitaria para alcanzar el mismo objetivo.”

                (Las últimas citas han sido extraídas de “Human Race, Get off your Knees”, de David Icke. Publicado en España por Ediciones Obelisco bajo el título “El despertar del León”)

A los amantes acríticos e ingenuos de los “insospechados organismos internacionales” que hablan objetivamente y en nombre de Dios, como la OMS, le producirá un calambre esta información. Pero revela hasta qué punto nos han vendido una mentira atroz desde el nacimiento y prácticamente en todos los campos. La medicina no podía estar fuera de la escenografía en esta obra que podría llamarse Mentira Mundial. Es obvio que no toda la producción de la OMS es mentirosa, por ejemplo ciertos estudios y recomendaciones de algunos grupos de expertos no lo son, pero la institución globalmente sí es una mentira que apoya proyectos y programas que solo benefician a las grandes empresas productoras de medicamentos, vacunas y equipamiento médico.

Hay algo más acerca de las íntimas relaciones entre la industria petrolera y la farmacéutica, que no parecieran tener relación entre sí. Salvo para un tipo con la voracidad y la capacidad de John Rockefeller. Y aquí está:

“La creación de la medicina occidental comienza con John D. Rockefeller (1839 – 1937) quien fue un barón petrolero y el primer multimillonario de los Estados Unidos. En las últimas décadas del siglo XIX y usando ‘química orgánica’ o la química del carbono, se crearon las industrias petroquímicas. Fue entonces que salió a la luz que varios remedios herbales tradicionales contenían ingredientes activos llamados ‘alcaloides’. Estos alcaloides a menudo pueden ser producidos sintéticamente por las industrias petroquímicas. A veces, el ingrediente activo de una hierba medicinal podría modificarse y patentarse químicamente. Este nuevo negocio se llamaba ‘industria farmacéutica’. El medicamento patentado resultante podría venderse con gran beneficio, en comparación con la hierba de la que se deriva originalmente.

A comienzos del siglo XX, Rockefeller controlaba el 90% de toda la producción de petróleo en los EE. UU. A través de una multitud de compañías petroleras de su propiedad. En 1900 solo existían 1.000 automóviles que quemaban gasolina. No se encontraron muchas ganancias en los autos. La industria petroquímica, sin embargo, estaba floreciendo. Las industrias farmacéuticas prometieron ser la parte más rentable de la industria petrolera. Rockefeller invirtió fuertemente en las compañías farmacéuticas recientemente creadas. Formó la Fundación Rockefeller en 1913 y se centró en las industrias farmacéuticas y la educación médica.

Andrew Carnegie, en 1900, también era muy rico. Había hecho su fortuna original al invertir en Columbia Oil en 1862; hizo una fortuna aún mayor en acero y formó la Fundación Carnegie en 1905. La fundación era conocida por su experiencia en la financiación y la realización de proyectos educativos.” (Vimos el Informe Flexner, por ejemplo)

                (Por Ian Faulkner, originalmente publicado en Elephant Journal)

   

John Rockefeller  /  Andrew Carnegie

Las consecuencias de esta fundación: una medicina fría, superficial, dogmática y mercantilista

Y ahora que sabemos todo esto, digamos algo.

La primera impresión podría ser: “Con razón, ahora me explico, está todo muy claro, ahora todo me cierra”. O también: “¿Cómo no me enteré antes de todo esto, aunque lo sospechara no lo sabía con precisión y detalle”. Al menos es lo que sentí y pensé. Y también la poca gente a la que le comuniqué el contenido de este artículo. Porque hay algo que subyace en todo encuentro con la medicina moderna y es imposible no preguntarse: ¿Por qué es tan atrozmente mercantilista? ¿Por qué es tan dogmática y expulsa a los que piensan diferente? ¿Por qué no está integrada con otras vertientes que la enriquecerían? ¿Por qué, si es tan avanzada como dicen, es meramente sintomática, no cura a nadie que tenga una enfermedad crónica y hay que tomar sus medicamentos de por vida? ¿Por qué no hay médicos clínicos de verdad, que puedan sintetizar la información formulando un diagnóstico claro y ordenar el caos farmacológico que predomina en la medicina moderna, en la cual una persona puede tomar hasta diez medicamentos distintos, todos con sus contraindicaciones y posibles efectos adversos y secundarios? ¿Por qué, dentro de su teoría y práctica, no existe una visión integrada de las enfermedades humanas que son, inevitablemente, socio-psico-somáticas? ¿Por qué los medicamentos son tan caros y las patentes se pagan con la sangre y la vida de los pacientes? ¿Por qué parece estar siempre asociada al poder? ¿Por qué es tan groseramente contradictoria con su tradición y su lugar histórico en todas culturas humanas, en las cuales siempre predominó la actitud amorosa y contenedora con quienes están o se sienten enfermos?

Muchas preguntas y ninguna flor.

Además de la clara intencionalidad de los fundadores de esta medicina, hay algo en la caracterología social básica que puede haber contribuido a aceptarla voluntariamente. Y es su adjudicación “al afuera” como causa principal de las enfermedades. Si los “gérmenes” tienen la culpa, no podemos hacer nada para evitarlo, salvo vacunaciones y otros operativos dudosos. Así estamos exentos de responsabilidad y mantenemos cierta pasividad que nos expone fácilmente “a la furia de los elementos”, a la naturaleza (que es “mala”).

Y esa es la clave y parte del efecto buscado: nos exime de responsabilidad. Al contrario de las postulaciones de Bertrand y Bechamp, que proponen un terreno fértil, bien abonado y adecuadamente sembrado y regado como defensa principal.

Pero así el negocio sería poco rentable. Entonces se pone en marcha la mafia Rockefeller-Carnegie-AMA y prepara, no solo facultades de medicina donde solo se enseña la línea oficial o alopática, sino que también manda una horda de “visitadores médicos” que empiezan a rodear y seducir a sus presas…¡antes de haberse recibido de médicos! Así es la experiencia de todos los estudiantes de medicina: en quinto y sexto año de la carrera ya nos merodean con “muestras gratis” que nos halagan y preparan. Lejos estamos de saber, en ese momento, que en realidad las muestras gratis terminaremos siendo nosotros si es que algún laboratorio importante no nos elije para hacer una “carrera brillante”. O sea: para invertir en nosotros.

Y es fácil comprender que después de haber aceptado ese incipiente y módico acto de corrupción, es necesaria mucha claridad y mucha valentía para decir que NO. Y que les quede claro: NO ES NO.

Pero ese es el comienzo de la trampa. Después es muy probable que desaparezca la conciencia crítica y hasta la consulta de los buenos libros, que siempre aconsejarán la estricta y necesaria concurrencia de varios factores objetivos como requisito para indicar correctamente cualquier medicación. La práctica, el vértigo de la profesión y las necesidades económicas hacen el resto: todos o casi todos los médicos medican innecesariamente con antibióticos en cuadros banales o que pueden resolverse sin utilizarlos. Lo mismo rige para otros medicamentos potencialmente peligrosos, los antibióticos no son los únicos, pero constituyen un ejemplo importante.

Y el tema es muy grave, porque en poco tiempo más estaremos en la era post-antibióticos. O sea: no tendremos medicamentos útiles en cuadros que verdaderamente los requieran porque las bacterias (que son más inteligentes que nosotros) han mutado para esquivar el efecto letal del antibiótico. Y todo por la estupidez de recetarlos como si fueran pastillas de menta. Es más: han logrado que mucha gente vaya a la farmacia, cuente que “se siente con fiebre” y le duele la garganta para que un ignorante dependiente de farmacia que hace un mes que trabaja le “recete” un Amoxidal. El dependiente no tiene tanta responsabilidad en este acto casi delictivo. El farmacéutico es claramente responsable, así como los médicos que recetaron lo mismo con los mismos síntomas infinidad de veces. Y el laboratorio es responsable, con sus campañas de marketing y su presión sobre los médicos para que receten sin pensar.

Pero cuentan con gran parte de la sociedad como asociados. En todas partes: en las mega-urbes pero también en los poblados del interior. Y me consta porque lo viví. Estaba a cargo de un centro asistencial en Toay, La Pampa. Era un maravilloso plan de salud en toda la provincia, los médicos estábamos con dedicación exclusiva y teníamos medicamentos básicos y leche que entregábamos gratuitamente. Dos o tres veces por semana iba a atender un pediatra bien formado en el Hospital de Niños de Buenos Aires, que había recibido la buena influencia del Dr. Florencio Escardó. Él revisaba concienzudamente a los chicos y en el 90% de los casos recetaba nebulizaciones y tranquilizaba a las madres, diciéndoles que el pequeño apenas estaba acatarrado, se encontraba bien y no requería antibióticos. Que lo llevara en dos días para volver a verlo y evaluar la situación. Claro decían las madres, pero la mitad de ellas cruzaba la plaza, se metía en la farmacia y compraba un antibiótico sin que el farmacéutico se tomara la molestia de pedirle la receta. Sin comentario.

Rara vez un paciente acepta que el médico modelo rara-avis le diga: “Así está bien, no necesita medicación”. Es duro decirlo, pero la verdad es que a la mayoría de los pacientes actuales no les importa que los traten como ganado, que apenas los miren y no los revisen. Todo lo que quieren es salir del consultorio con una receta. Nunca lo sabrán, tal vez, pero fueron a hacerse atender para “deslindar responsabilidades”, que transfieren al médico que los atiende. Y este también deslinda responsabilidad delegándola en la medicación que receta: es un juego así de sucio, un manejo turbio por donde se lo mire.

Se verá que la estrategia Bernard-Bechamp es muy otra y compromete activamente, pone como protagonista a la persona por lo que haga o deje de hacer. Claro: es incómoda, ¿no? Hay que preocuparse por la nutrición, que incluye la necesidad de suplementos ya que no hay dietas perfectas y los alimentos han perdido parte de su potencial nutritivo. Y también hay que diseñarse un programa de trabajo físico, variado y personal.

Otra cuestión es el “aporte” de los medios de comunicación y la publicidad. Ya hemos visto una referencia a la cuestión al enterarnos de que los que tienen tanto poder como para hacer lo que quieren con la medicina,  son también los dueños de los medios de comunicación o están relacionados con ellos “por cuestiones de negocios” . Y está claro que no van a entrar en contradicción con sus propios intereses económicos. De manera que, si es necesario, mentirán con naturalidad en cada nota que publiquen sobre salud o negocios afines. Van a poner “de moda” enfermedades que no existen o “cuidados” que exigen el consumo, casualmente, de lo que venden sus empresas propias o relacionadas. Incluso cuentan con figurones tipo Premio Nobel que también pueden mentir a gusto sabiendo que van a ser creídos. O van a inventar Super Expertos y citar a “los científicos”  con tal de vender lo que sea. Es más: han dado el paso de disfrazar a médicos y odontólogos para vender productos vía publicidad televisiva. Y no importa si son profesionales verdaderos o no: es igualmente inmoral.

Es una muy posible buena investigación para especialistas en comunicación estudiar la sincronía entre lo que publican los medios como “información” preparando el terreno y la simultanea oferta que hacen los laboratorios. Han mentido a troche y moche sin que les tiemble un solo músculo de la cara. Es más: han inventado enfermedades que no existen para que los laboratorios pudieran vender medicamentos nuevos que carecían de mercado hasta que los medios y la publicidad se los crearon.

Es un delito, lisa y llanamente.

Así como es una canallada perseguir a quienes no comparten los supuestos de esta medicina y proponen otra. Si se ensañan con alguien, como ha sido el caso del Dr. Hamer, pueden ser sádicos y casi torturadores en la persecución judicial y penal. Pueden prohibir el ejercicio profesional y hasta condenar a la cárcel. Realmente es deshonroso para la profesión y exhibe con claridad la utilización del poder hasta llegar a la crueldad con quienes lo desafían. En el caso de Hamer fue porque su posición, que se divulgó rápidamente, amenazaba al negocio de la quimioterapia. O sea: había pasado el umbral de lo tolerable para la mafia que maneja la salud pública y privada. (Atentaron contra su vida, también)

Esto es una conducta delictiva y mafiosa, sin lugar a dudas.

También han mentido y mienten descaradamente acerca de la eficacia de la medicina moderna para tratar las enfermedades que producen mayor mortalidad. La terapia del cáncer, por ejemplo, es un absoluto fracaso. Solo manipulan estadísticas para ocultar los verdaderos resultados: parece que es fácil hacerlo para demostrar cualquier cosa que convenga demostrar. Eso les permite seguir con el fabuloso negocio de la quimioterapia, alegremente auspiciado por oncólogos que en su mayoría carecen de escrúpulos, pero también de conocimientos.

Con la cardiología ocurre algo parecido: fuera del avance que constituyen los métodos de intervención quirúrgica, no hay verdadero adelanto. Y a propósito: según estadísticas confiables, en Estados Unidos las tres causas de muerte más relevantes son las enfermedades cardiovasculares, los cánceres y… ¡la medicina! Sí, la propia medicina con sus errores de diagnóstico, el efecto indeseado de los medicamentos y las técnicas invasivas.

El panorama es deprimente, pero es la realidad. Y es la consecuencia del modelo médico que funciona desde hace un siglo: su responsabilidad es innegable. Diseñaron otra medicina y formaron médicos aptos para ejercerla. Y no pueden estar orgullosos de los resultados: no tienen casi nada bueno para mostrar, salvo la medicina de urgencia y la cirugía, por eso de que son buenas disciplinas para mecánicos.

Es desolador, también, que la sociedad parezca aplaudir la fragmentación en especialistas y sub-especialistas que llega hasta el absurdo de que haya quienes se dedican exclusivamente ¡a la rodilla derecha, por ejemplo! (O al codo izquierdo, y así sucesivamente). Esos “emperadores del pañuelito” nunca podrán mirar y entender a un ser humano. Pero han vendido bien el verso de la eficacia como justificación de su trabajo y supervivencia. Lo cual es admisible en ciertas y determinadas ocasiones. Pero no me digan que para tener un especialista en rodilla derecha hace falta ser médico, estudiar tantos años y reflexionar sobre la práctica como necesario perfeccionamiento. Para lograr técnicos eficaces en el tratamiento de la rodilla derecha bastaría con un terciario o estudios universitarios mínimos.

En gran parte debemos esta crisis de la medicina moderna a ideas delirantes acerca de la realidad pero sólidamente instaladas en el sistema de creencias admitido y aceptado por gran parte de la sociedad humana. Creer que toda cosa nueva es buena, por ejemplo, es una tontería que solo favorece a los que producen y venden “lo nuevo”. Creer que todo lo nuevo es producto de un “avance de la ciencia y la técnica” es otro dislate.

Pero la locura máxima e inigualable es suponer que estamos en lucha contra la naturaleza para vencerla, para domesticarla y dominarla. Y es una locura peligrosa porque nos está condenando a la extinción si no torcemos este camino suicida. A los protagonistas de la catástrofe climática o irreversible calentamiento planetario (hipócritamente llamado “cambio climático”) como Rockefeller o Carnegie no les importó otra cosa que hacer dinero, aunque ignoraran las consecuencias a largo plazo de lo que ponían en juego. “Aprendices de brujo”, decía mi viejo con toda razón. Pero después, claro que empezamos a darnos cuenta de las nefastas consecuencias sobre el clima con la evidente desestabilización de los sistemas ecológicos. Solo que a los responsables de tomar alguna decisión en contrario no les importó en absoluto.

En la medicina han ocurrido y ocurren sucesos equivalentes, todos los días. ¿Hubo algún estudio serio para saber qué podía ocurrir con las píldoras anticonceptivas como no fuera utilizar de cobayo a varias generaciones de mujeres? No, no hubo. ¿Hay estudios serios para saber qué ocurre con la utilización de medicamentos potencialmente peligrosos para el sistema nervioso? No, no hay. ¿Hubo algún estudio acerca del efecto de las vacunas, especialmente cuando se utilizan varias simultáneamente? No, tampoco hubo. Solo hubo prisa para vender vía propaganda en los medios mintiendo acerca de sus maravillosos resultados y para satisfacer la voracidad insaciable de las empresas,  contando con la complicidad de médicos, asociaciones médicas y casi todos los ministros de salud del planeta.

¿Sabían ustedes que la inmensa mayoría de las investigaciones médicas están subsidiadas por los poderosos laboratorios médicos? Algunas directamente, poniendo la cara. Pero otras indirectamente, a través de fundaciones financiadas en negro para simular que se trata de resultados legítimamente obtenidos. Y así validar la venta de sus productos.

Este flautista de Hamelín nos conduce a la muerte, así de sencillo.

Y ahora sabemos que todo este sombrío panorama ya estaba prefigurado y casi anunciado por la fundación de la “medicina moderna” y su romance mortal con el capitalismo explotador y depredador, del cual procede.

Y seamos honestos: profundizando el escenario de su fundación, no había otra posibilidad de que pasara todo lo que pasó.

¿Qué hacemos?

Si gusta así, a seguir. Y sino, a cambiarla si se puede.

Es simple: tratar de que a la próxima medicina, cuya necesidad es perentoria, puedan fundarla médicos de verdad. Y no empresarios, ni comerciantes, ni especuladores y vendedores de algo.

Que, simplemente, la medicina vuelva a ser protagonizada por médicos y personal sanitario de buena formación y verdadera vocación de servicio. Que retome su tendencia humanista. No más médicos que miran pantallas en lugar de mirar al paciente. Que no revisan y buscan en una computadora superar su ignorancia y anclar su cobardía, amparándose en una complicidad mafiosa si es que se equivocan.

Eso, nada más. Que la medicina sea diseñada, pensada, planificada y puesta en marcha por médicos que también posean mirada de sanitarista.  Como tiene que hacer, naturalmente y sin esfuerzo, cualquier médico rural. Un verdadero médico funciona así, tan interesado por la salud de sus pacientes como por la de la sociedad en su conjunto. Aunque viva en una ciudad de diez millones de habitantes.

De manera que se impone un operativo inverso al que gestó este engendro: es necesario terminar con la dependencia mafiosa respecto de las empresas, romper con los medios y el poder del dinero y reformular los planes de estudio de los médicos y agentes sanitarios del futuro.

¿Qué para esto hace falta otra sociedad, con diferentes valores y con un “sentido común” opuesto al de este sistema?

Obvio que sí.

De manera que se impone repetir otra vez la monumental frase de Wilhelm Reich, que también fue perseguido, juzgado y condenado a prisión, donde murió:

 

Dr. Carlos Inza  /  Enero del 2019 /  Lago Puelo - Chubut

Recursos en internet

Cómo las farmacéuticas destruyeron a la medicina

https://www.libertaddigital.com/opinion/adolfo-d-lozano/como-las-farmaceuticas-destruyeron-la-medicina-61516/

La medicina Rockefeller

https://melvecsblog.wordpress.com/2016/07/12/la-medicina-rockefeller/

El reporte Flexner de 1910

https://elinstigador.wordpress.com/2013/06/17/el-reporte-flexner-de-1910/

¿Se destruyó la medicina natural en 1910?

http://herbolariolaciudadela.es/se-destruyo-la-medicina-natural-1910/

Salud y rentabilidad económica / El lobby farmacéutico industrial

https://www.bibliotecapleyades.net/ciencia/ciencia_industrybigpharma96.htm

Claude Bernard y Louis Pasteur

La opinión de un hereje sobre el papel de la Influenza en la Salud y la Enfermedad.

Germen vs Medio

https://saludsinmas.com/enfermedad/germen-vs-medio/

La microbiología oculta (I). Profesor Pierre Jacques Antoine Béchamp (1816-1908)

(http://mundodespierta.com/2013/01/26/la-microbiologia-oculta-i-pro...

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