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Energía, carácter y sociedad

2. La vida es en sociedad

La sociedad es el ambiente más íntimo de la experiencia humana.

La existencia concreta de las personas se desarrolla en pequeños grupos: la familia, el barrio, la escuela, el trabajo, los amigos y conocidos. Grupos que contienen y vinculan con la sociedad en su conjunto. Borges decía que todos los humanos somos “singularmente parecidos”, y esto es visible si nos damos una vuelta por el interior de cada país y por el mundo. Los estilos son diferentes porque la especificidad de cada lugar es diferente, pero hay algo central o nuclear en la especie humana que es idéntico en todo el planeta. Mirando con otros ojos, es muy fácil advertir que pertenecemos a la misma especie.

Basta con ver una escena de la película Cigarros para comprenderlo. En una cigarrería de Brooklyn, New York, hay cuatro o cinco hombres: blancos y negros, comerciante, escritor, empleado, barredor, desocupado. Están conversando en la intimidad. ¿De qué hablan estos hombres? Hablan de lo mismo que otros hombres hablan en Estocolmo, México, Buenos Aires, Rio de Janeiro, San Juan o La Pampa: discuten apasionadamente sobre deportes, mujeres y un poco de política. Podrá decirse que estos temas corresponden a una determinada cultura humana y es cierto: ignoro acerca de qué conversan los habitantes del Amazonas, del Sahara, de Nepal o Shangai, pero no me sorprendería que los contenidos fueran similares o equivalentes. 

Y tengo una pista para corroborar esta hipótesis. Ustedes saben quién es el argentino más conocido en el mundo. Es un muchacho bajo, retacón, con aire mestizo. Se llama Diego Maradona y ha sido el máximo jugador en la breve historia del fútbol, el deporte que apasiona a la mayoría de la humanidad. En 1994 fue expulsado del Campeonato Mundial de Fútbol que se disputaba en Estados Unidos. Esa exclusión terminó con ese mundial (el más gris y triste que se recuerde) y provocó increíbles reacciones individuales y colectivas en gran parte del mundo: en Argentina había un palpable clima de duelo nacional, en Brasil salían a festejar a la calle porque esa decisión les allanaba el camino, en Jaifa, Israel, un niño empezaba su huelga de hambre hasta que le explicaran convincentemente por qué maldita razón Maradona estaba afuera del mundial, hubo manifestaciones públicas de protesta en Rusia (los jugadores rusos temían jugar contra Argentina porque sabían que no contarían del todo con sus compatriotas), y también en Sri Lanka y varios países africanos. 

¡Hasta los mismos jugadores de otras selecciones estaban sinceramente apenados, al igual que los entrenadores y los periodistas deportivos!  Y también existen dos anécdotas increíbles sobre Maradona: la sola mención de su nombre le salvó la vida a dos turistas argentinas que estaban en poder de unos bandidos en el sur de Egipto y a tres periodistas argentinos que habían quedado mal situados (los confundieron con espías), en medio de la guerra entre servios y croatas.

Todo esto sirve, no sólo para tributar un homenaje al gran artista del juego que amo, sino también para acompañar la idea de que son más importantes y numerosos los lazos que nos unen al resto de los humanos, que las particularidades que nos diferencian.

 

En este sentido -el de entender a los hombres y sus circunstancias- la visión de los sanitaristas es demasiado elemental y arbitraria. Es claro que sus concepciones se derivan de la equivocada mirada de la civilización místico-mecanicista, pero allí están las consecuencias. Un sanitarista brillante y excéntrico dijo irónicamente que “la vida es una enfermedad de pronóstico letal a forma de transmisión sexual”.  En esa frase genial queda sintetizado todo lo que la ciencia sanitaria oficial podría decir acerca de la vida humana si fuera honesta y coherente consigo misma.

Es que la visión sanitaria se dedica a mirar superficialmente algunas de las consecuencias de este modelo de desarrollo humano sin profundizar en sus causas, siempre que no sean tan evidentes e inmediatas como el consumo de agua podrida. Resulta evidente que se trata de una visión infantil y hasta ridícula acerca de los gestores de enfermedad en la especie humana. Es fácil disertar acerca de la relación entre agua estancada, mosquito Anopheles y paludismo. Pero no lo es cuando deben relacionarse estilos de vida determinados e incidencia de cáncer, sida o enfermedades cardiovasculares. Allí se les queman los papeles porque si pretenden llegar lejos en el análisis, entrarían inevitablemente en pugna con las concepciones básicas de esta cultura y con los concretos intereses de quienes manejan el poder, que son quienes les pagan su salario. Y se los pagan a sabiendas de que lo hacen para que sigan tapando la verdad y buscando adonde no van encontrar nada.

Por eso los diarios, revistas y noticieros descubren todos los días una cura fantástica contra el cáncer y aseguran que los culpables de todas las enfermedades humanas son los genes (como sugiere el Corán, ya está todo escrito y contra el destino no se puede hacer nada) o malditos virus y bacterias conocidas o por conocer y responsables de producir las enfermedades más atroces. Al estilo de vida concreto no hay nada que reprocharle. La “civilización” que ha podrido el corazón humano y está por matar la vida en este planeta no es en absoluto responsable de las condiciones sanitarias de existencia…

¡Es necesario desnudar esta combinación de ignorancia y mentira mal intencionada para entender cómo y porqué nos enfermamos!

Y parte importante de la explicación está en la relación entre vida social, manejos políticos  y construcción ideológica de la realidad.

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