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Cuaderno de Navegación

2. De las extrañas relaciones entre salud y enfermedad

Más adelante habrá un resumen acerca de cómo se investiga la energía, cuando se aclare en qué consiste la metodología diagnóstica, pero antes es necesario referirse brevemente al importante tema que encabeza este apartado. Y no es fácil hacerlo, porque el objetivo de ser breve y conciso puede conducir a simplificar excesivamente, lo cual explica la existencia de los varios borradores anteriores, esos mismos que aspiran a evolucionar en la dirección de un libro.

Hay que olvidar esas categorías absolutas llamadas salud y enfermedad. Simplemente hay seres humanos que están (estamos) más-o-menos sanos y enfermos. Es claro que por lo general hay un predominio de alguno de estos estados, pero la salud o la enfermedad no existen como tal. En todo caso hay evidencias o signos de buena salud, los cuales podrían constituir el aspecto irónico de la cosa, ya que vendrían a ser algo así como los síntomas de la salud. 

Hay uno especialmente importante y que es capaz de ahorrar infinidad de palabras inútiles: es la felicidad. Un organismo sano (una persona sana) es una persona feliz. Felicidad también relativa a las circunstancias. Por ejemplo: es más probable ser feliz en tiempos de paz que en tiempos de guerra, es más probable serlo si se está alimentado que hambriento (una forma nada sutil de declararle la guerra a gran parte de la humanidad), es más fácil serlo si se vive en circunstancias climáticas y sociales favorables (la sociedad es el clima más influyente y cercano a los hombres), etc. 

De manera que existen mejores o peores condiciones para vivir feliz y por lo tanto sano. Tanto que algunas de estas condiciones son absolutamente indispensables: alimentación adecuada, vivienda digna, amor desde antes del nacimiento, etc.


¿Y cómo se diagnostica esta fantástica utopía?

No estaba equivocado el poeta norteamericano Henry Thoreau cuando decía: "Mide tu salud por la simpatía con que miras la mañana y la primavera". Porque una persona feliz-sana está apasionada con la vida, puede moverse con gracia y tiene un aspecto decididamente atractivo. 

Su cuerpo es armónico y equilibrado en proporciones, la mirada es vivaz así como sus movimientos. Digamos que tiene una gracia que parece innata. Ahora mismo estoy mirando un bebé que tiene tres meses y presenta todas esas características: no creo que sea necesario pasar a Julia por análisis de sangre y ecografías para llegar a esa simple conclusión. 

Es por demás evidente. Es cierto que la metodología de la medicina estándar está diseñada para descartar la enfermedad y no para corroborar la salud (creo que los colegas que como yo hayan participado de alguna campaña sanitaria para examinar una población supuestamente sana, me darán la razón: no hay cosa más difícil que diagnosticar la "salud"),  pero aún así sería útil manejarse con las pruebas habituales de laboratorio y los métodos de exploración complementaria: no se encontrarían alteraciones importantes. Desde la acupuntura se sostiene que una persona sana es la que tiene un alto nivel de energía equilibrada. Y no vayan a creer que es fácil encontrar a estos especímenes.

Pero también hay aspectos del "funcionamiento" de una persona que permiten hacerse una idea acerca de su estado. Por ejemplo: una persona sana tiene necesidad natural de ser creativamente expresiva y socialmente útil. No es ninguna virtud: es una necesidad que surge de su equilibrado interior. Tiene la misma necesidad de amar que de ser amado, de dar que de recibir. Tiene necesidad de ejercitar su cuerpo y de leer buenos libros o escuchar buena música (otros capítulos de una buena "nutrición").

De manera que la buena salud tiene mucho más que ver con un estilo de existir que con la verificación "en frío" del estado de una colección de órganos. Debe insistirse en el hecho real de que la vida es un acontecimiento, un suceso. No es "una cosa" aparte de la secreción biliar, las pesadillas, los movimientos musculares, la relación con las otras vidas y los proyectos personales. La vida es la más acabada y brillante de las expresiones de la energía. Y pensada en función de nuestro organismo individual es la resultante de todas las relaciones al interior y al exterior de ese organismo. La vida es la mejor respuesta a ninguna pregunta.

La vida, simplemente, ES.

Tal vez el más brillante y ejemplar de los discursos que alguien se haya arriesgado a dar en público fue el de Buda a los miles de discípulos que se habían congregado para escuchar su palabra: el maestro se limitó a mostrar una flor, paseándola en lo alto de sus manos ante la mirada azorada de sus seguidores.

Es absurdo, entonces, suponer que puede evaluarse "la salud" de alguien que está sentado delante nuestro y exhibe su cuerpo-mecano para que alguien opine acerca de su estado. El cuerpo no es "la máquina", el cuerpo somos nosotros. Es cierto que puede y debe evaluarse el estado de los órganos y la situación energética de una persona. Pero son meras señales, indicios, pistas para detectives. Los síntomas son gritos o susurros, avisos o reclamos, y deben entenderse como la porción emergente del iceberg por sobre las aguas. Pero: ¿qué hay por debajo, en las profundidades del cuerpo/alma ?


Puede pensarse que es un deseo demasiado ambicioso el que se está planteando : es cierto y hay que reconocerlo sin vergüenza. Pero en esto consiste, justamente, el desafío planteado por la crisis de la medicina y las diversas psicoterapias: han escindido oficialmente al hombre en infinidad de partes y se hace imperioso intentar la síntesis desde una mirada que privilegie la integración. 

La misma fragmentación del conocimiento científico relacionado con la salud constituye un síntoma de la verdadera enfermedad que sistemáticamente se repite y reproduce en los seres humanos. Más allá de las posibles "excusas" o mecanismos intermedios (disturbios funcionales, infecciones, procesos degenerativos, etc.) la verdadera enfermedad consiste en la disociación del ser, en su dificultad para vivir coherentemente integrado al interior y expresarse al exterior.

 

Es de suponer que esta escisión-enfermedad tiene profundas raíces individuales y colectivas. Posición social, situación económica, características culturales y vida institucional del ambiente que acoge al recién nacido, no son menos importantes para explicarla que el amor y el material genético recibido de los padres.  

Ese organismo reflejará las especiales características de la relación entre lo heredado (genes) y lo adquirido (todas las influencias ambientales). Y es en esa relación -por lo general más o menos insatisfactoria para las necesidades del niño- donde habrá que buscar el surgimiento de su carácter, o sea: las peculiaridades de su estructuración psico-física que le permitirán tener un lugar en el mundo ya sea a fuerza de codazos o sonrisas. Es allí donde habrá que buscar la verdadera explicación de las "desviaciones" respecto de lo sano o saludable.

Es en los primeros años de la vida donde se diseñan las costumbres, los movimientos, las habilidades y también las tendencias patológicas de cualquier humano. Es el momento en el cual se forman las corazas musculares, orgánicas y emocionales. El daño ocasionado estará en relación a la importancia de la agresión o descuido y a la etapa del desarrollo en la que aparece la carencia. Más adelante estos esbozos se desarrollarán o no, a velocidad variable, dependiendo de la situación interior (persona) y exterior (medio).

Podría decirse, entonces, que pese a la vasta taxonomía que exhiben los hospitales y los tratados de medicina, hay una sola enfermedad para cada persona. Podríamos poner diferentes etiquetas o diagnósticos a esa enfermedad, pero es la peculiaridad de cada individuo lo que determinará su "estilo de enfermarse" . Analizados desde la perspectiva de la historia personal/social, o lo que es lo mismo , desde su estructura de carácter en sentido psico-físico, todos los disturbios tienen una lógica implacable y se alejan vertiginosamente de la azarosa casualidad. "Uno se enferma de lo que puede y no de lo quiere", decía mi brillante maestro de medicina interna, el Dr. Félix Chiovino.

 

Así en la tierra como en el cielo significa que cada hombre es un pequeño universo con sus estrellas y sus planetas, con sus vientos y sus mares, con sus desiertos y sus praderas floridas. Los mismos agujeros negros del cosmos que son las zonas de muerte de ese gran organismo viviente están en nuestro interior: son las zonas bloqueadas, los sitios donde la energía no circula . 

Nuestro lado montaña tiene infinidad de arroyos que transportan alegremente esa energía (tanto que los arroyos tienen música) , pero también tenemos el lado oscuro del alma y del cuerpo: allí la energía se empantana y termina degenerando. 

Y en eso, precisamente, consiste la enfermedad básica: la energía se inmoviliza, se queda sentada, se aburre , deja de danzar y cantar. Es sabido que el agua estancada se pudre: allí comienza la tristeza y el abandono. A cada uno le "tocarán" órganos y funciones asociados a emociones y momentos determinantes, pero después la historia sigue sola, casi por su cuenta. Éste es el circuito que es necesario interrumpir si se quiere volver a existir con la simple alegría de la vida, si se desea que lo luminoso predomine ampliamente sobre la oscuridad e incluso la utilice para aumentar el resplandor.

sigue al Capítulo 3: ¿Qué se propone esta medicina?
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