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Los tres cerebros 2. El cerebro uno y trino
Fundido
en una sola estructura, nuestro sistema nervioso central alberga tres
subsistemas producto de la larga zaga filogenética que lo vincula a la aventura
de la vida cuando ésta opta por salir de la seguridad electrolítica del mar. Por
orden de aparición en la historia evolutiva, esos cerebros son: primero el reptiliano
(reptiles), a continuación el límbico
(mamíferos primitivos) y por último el neocórtex
(mamíferos evolucionados o superiores). Para
entender qué significa esta aseveración y sus implicancias en cuanto a nuestro
funcionamiento, es necesario mencionar algunos aspectos de la filogenia del
sistema nervioso. Algunos comentarios de Mac Lean en Investigaciones sobre el Sistema Límbico
(Cerebro Visceral) y su situación en los problemas psicosomáticos, nos
ayudarán a comprender lo esencial de este tema. “Una
ojeada de conjunto a la filogenia nos muestra que el esquema de la armazón
neural incluida en el tallo del cerebro y de la médula es esencialmente
semejante en todos los animales. Esta armazón neural suministra el mecanismo
para integrar los mensajes procedentes del medio circundante interno y del
externo, y actuar en forma refleja sobre ellos. Por lo tanto, por eso mismo, la
conducta resultante es en gran parte de tipo reflejo, lo cual implica que también
es estereotipada. La armazón neural es en cierto modo análoga al chasis de un
automóvil. Lo que realmente falta es un conductor al volante para dirigirlo y
decidir sobre los diversos rumbos de la conducta. Es
el desarrollo de tal conductor lo que en la evolución representa la principal
modificación y el principal agregado al sistema nervioso central. Su precursor
se encuentra en el hipotálamo y en el aparato olfatorio de los peces, dos
estructuras tan estrechamente unidas en algunas de esas formas primitivas, que
resultan prácticamente indistinguibles. En el lenguaje del Jardín del Edén,
es de esa costilla neural de donde ese
conductor, tal como lo vemos hoy en los
grandes hemisferios cerebrales del hombre, fue extraído originalmente. Se
presume que la elaboración del cerebro anterior es el resultado de la amplia
gama de adaptaciones que hubo de encarar el animal después de haber abandonado
el medio relativamente estable del agua por una vida más imprevisible en la
tierra. Es significativo que la nueva formación esté organizada alrededor del
sentido del olfato, sentido singular por ser al mismo tiempo intra y
extraceptivo, por estar vitalmente relacionado con “alimentación, nutrición,
reproducción”, y porque evita lo que es nocivo. Es como si la naturaleza, al
moldear el nuevo conductor, se hubiera empeñado en fabricar uno que asegurase
una homeostasis entre las nuevas exigencias del mundo exterior y las
permanentes
necesidades del mundo interno. En
filogenia, el rasgo distintivo del brote conductor -una corteza con una característica
capa de elementos neurales- no se encuentra hasta la aparición del reptil. Se
ha demostrado que las vías que se proyectan en esas capas de células son
predominantemente aquéllas que conducen las excitaciones víscero-olfatorio-gustativas,
junto con las apreciaciones somestésicas de la cabeza y la boca.
Pero hay
pruebas de que los sistemas visual y probablemente auditivo, encuentran también
alguna representación. Se infiere de esto que las innovaciones estructurales
aportadas por el desarrollo evolutivo de la corteza, permiten un gran aumento en
la gama de la comprensión y las decisiones del animal, por las cuales
se
emancipa en parte, de las cadenas de los reflejos estereotipados “soldadas”
en la armazón neural. Podría
suponerse que el reptil, con su primitivo tipo de corteza, obtuvo una serie
de
ventajas comparables a las del radioescucha que adquirió uno de los primeros
televisores. Su corteza se asemejaría a una pantalla en la cual los diversos
sistemas sensoriales actúan y se fusionan proporcionando una imagen estereoestésica,
siempre cambiante, de su ambiente.” La
relevancia de estas observaciones consiste en saber que la evolución no ha
desechado lo que fue desarrollándose a lo largo de la historia, de manera que
las adquisiciones del reptil permanecen casi idénticas en nuestro cerebro y
comprenden el sector inferior del sistema nervioso integrado por la médula
espinal, los núcleos de la base, el mesencéfalo y el sistema reticular. Más
relevante será conocer los aportes del cerebro
reptiliano a la vida cotidiana de quienes lo poseen, incluso en las especies
de mamíferos que lo suceden en el tiempo, entre las cuales se incluye al
hombre. El
reptiliano está involucrado en la concepción de delimitación territorial, así
como en una existencia rígida y casi programada. Es típica de esta conducta la
repetición: un reptil nunca improvisa o investiga nuevas maneras de llegar
desde esta piedra hasta ese árbol, ya una
vez aprendido un camino, morirá
haciendo una y otra vez el mismo itinerario. Por
eso puede vinculárselo a los rituales y ceremonias, a las convenciones
religiosas, a las acciones legalistas, así como a los comportamientos
obsesivos
y rutinarios. Está claro que este cerebro presenta la infraestructura neural
ideal para la persuasión política. Y también se encuentra involucrado en las
operaciones nostálgicas como la “vuelta al hogar” y la añoranza de la
infancia. Lo peor que puede hacérsele al cerebro reptiliano es cambiar de lugar
de residencia y de hábitos de vida,
actitudes que lo conmueven y desconciertan. Este
cerebro también se encuentra vinculado a la “parada agresiva”, a la
fuga y
las famosas “improntas” (Lorenz,1937), esa fuerte ligazón que se establece
desde edades muy tempranas de la vida con personas u objetos del ambiente
circundante. Hay algo de la memoria ancestral que queda en forma de amor por la
caza y los caballos, pero también puede involucrar elecciones que necesitarían
un aporte decisivo de los “otros dos cerebros”, como es el caso de la pareja
matrimonial y de la profesión. Puede
atribuirse al cerebro reptiliano una participación decisiva para comprender
algunos fenómenos sociales como la violencia destructiva, la histeria de masas,
la importancia de las modas pasajeras y el consumismo. El
cerebro reptiliano se comporta en el hombre como legado neurótico de un super-yo
ancestral que le impide adaptarse y crear situaciones nuevas,
lo cual explica la
fuerte resistencia a los cambios que experimentan la mayoría de los seres
humanos, independientemente de sus ventajas o desventajas. Pero con los mamíferos hubo
un crecimiento explosivo de algunas regiones del cerebro reptiliano
que
posibilitaron la formación del segundo cerebro, el límbico,
y con él la
posibilidad de sentir y expresar emociones.
Éste fue un cambio verdaderamente revolucionario en la historia de la
vida, coherentemente acompañada por la posibilidad homeotérmica de manejar la
temperatura corporal. Con los mamíferos aparecen las
pasiones: el amor, el odio
y el altruismo en la historia, de manera que la vida adquiere calor y color. Y
también, como veremos, un grado de libertad que implica
riesgos, sin los cuales
la vida carece de sabor para un verdadero mamífero, a diferencia de lo que
hemos visto en el predominio reptiliano. Anatómicamente
el cerebro límbico se encuentra entre el reptiliano y el neocórtex,
en la región
media del sistema nervioso central. Comprende tres regiones importantes:
la amígdala
cerebral, el septum-región preóptica y el hipotálamo. Tiene fuertes lazos con
el tálamo y la corteza fronto-temporal, lo cual explica parte de sus
funciones.
Durante mucho tiempo se lo denominó rinencéfalo, suponiendo
equivocadamente que sólo estaba vinculado con la olfación, pero ahora se sabe
que tiene una función muy importante ligada a la elaboración de las emociones
vinculadas al comportamiento orientado a la autoconservación, reproducción y
cuidado de la especie.
Los
siguientes experimentos nos ayudarán a entender algunas de sus importantes
funciones: 1.
Los descubrimientos de Klûver y Bucy de que en los
monos salvajes la lobectomía bitemporal, siempre que comprendiera las
estructuras límbicas, daba por resultado una aparente
mansedumbre, un tipo
compulsivo de conducta oral y una rara actividad sexual. 2.
El trabajo de Spiegel y colaboradores, y de Bard y
Mountcastle, demostrando que la ablación de la amígdala en los carnívoros
conducía a manifestaciones de rabia. 3.
Los informes de Smith y Ward de que la extirpación
bilateral de la porción anterior cingulada del lóbulo límbico en los monos
era seguida de pérdida del miedo y otros cambios en la conducta afectiva. 4.
Las observaciones de diversos autores de que las
respuestas autónomas y viscerosomáticas que suelen acompañar a los estados
afectivos, podían ser producidas mediante estimulación eléctrica de toda la
parte rostral de la corteza límbica, tanto en el animal como en el hombre. 5.
Los descubrimientos electroencefalográficos de que
en la epilepsia psico-motriz, donde existe una amplia variedad de
manifestaciones emocionales y viscerosomáticas, el foco epileptógeno se
encuentra frecuentemente dentro o cerca de las estructuras
límbicas en la base
del cerebro. Éstas y otras consideraciones nos permiten saber que, a grandes rasgos, en la amígdala cerebral residen las respuestas orales, faciales y alimentarias. En la región del septum las relacionadas con la genitalidad y en el hipotálamo anterior las vinculadas con la defensa y la rabia. Estas zonas funcionales del cerebro límbico son vitales para entender la génesis de la mayoría de las enfermedades humanas. Veamos con más detalle lo que sucede en estas tres regiones y su vinculación con la patología humana.
sigue
al 3. El hipotálamo y el límbico se la juegan |