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Los acumuladores de energía orgón Revitalización y Envejecimiento
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Medicina
energética en árboles y plantas
Me
apresuro a pedir disculpas a los botánicos y biólogos, que pueden haber
entrado en pánico al leer las palabras “árboles” y “plantas”. Pero soy
apenas un médico, y mi rudimentaria taxonomía agrupa a todos los seres
vivientes del reino vegetal en sólo dos opciones:
árboles y plantas. Éstas
son más pequeñas que aquellos, por lo general voluminosos y muy altos. Y,
entre otras características, las plantas pueden vivir en una maceta pero es
casi imposible que esa modesta habitación pueda albergar a un árbol hecho y
derecho. También hay un indiscutible hecho cronológico consistente en que los
árboles suelen ser más viejos que las plantas. Así de simple y elemental es
mi sistema clasificatorio para entenderme con lo que hago o quiero decir en este
tema. Otra
aclaración indispensable se refiere a la rigurosidad del trabajo, que dista
mucho de exhibir la implacable solidez de un artículo científico con su
pertinente metodología y terminología. Es, más bien, un artículo
impertinente y escrito sobre la base de recuerdos y observaciones, la manera más
divertida de escribir. Pero si bien carece de cifras, por motivos que se tornarán
comprensibles a medida que se vaya desarrollando, es absolutamente riguroso en
el sentido de que no contiene mentiras y sí una serie de observaciones junto a
una metodología de trabajo. Así que se trata de un trabajo científico o como
quieran llamarlo, más allá de sus apariencias formales.
Un poco
de historia Cierta
vez, como por los años ochenta, estaba en el living de una de las casas que
habité en México mirando una planta. O sea: un vegetal pequeño que moraba en
una maceta. No se la veía muy bien, estaba algo “triste” y exhibía un aire
como marchito o distante con sus hojas en bancarrota apuntando al suelo en ese
inconfundible estilo de las despedidas... Estábamos los dos solos y
silenciosos, cavilando sobre el destino de los seres y su efímero paso por la
vida luego de mostrar alguna que otra flor. Bueno, ya lo sé, era una escena
filosófica un poco rara para los hábitos
y costumbres. Entonces
recordé dos cosas: una se vinculaba con el comentario que me había hecho un
paciente acerca de un libro donde se cuenta cómo la música y sus variedades
tienen mucha influencia sobre el crecimiento de las plantas. Por ejemplo: que
Mozart es como una inyección de vida para ellas, mientras que el rock pesado
les produce el efecto de un artefacto nuclear de varios megatones. Y la otra
cosa que apareció fue recordar que, siendo mi trabajo la
acupuntura, tal vez
era posible ayudarla con las agujas. Tampoco era un pensamiento tan extraño,
porque la acupuntura se aplica con éxito en los animales desde hace siglos. Pero
uno tarda en reconocer la identidad esencial de todos los vivientes. O mejor: la
esencial igualdad de todos los que vivimos. Por eso tardé en darme
cuenta que la acupuntura podría ayudarla, por esa insensata manía narcisista
que pretende hacer del hombre un ser tan especial, tan superior y diferente (sin
justificación). Ahora
volvamos a la maceta y a nuestra triste y desahuciada protagonista, aclarando
que en éste y en todos los casos que traté, las condiciones de nutrientes y
riego eran las mismas que en el caso de plantas y árboles sanos. Primero
intenté una equivalencia mental entre los meridianos de acupuntura en los
humanos y los posiblemente existentes en una planta. Recordé las líneas de
fuerza en los cristales y también la mejor manera de visualizar los meridianos
principales en un ser humano: con los brazos hacia arriba uno puede ver mejor su
trayecto. En esta posición es imposible no advertir la analogía entre las raíces
y las piernas, entre ambos troncos (¡se denominan igual!) y entre las ramas y
los brazos. La
analogía tenía fuerza y producía esa alegría de las cosas ciertas, de manera
que seguí avanzando con la idea y me pregunté si los aparatos que utilizaba
para detectar los puntos de acupuntura en mis pacientes humanos no podrían,
también, encontrarlos en mi primera paciente-planta. Sin dudarlo fui hasta el
consultorio y me traje un detector de puntos y las agujas, decidido a investigar
el asunto y absolutamente comprometido con la planta luego del silencioso diálogo
filosófico. En
ese tiempo había conseguido en México un detector cualitativo de puntos, el
primero que utilicé en mi trabajo. Con él podía saber si estaba en presencia
de un punto de acupuntura activo, pero no expresaba en números la cantidad de
energía. Simplemente aprovechaba esa característica bio-eléctrica de los
puntos, consistente en que tienen una resistencia mucho menor (ohms) que el
resto de la piel, de manera que cuando el detector se apoya en una zona donde se
cumple tal requisito el aparato reacciona emitiendo una señal acústica. Pero
este sistema necesita que el paciente sostenga otro electrodo con una de sus
manos, para cerrar el circuito. El problema se resolvió fácil, porque puse ese
electrodo a presión, en el ángulo formado entre el tallo y alguna rama
consistente. Y
entonces me puse a investigar, con expectativa y curiosidad. Con esta metodología,
apoyar el electrodo explorador es como hacerle una pregunta al punto: ¿existís?.
Y especialmente: ¿cómo estás?, ¿ activo, indiferente, pasivo? La
maniobra es fácil cuando se conoce la ubicación de un punto, pero en el caso
de mi amiga la planta todo era desconocido,
y aun hoy no conozco mapas de meridianos y puntos en los vegetales. También
pensé que, como suele ocurrir en las enfermedades humanas, era factible que
aparecieran puntos espontáneos adonde habitualmente no los hay, como
pedidos de
socorro del organismo que necesita desesperadamente ayuda para salir de la
emergencia. Otro
asunto problemático era adónde investigar, porque haciendo acupuntura uno
aprende rápido que dos o tres milímetros de distancia pueden constituir un
mundo de diferencia. Pensando, imaginando y tal vez recibiendo instrucciones o
sugerencias subliminales de la planta, resolví explorar su tronco, desde las raíces
hasta el lugar donde salen las ramas. Y hacerlo en un trayecto longitudinal,
siguiendo el recorrido de los hipotéticos meridianos. Después
de pasar el explorador tres veces sin éxito, en el cuarto intento ¡el aparato
emitió el mágico zumbido, allí había un punto de acupuntura! ¡La planta me
avisaba que podía utilizar ese punto con probabilidad de éxito! Marqué
el punto y seguí investigando, ya más confiado, para encontrar que eran varios
los puntos activos y que estaban en línea como corresponde a verdaderos
meridianos. Entonces, con todos los puntos marcados, elegí tres de ellos
tratando que fueran equidistantes pero ya con criterio transversal, con idea de
diámetro, y les puse agujas intentando que quedaran firmes pero no demasiado
profundas. Fue una decisión intuitiva y acertada, pero recién hace pocos días
me enteré del porqué: mi primo Sergio (cuya profesión es ingeniero forestal)
me explicó que las líneas de crecimiento en las plantas son longitudinales (¡los
meridianos!) y están ubicadas en la periferia pasando la corteza (donde puse
las agujas). Y
entonces, aparece el parque Ahora
la escena se traslada a comienzos de 1998, cuando nos instalamos en Tortuguitas.
Acababa de comprar una casa en el barrio de Yei-Porá, que en guaraní significa
Lugar Hermoso sin inútiles comentarios. En realidad se trata de un bellísimo
parque que contiene una mediocre casa en su interior y enseña que podrá
adquirirse una porción de tierra y algunos ladrillos, pero nunca un parque. En
el mejor de los casos uno es admitido o adoptado por el
parque, pero nada de
hacerse el dueño. Ésta es una idea absurda cuando se convive con una buena
cantidad de árboles durante cinco años a lo largo de las cuatro estaciones.
Allí se aprende que los verdaderos propietarios de la tierra son ellos y
nosotros los inquilinos, junto con una cantidad de pájaros y variedad de pequeños
animalitos que gozan de la misma hospitalidad. En
ese lugar fantástico imaginado y diseñado por un amante de la botánica,
conviven sin lastimarse tres variedades de roble, araucaria, alcanforero, pino
llovido, abeto, eucalipto, tilos, olmo, magnolia, catalpa, acer, moreras, árbol
de navidad, un flamante palo borracho y otros más que espero no se sientan
ofendidos si omito su nombre. Pero cuando llegamos había varios de ellos en mal
estado y faltaba mucho en los bordes contra los alambrados, que tampoco estaban
completos. Llamamos a dos jardineros expertos que dieron su veredicto: “hay
varios árboles que necesitan tratamiento urgente, y en algunos casos hasta es
necesario llegar a las raíces y curarlas, porque de otra manera los van a
perder”. Se ve que la idea no nos convenció o nos pareció cara, porque recién
ahora vuelvo a recordar a esos dos jardineros. Como
en todo hospital que se precie, siempre hay candidatos para terapia intensiva, y
aquí había algunos que no ocultaban sus males: eran los tres olmos, que
realmente daban pena. Tenían las hojas llenas de agujeros, como picadas por
viruela y mostraban un verde desteñido tipo anemia sin remedio. El jardinero de
planta, Oscar, decía que en todos lados era igual con los olmos, que había una
famosa “plaga del olmo” que no perdonaba en ningún lugar (después nos
enteramos que el asunto era planetario, en todo el mundo ocurre lo mismo). Visto
el tema desde la orgonomía reichiana, es dudoso que se trate de “una
plaga”. Si el problema es mundial, más bien indica un proceso degenerativo de
la especie: es probable que al olmo se le haya acabado su tiempo, simplemente. No
había dudas que el asunto era serio y había que hacer algo, de manera que para
empezar con la terapia de parque elegí uno de los olmos, el que está
enfrente de la casa. Y también agregué uno de los dos tilos (con
algunas ramas que producían hojas en mal estado), la magnolia
(aprisionada por una gran encina) y el eucalipto que tenía dos buenas
ramas pero su tronco en pésimo estado. Entonces
repetí la metodología utilizada con la planta mexicana: busqué puntos activos
con el mismo aparato...¡y también los encontré! La única diferencia es que
tuve que buscar entre las grietas de la gruesa corteza de los árboles, elegir
los puntos y luego usar gruesos clavos en lugar de las delgadas agujas de
acupuntura. Era el 13 de febrero del 98. De
manera arbitraria, aunque intuitiva con ganas, elegí explorar en la zona del
tronco del olmo correspondiente a su tercio superior. O sea: a un tercio del
nacimiento de sus ramas, lo cual equivalía a una distancia de metro y medio
desde el nacimiento del tronco. Entonces aparecieron cinco puntos muy activos en
los siguientes lugares:
En
cambio en el tronco del tilo elegido, aparecieron siete puntos con la siguiente
disposición: En
total utilicé siete puntos en el tilo, cinco en el olmo, cuatro en el eucalipto
y tres en la magnolia. Para estas épocas, hacia años que estaba trabajando con
acumuladores de energía orgón adaptados a los puntos de acupuntura, de manera
que para reforzar el efecto los agregué al extremo de algunos clavos de todos
los árboles tratados. A
los cuatro meses, en el invierno, pusimos mucha planta en los límites del
terreno: hiedras disciplinadas y no, jazmines amarillos y jazmines chinos. Y
alrededor del incipiente tallo de cada planta, un acumulador de orgón fabricado
con envases tetrabrik y cubierto con una capa de cinta
aisladora, ya que cada
envase implica una capa completa del acumulador: metal (aluminio) y no-metal
(cartón y cinta aisladora). Después
nos dedicamos a vivir y al tiempo, también a observar qué pasaba con el
tratamiento. Habíamos empezado a aprender que los tiempos de crecimiento y
respuesta terapéutica en árboles y plantas no se llevan bien con el vértigo
de la existencia humana. En las plantas pequeñas, por ejemplo, puede notarse
algún cambio en los primeros quince a treinta días, pero en los árboles hay
que munirse de paciencia y esperar con calma (la misma que tienen ellos) uno o
dos años para advertir diferencias significativas. Recién
al año de comenzado el experimento pudimos enterarnos que las hiedras y
jazmines estaban creciendo muy bien, con excelente salud para las condiciones de
luz, que en los confines del terreno no es mucha. Pero lo que impresionó mucho
al jardinero fue la evolución del olmo, que había mejorado mucho respecto de
otros olmos de distintos parques. Reproduzco lo que escribí a los quince meses
de colocar clavos y pequeños acumuladores en los árboles: Evaluación
de mayo del 99
Acerca de la mejoría del olmo no tratado directamente, es bueno aclarar que tales cosas ocurren cuando se trabaja con energía y hasta con el comportamiento animal, como demuestran los trabajos sobre causación formativa de Rupert Sheldrake (pueden consultarse en “Una nueva ciencia de la vida”, editorial Kairós), donde un lote de ratas en Tokio aprende algo nuevo que inmediatamente es incorporado como conocimiento (sin aprendizaje) por otro lote de ratas similar...¡ubicado en Londres! La magnolia no podía mejorar porque se encuentra asfixiada por la gran encina, aunque en los últimos años comenzó a crecer con más vigor hacia el área libre del parque. El eucalipto mantuvo su mejoría hasta la actualidad. Pero hubo cambios importantes con el olmo y el tilo, tanto en su evolución como en el tratamiento. Cambios
importantes en el olmo y el tilo No
todo siguió tan maravilloso: un año y medio después de la esplendorosa
evaluación, a fines del 99, el olmo se pegó un retroceso angustiante:
las hojas comenzaron a picarse aceleradamente y también a caerse...¡al
comienzo del verano!, al tiempo que el follaje empequeñecía a tamaños de
comienzo. ¿Qué hacer? ¿Volver a buscar puntos y clavar agujas a diferentes
alturas? ¿Usar más acumuladores
pequeños adosados a los clavos y reforzarlos? ¿Resignarse y usar una sierra
para ignorar visualmente el fracaso? Fue
necesario replantear el problema en términos similares a lo que ocurre en los
tratamientos de seres humanos: si no hay posibilidad cierta de equilibrar la
energía para que ésta aumente
“espontáneamente” una vez equilibrada, entonces es necesario aumentar la
carga directamente utilizando acumuladores de energía orgón. Me
incliné por seguir este camino y comencé a diseñar un acumulador de mayor
potencia que los tetrabrik, con una lámina de acero inoxidable recubierta por
cartón (autoadhesivo para mesadas de cocina) y vuelta a cubrir con cinta plástica
gruesa. La plancha era de unos treinta centímetros de ancho y rodeaba
enteramente el tronco (que había descortezado para que el efecto fuera más
notorio), inmediatamente por debajo del lugar donde estaban ubicados los clavos,
que volví a ubicar en los mismos lugares. La
primavera siguiente (la del dos mil) volvió a mostrar una gran recuperación
del olmo, que fue mejorando año a año tanto en la calidad de las hojas como en
lo denso del follaje: ahora se pican pocas hojas y en menor medida, además de
comenzar a caerse en una especie de otoño tardío. Tres años después
(noviembre del dos mil tres) el árbol está muy sano y
exuberante, tanto ¡que
le han salido una cantidad de pequeñas ramas con hojas de gran calidad
pigmentaria por debajo del acumulador! Con
el tilo la historia fue algo parecida aunque con retardo de dos años. Al
principio mejoró con los clavos, pero luego tuvo un retroceso expresado en la
calidad de las hojas y en la escasa floración de los últimos años. Y esto sí
que es grave para todos: perderse la fantástica floración del tilo es como
resignarse a una alegría menos. De manera que, desde hace algo más de un año,
tiene ubicado un acumulador de acero inoxidable igual que el del olmo. Y a esta
altura de la primavera, cuando las hojas han brotado, puede decirse que han
mejorado respecto de hace uno o dos años. Pero aquí estoy, esperando el
inconfundible aroma de sus flores... El
tilo, el olmo, la magnolia y el eucalipto no fueron los únicos árboles que
fueron tratados con clavos luego de ser investigados con el buscador de puntos.
El 2 de mayo del 99 hubo una ofensiva con varios ejemplares, entre ellos una
morera y la bignonia oro, que anda colgada del roble de los pantanos y produce
unas hermosas flores anaranjadas. Ambos mejoraron, al igual que otro que
engendraba hojas de apariencia “oxidada” y cuyo nombre ignoro. Experimentos
con semillas y distintos tratamientos Una
línea de investigación en orgonomía ha consistido en trabajar con semillas
“cargadas”. O sea: semillas sembradas dentro de un acumulador de orgón, y
cuyo desarrollo es comparado con el de semillas testigo. Como la orgonomía es
una ciencia en crecimiento (igual que las semillas del experimento) y poco
conocida, no son muchos los que intentaron este tipo de experiencia, pero
siempre funcionó. Ustedes mismos pueden verificarlo, fabricando un acumulador
de orgón con las especificaciones que figuran en el primer artículo de la
sección Investigaciones de la página web (http://www.acupuntura-orgon.com.ar/investigaciones).
Como
información de apoyo para realizar esta observación, reproduzco textualmente
el resumen de un experimento llevado a cabo por el Dr. Manuel Redón Blanch, médico
orgonomista, durante algunos días de junio del 92 en Valencia, España. (En
caso de intentar la experiencia que sigue, es necesario construir un acumulador
con las dimensiones adecuadas)
Resumen
de la primera experiencia con semillas de soja en acumulador de orgón a)
Tratamiento
b) Observaciones realizadas
Valencia,
19 de julio de 1992
Tratamientos Respecto de las plantas que se ponen “tristes”, es posible tratarlas aún sin disponer de un aparato para medirlas. Y hay dos posibilidades inmediatas, entre otras:
La
doble flecha señala la altura a la cual pueden ir las agujas o alfileres, y
también hasta donde puede llegar el acumulador hecho con tetrabrik o similar. En
cualquiera de los dos casos (acumulador o agujas/alfileres/clavos) , hay que
dejarlos de manera permanente. Según la dimensión y estado de la planta
comienzan a notarse cambios a los quince o treinta días. No me parece
importante la estación del año en la que comienza el tratamiento, pero sí
saber que la velocidad de respuesta tendrá que ver con el ciclo estacional de
cada planta en particular. Si
la idea es tratar árboles, entonces la metodología cambia un poco. Como
en el caso de las plantas, aparecen dos opciones, y puede intentárselas sin
usar aparatos de medición.
La línea con doble flecha está ubicada a la altura del árbol adonde conviene ubicar los clavos, con la misma salvedad que en el caso de las plantas. O sea: bien clavados, pero no demasiado profundos. Es bueno dejarlos un año, y si no hay signos de reactivación, pasar a la segunda opción. Aunque si el árbol está muy deteriorado, conviene utilizar los dos métodos simultáneamente.
Y
munirse de la paciencia necesaria para dejar que el tiempo haga lo suyo, ya que
recién a los dos años puede evaluarse el resultado del tratamiento. Proporción
áurea y alguna que otra plantita Estaba
buscando materiales para este artículo cuando resolvió aparecer una nota que
tenía guardada acerca de la posible relación entre la ubicación de los puntos
de acupuntura y la proporción áurea. Según
el Dr. Manneti, colega que practica acupuntura: “La ubicación de los puntos
chinos de acción energética específica responde a la ley geométrica y aritmética
conocida desde la antigüedad clásica como sección áurea, según Leonardo Da
Vinci, y cuyo valor numérico es 1,618...
Conforme a Malba Tahan, existe una forma matemática de la belleza: dado un
segmento AB, podremos dividirlo en dos partes iguales o en dos partes
desiguales. Entre las diferentes maneras de ésta última existe una, y sola una
estéticamente satisfactoria, denominada división áurea. Dicha fórmula
está regida por el Número de Oro (1,618)...La partición asimétrica
armónica de un cuerpo reconoce solo un valor tal que permite relacionar entre sí
los valores de los segmentos obtenidos, de modo que sin importar el valor
particular de cada uno de ellos, el resultado final será siempre 1,618...” Pues
bien, sin conocer este interesante aporte de Manneti (que ilustra su hipótesis
con mapas de puntos y sus armónicas relaciones entre si), es evidente que la
elección del tercio superior del tallo o tronco para ubicar agujas o clavos
responde intuitivamente a este principio de armonía, tal vez porque lo que es
cierto también es bello y resulta
bueno. Una
posibilidad a investigar es la utilización de “agua orgónica” para el
riego. Si se dispone del acumulador de orgón, basta con poner un vaso o un
frasco con agua en su interior y dejarlo en carga durante una o dos horas. Después
podrá utilizarse el agua en una maceta. Este procedimiento es muy reciente y
requiere ser investigado para demostrar su posible
eficacia, pero también sus
riesgos, ya que un exceso de carga puede “quemar” la planta y hasta la
tierra donde mora. Podrá
verse que hay un fantástico campo de acción para trabajar sobre las plantas
desde la medicina energética. Así me lo dice y recuerda mi paciente Fabián,
que es jardinero y utiliza con éxito los acumuladores hechos con tetrabrik para
mejorar la salud de alguna planta o incrementar su desarrollo. Buenos Aires, noviembre del dos mil tres |