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Los bebés orgónicos

¿Qué ocurre con los chicos cuyas madres han utilizado un acumulador de energía orgón durante el embarazo?

 

No son muchos, apenas seis o siete.

La primera fue mi hija Julia, hace 22 años. El último mi nieto Sandino hace apenas algunas semanas, a mediados de mayo del 2014. Entre ellos hay, máximo, cinco más. En estos casos fueron sus madres, pacientes del consultorio, quienes recibieron “el tratamiento”. En general, no vinieron por estar embarazadas sino porque estaban siendo tratadas por otras cuestiones. Simplemente quedaron embarazadas en el transcurso del tratamiento y aceptaron de buena gana recibir una ayuda extra que incluía al bebé.

La idea básica, en todos los casos, consistió en que la administración de energía orgón durante el embarazo podía serles beneficiosa para vivirlo con mayor plenitud y no perder demasiada energía en el intento, ya que todas ellas seguían trabajando,  haciendo su vida normal.

En todos los casos utilizaron un pequeño acumulador de orgón pegado a la piel en un punto importante de acupuntura durante todo el embarazo o gran parte de él. La indicación básica de uso fue de seis horas diurnas y diarias, salvo un día de descanso a la semana. El punto de acupuntura elegido fue el 6 del meridiano de Vaso Concepción (6VC), ubicado a unos dos centímetros por debajo del ombligo, en la línea media. Es uno de los puntos más importantes de la acupuntura, habitualmente utilizado para mejorar la carga energética del organismo. Tanto que su nombre en chino, Qi Hai, significa “Mar de la energía”.

No es punto especial para el embarazo: todas las personas que utilizan ésta variedad de acumulador para mejorar su carga energética reciben la misma indicación, cualquiera sea su problemática de salud.

Pero la idea original, mejorar la energía materna, se amplió  rápidamente, ya desde la primera experiencia. Cada vez más, el énfasis de su posible eficacia fue recayendo en el embrión. Pensando en la grandísima actividad biológica de los primeros meses de gestación, era inevitable suponer que la evolución, el crecimiento y maduración se verían fuertemente favorecidos si el bebé también recibía la influencia de la carga energética.

O sea: empezó a tallar fuerte la hipótesis de que el propio bebé podría ser más sano y cargado desde el comienzo, cuando las cosas son por primera vez. Cada día de vida intrauterina es un estreno, a cada instante ocurren acontecimientos decisivos a velocidades impensables: la aparición de los órganos, su desarrollo, la comunicación interna a medida que los sistemas nervioso y endocrino aumentan en funcionalidad y protagonismo. O sea: son tiempos de vertiginosa multiplicación celular y formación del “chasis básico” del organismo. Entonces, ¿cómo no pensar que un aflujo sostenido de energía orgón en ésa primera etapa de la vida debería tener una eficacia notable, cuando todo es nuevo y el debut en la vida real se aproxima?

En el momento de las primeras experiencias había, además, mucho debate en las filas reichianas relacionado con las desviaciones patológicas del embarazo y su influencia decisiva de por vida en la nueva existencia. De hecho, siempre estuvimos seguros de que si la etapa intrauterina se caracteriza por graves conflictos en la vida de la madre y su medio ambiente, las consecuencias para la vida  futura del recién nacido son nefastas y podrían signarlo para siempre, condenándolo a una vida enferma. Y no sólo enferma, sino gravemente enferma, a veces invalidante física y emocionalmente. Ésta certeza no se ha modificado ni un ápice. Sólo depende de la importancia de la patología personal, grupal  y social.

Entonces, ¿cómo defender el futuro del recién nacido, su derecho a empezar lo más sano posible?

La iniciativa de los bebés orgónicos es parte de la respuesta. O, al menos, claramente su intención.

Si todo fuera como podría y debería ser, o sea: parejas sanas, mujeres con úteros rebosantes de energía, ésta iniciativa estaría de más, no tendría sentido. Pero la realidad de nuestros días no es así: tanto varones como mujeres no suelen pulsar sanamente en la frecuencia de la vida. La prueba es que, al menos en los países “desarrollados”, los hombres-promedio tienen menor cantidad de hormona masculina (testosterona) y sus estudios de espermatozoides muestran una alarmante baja en cantidad y calidad. En las mujeres también hay dificultad, tanto para quedar embarazada como para sostener con éxito la maduración y crecimiento del embrión. Incluso hay mucho problema para parir de manera natural, tanto que son necesarios cursos y adiestramiento para enseñar un conocimiento con el que las mujeres nacen, por definición. ¡Es como si fuera necesario hacer un curso para aprender a orinar!

Es importante saber que nosotros, los humanos, nacemos en la mitad del tiempo en que deberíamos hacerlo. Basta la comparación con otros mamíferos para advertirlo. ¿Cuánto tarda un potrillo recién nacido en pararse, trastabillando y hasta cayendo hasta lograrlo? Nada, casi nada, a lo sumo unos minutos. ¿Cuánto tarda un cachorrito de perro o gato en moverse, casi reptando, para acertar en la teta de su madre? Poco, muy poco. Somos un caso único en la historia de la vida: dependemos tanto de que nos pongan la teta en la boca que moriríamos muy rápido si a nuestra madre no se le ocurriera hacerlo. Solo al empezar a gatear, cerca de los nueve o diez meses, estamos en condiciones de empezar a dar algún signo de madurez biológica y a emparejarnos con el resto de los mamíferos.

De manera que, hasta ése momento, es como si siguiéramos habitando el útero materno. El motivo es fácil de entender: debido a la cabezota que tenemos y seguimos desarrollando sin escrúpulos durante los primeros meses de vida extrauterina, sería imposible salir “a término” de nuestro primer hogar, a eso de los dieciocho meses: ¡haría falta una pelvis descomunal para dejarnos salir!

Así que todos podríamos considerarnos verdaderos abortos. O prematuros, para decirlo con cierta delicadeza. Lo importante, para lograr entendernos más profundo y mejor, es advertir que al principio de nuestra vida “oficial”, dependemos excesivamente de nuestra madre porque nacemos indefensos, desamparados y sin ninguna posibilidad de sobrevivir por cuenta propia. Y ésa dependencia e inmadurez pueden pagarse de por vida.

El tiempo de vida intrauterina y los primeros diez meses después del nacimiento pueden calificarse como “primer período biofísico crítico”. Este período es decisivo porque los daños en una etapa de crecimiento primario pueden ser irreversibles y no tener verdadera solución.

No estamos hablando de malformaciones evidentes, de chicos sin brazos, sin intestino o  con pulmones rudimentarios. Estamos hablando de chicos que sólo son sanos en la apariencia, aunque el neonatólogo jure que “está todo bien” mostrando reflejos correctos y cifras de glóbulos rojos normales. O sea: de todo lo que la medicina mecánica es incapaz de advertir, como es el caso de la energía y la predisposición caracterial del recién nacido. No hay aparatos para medir la entrega y la capacidad de contacto emocional o la alegría de vivir. Y, por otra parte, cada uno ve lo que quiere o necesita ver en un recién nacido, incluyendo lo parecido que es a uno mismo o a su familia.

Pero esos rasgos de verdadera salud no tardan en aparecer en quién los tenga y de ausentarse sin aviso en quienes carezcan de ellos. Cuestión de mirar bien, nomás. Los chicos con buena energía (o energía “positiva”, que viene a ser lo mismo) tienen características muy notorias: son inteligentes, son sanos, son sensibles, son naturalmente amorosos y solidarios, son creativos, tienen una gran capacidad de contacto y una iniciativa notable para las cosas de la vida. Exactamente eso, en promedio, es lo que he visto hasta ahora en los pocos bebés orgónicos que conozco.

¿Qué voy a atribuirlo, exclusivamente, a que sus madres usaron un acumulador de orgón durante el embarazo?  No, claro que no. Pero estoy seguro de que ayudaron significativamente a que tales rasgos de verdadera y profunda salud emergieran con mayor facilidad. También resulta muy claro que un bebé orgónico no tiene el futuro garantizado si sus padres no vibran en sintonía parecida, pero tienen más chance de madurar y crecer sanamente, aún con dificultades producto del poco amor que puedan recibir (aquí amor significa respeto profundo y verdadero cuidado, sin baboseo ni “propietarismo”).

¿Por qué razón el acumulador implica un aporte nutritivo de primer orden? Simplemente porque incorpora energía orgón directa al biosistema madre-hijo. Y es bueno aclarar que la energía de la que hablamos actúa simultáneamente sobre las dos dimensiones del ser vivo: el físico y el emocional. Es algo así como incorporar “amor biofísico”, espero que me entiendan. No reemplaza a madre, padre y demás deudos. Pero mejora lo que hay, lo que ya está en plena ebullición. Tal vez ayuda a señalar un camino o determina la mejor elección posible en la orientación de la vida en curso.

Y seguramente disminuye la tendencia a nacer ya acorazado contra la vida. ¿Qué los bebés nacen todos igualmente felices y sanos y sólo “se arruinan” cuándo llegan a un lugar inadecuado, a una familia enferma? No, no, lamentablemente no es así. Pueden nacer ya acorazados y defendiéndose porque es lo que aprendieron a “mamar” en el útero materno. Pueden nacer con una pobre pulsación vital porque la energía materna o de la pareja es escasa y bloqueada. Todo esto puede pasar en esos meses donde parece que no pasa nada salvo un crecimiento asombroso y desenfrenado.

¿Es posible suponer que un acumulador así usado es capaz de evitar al embrión bloqueos y disfunciones maternas, paternas o grupales? ¿Es posible una especie de “saneamiento intrauterino” gracias a sus efectos?

Sinceramente, lo ignoro. Tampoco se puede asegurar que, inevitablemente, funcionará siempre tan bien como en los pocos casos mencionados.  Pero sí está claro que sus efectos serán más notorios si la pareja espera amorosamente al flamante ser humano y hace una buena preparación previa, tanto física como emocional. ¡Y no hablo del parto, sino de lo que viene después!

Estoy contando una esperanza, simplemente.

La esperanza es que muchas madres usen el acumulador durante los meses del embarazo.

Por ellas y por sus hijos. Y también como contribución, no se sabe de qué tamaño ni cuán importante, al saneamiento de la especie humana, que tanto lo necesita. 

 


 

 

Testimonios sobre algunos bebés orgónicos

Frida, que tiene 6 años

¡Te hablo desde una mamá enamorada de su hija! ¡Tal vez fue ése el efecto!

Si pienso en Frida bebé, creo que fue un bebé muy dormilón, afectuosa y conectada con lo que la rodeaba. Suena feo decirlo pero fue un bebe fácil.  La lleve a todos lados y ella siempre tuvo mucha facilidad de adaptación. Siempre durmió muy bien, desde los 2 hasta los 8 meses durmió toda la noche sin problemas.

Tiene una relación con su cuerpo muy intensa, muy conectada. Le gustó siempre mucho el agua y bailar, es muy dinámica. Y es muy enojosa: saca su bronca muy claramente, ¡es difícil para los padres! Pero está bueno que no se la guarde.  Es muy lúdica, siempre jugó mucho sola, armándose cuentos, historias,  disfrazada, con muñecos, casitas en cualquier lado. Es muy querida por sus amigas.

La única enfermedad crónica que tiene Frida es dolor de oído. Ahora está mejor pero es su único tema hasta el momento. Sea invierno o verano.

Usó antibióticos solo una vez por el oído.

                                                                                  Valentina

Ludmila, que tiene 3 años y medio

Empecé a sentirla especial cerca del año: la bañé y tomó el jabón, se lo iba a retirar para que no se lo llevara a la boca pero ella ya estaba enjabonándose la panza. A partir de allí comencé a observar si había dejado de llevar cosas a su boca y en efecto, parecía descubrir la función de cada objeto hasta sorprenderme totalmente cuando alrededor del año tomó lápices de colores se sentó en el suelo y comenzó a garabatear la baldosa (su hermana dibujaba y sus padres son artistas). Pregunté asombrada por otros niños de la misma edad, hijos de becarios, y aún no sabían tomar un lápiz. Mi memoria no había fallado.

Su segundo año fue de descubrimientos de sabores y colores, siguió manchando hojas con colores pero usando distintos colores y trazos. Gozaba su comida y pasó rápidamente de comer con las manos a manejar sus cucharas de plástico, completamente sola sin que la indujéramos. Comía mucho, y en un momento comenzó a disminuir la teta pero luego se arrepintió (o a su madre le costó) y volvió hasta muy grande.

Cerca de cumplir los dos, ésa primavera muy cálida la pasó desnuda, por lo menos en mi jardín, costumbre que continúa: en cuanto puede se saca la ropa y los zapatos cuando entra a la casa y a veces en la calle. Cerca de los dos y desnuda comenzó a percatarse de su pis y caca y empezó sola a controlar corriendo a su pelela que a veces dejábamos en el jardín; al poco tiempo dejó pañales a la noche. Su tercer año fue delicioso, sus juegos son intrépidos y tuvo accidentes menores, sus movimientos fueron mejorando e imitando a su hermana para bailar, por ejemplo. Es bilingüe pero eso no atrasó el español como a su hermana. Está atravesando su cuarto año, es muy amigable con los niños y adultos, muy charleta y ocurrente. Van algunas historias, ya no recuerdo todas:

1)    Estamos viendo un video del Lago de los Cisnes. Ella viene mira un poco, se va a otra parte pero sin dudas seguía mi relato del argumento. Viene, se para y me dice: “Sabes Babi, cuando yo fui grande y bailarina el brujo no pudo engañarme a mi”

2)    Lidu se mira al espejo grande de mi habitación, le pregunto: “Cuál de las dos es Lidu”, se da vuelta y me dice señalando su persona “Ésta soy yo”, “¿Y la del espejo”? Lidu se señala en el espejo y responde “Ésa es la otra”

En una época le pedíamos los tonos de las canciones pues tiene afinación perfecta, ahora se niega pues se da cuenta de que pasa algo con eso aunque no se priva de cantar.

                                                                       Norma, su abuela 

Olivia, que tiene 5 años

Olivia es una nena hermosa, muy creativa, atenta y concentrada. No veo nada que me llame la atención.  La verdad que siempre estuvo perfecta salvo alguna tos o resfrío o dolor de oídos, nada más por suerte. También tuvo varicela pero muy muy leve, como si la hubiéramos vacunado pero no.          

                                                                        Carla

Julia, que tiene 22 años

Como es hija mía, ustedes supondrán que puedo contar miles de maravillas sobre ella. Lamento darles la razón porque han acertado: puedo hacerlo porque son ciertas. Y no voy a contar aquí cada uno de los momentos, cada una de sus historias. Pero sí puedo decir que, cuando era bebé y durante la primera infancia, coincide asombrosamente con los testimonios anteriores: fue extremadamente parecida a Frida, Ludmila y Olivia. Pero seguramente, lo más importante que tengo para decir sobre ella (y lo más esperanzador, considerando el objetivo de éste artículo), es que, a sus 22 años, sigue siendo un sol.

 

Carlos Inza            
Buenos Aires, junio del 2014

 

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