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Los tres cerebros 8. Ciertas conclusionesTal
vez, una mirada sin prejuicios obtenga una
visión del cerebro bastante
diferente de la estándar, después de sintetizar la información suministrada
en este capítulo. Todo lo que antecede es muy conocido entre los neurólogos y
los neurofisiólogos: no hay información novedosa aquí. Sin embargo, la
ciencia está repleta de “verdades indiscutibles” que son capaces de
torcer
los hechos para forzarlos a entrar en los dogmas “generalmente aceptados”. Estos
prejuicios típicos de una cultura jerárquica hasta el impotente aburrimiento,
necesita de una “jerarquía de órganos y funciones” y de un
“centro-cerebro-dictador que subyuga a su “periferia-tejidos-esclavos”.
Para esta concepción de la vida -y por lo tanto de la ciencia- es inconcebible
que un poco divulgado NGF (factor de
crecimiento neuronal) segregado por las vísceras del aparato digestivo nutra a
las neuronas y se permita la insolencia de atraerlas para ser inervadas por el
distraído sistema nervioso. De parecida y anarquista manera el intestino
es
capaz de segregar, sin pedirle permiso a nadie, el VIP (polipéptido intestinal vasoactivo)
para abrir los vasos y
aumentar por sí mismo la irrigación
que le corresponde, en un claro ejemplo de autorregulación
periférica.
Después
de acceder a los aportes de Mac Lean no es posible engañarse: la ciencia
mecanicista -que aún es claramente predominante en la medicina- estudia al
cerebro humano con mirada reptiliana. Y esto se debe a una muy sencilla razón:
el cerebro reptiliano y su desarrollo posterior en gran parte del neocórtex
izquierdo, son ampliamente hegemónicos en la vida cotidiana de nuestra
civilización. Basta releer los atributos funcionales del reptiliano para
encontrarse casi con una radiografía de la mayoría de la humanidad: existencia
rutinaria, “programada”, ritualizada, gris y sometida. La
simple pero rotunda realidad de que la inmensa mayoría de los científicos estén
casi por completo acorazados en su vida personal, les impedirá
ver lo que miran
y mirar lo que ven. Es imposible pedirle peras al olmo: ellos son buenos
funcionarios y excelentes empleados de quienes los mantienen, de manera que
nunca cultivarán la rebelión y la ruptura, profundos atributos de un verdadero
investigador. Por
eso es tan fácil sacar conclusiones veraces acerca del cerebro siempre que uno
se atreva a colocarse en otro lugar de observación, y tan difícil divulgarlas
y compartirlas. Pero
vamos a intentar hacerlo. ¡Bienvenidos
al ignoto país del cerebro humano! Una
primera observación sobre el cerebro podría expresarse mejor danzando o
exhalando un ¡guau!, porque realmente es maravilloso. Tanto que su neocórtex
constituye un caso de raro crecimiento explosivo en la historia de la vida terráquea,
como lo demuestran los numerosos pliegues de su superficie: la estructura ósea
que lo alberga -el cráneo- no tuvo tiempo de agrandarse lo suficiente debido a
la increíble velocidad de su expansión. Quizás
eso explique la dificultad del humano para estar a la altura de su cerebro y
desarrollar sus fantásticas posibilidades, porque en realidad, hasta ahora
se
lo ha usado básicamente para sobrevivir, hegemonizar y declararle la guerra a
la vida. Pero
veamos un poco mejor esta increíble maniobra de extasiarse ante el neocórtex y
simultáneamente ignorar su integridad orgánica desvalorizando al “resto” e
inventando la ideología de las “partes”. La historia del cerebro límbico
y “la parte emocional” es buena prueba de lo que aquí se sostiene. Mac Lean hizo un aporte
fenomenal advirtiendo que nuestro cerebro es, simultáneamente, uno y trino.
En
la evolución nada se pierde: toda función y estructura que haya demostrado ser
eficiente en cualquier organismo vivo, simplemente se adecua en las especies que
van apareciendo a lo largo y a lo ancho de la filogénesis. Por eso se dice que
“la ontogenia recapitula la filogenia”, dando a entender que durante la
etapa embrionaria de la gestación, el embrión hace un rápido repaso de la
filogenia y alcanza a tener branquias (como los peces) y rabo (como otros mamíferos).
No es extraño, entonces, que un chasis neural tan exitoso como el de los
reptiles quede incorporado al nuestro tal como es originariamente. Otro
hecho innegable es que entre el límbico y grandes sectores de la corteza
reciente hay dependencia mutua, lo cual implica claramente que no
se toman decisiones que carezcan de un fuerte anclaje emocional. Es más: el
impulso motor de cualquier intento serio ligado a alguna actividad eminentemente
cortical, como es el caso del aprendizaje, se encuentra en el límbico, ya
que de éste depende la famosa “motivación” o el saciar “la sed de
conocimientos”, que no parece una manera únicamente simbólica de referirse
al estudiar para aprender. La
teoría
del estrés de Hans Selye es muy conocida, y ha tenido una desusada
repercusión popular tratándose de la postulación de un científico. Describe
los acontecimientos que ocurren cuando un organismo vivo se encuentra en situación
de tensión (eso significa, precisamente la palabra
stress). Se activan los
mecanismos defensivos que ya hemos visto al considerar la “reacción de lucha
o huida” desencadenada por el simpático. Selye
dice que, cuando la tensión es crónica, también se produce una adaptación
negativa consistente en la secreción aumentada de corticoides. Aumentada y crónica,
lo cual produce un aumento en la tasa de desgaste, con la consiguiente aceleración
del envejecimiento y la disminución de la resistencia contra las enfermedades
infecciosas, inmunológicas y tumorales. Como
una suerte de profundización de esta teoría, el biólogo Henri Laborit desarrolló la interesante hipótesis de la “inhibición
de la acción”. Así como el comportamiento busca renovar su
gratificación con acciones que pongan en marcha el haz
de la recompensa (medial forebrain bundle), cuando predomina el
comportamiento de lucha o huida ante una agresión el sistema que se pone en
marcha es el periventricular. Su
cronificación implica la aparición de un nuevo comportamiento: el de la
inhibición de la acción, que se transforma en un esquema de base y es la
representación de lo que pasa cuando, ante una agresión, es imposible
responder con las reacciones de lucha o huida.
El
caso de la epilepsia -especialmente en su variedad psicomotriz- es sumamente
ilustrativo para explicar el posible mecanismo de la llamada enfermedad psicosomática.
La imposibilidad de obtener placer
provoca una disfunción del límbico, la cual origina la gran variedad de
síntomas
neurovegetativos que se observan cotidianamente en la práctica clínica:
desde cefalea a estreñimiento, pasando por hipertensión arterial y déficit
inmunológico. Es el caso de la mayoría de las patologías de origen
endógeno,
caracterizadas por la imposibilidad del sistema para autorregularse. Es
cierto que el lenguaje del límbico es un poco ambiguo, pero no necesariamente
confuso. La capacidad de verbalizar (neocórtex) no es demasiado útil cuando
el
bloqueo emocional es importante. El
sistema neurovegetativo es quien concretamente ejecuta las acciones regulatorias,
vía simpático y parasimpático. Su relación de simultánea identidad y antítesis
se ajusta a la perfección con la hipótesis reichiana del Principio Funcional
Común. Como hemos visto en detalle, el simpático es ergotropo (consumidor de
energía) y se relaciona con la contracción, mientras que el parasimpático
es
trofotropo (restaurador de energía) y se relaciona con la expansión. A
la vez, una imagen más completa y real del efecto regulatorio implica agregar a
las hormonas de secreción endocrina, de manera que podemos hablar del eje
neuroendocrino y comprender que éste es el centro de la regulación
homeostática del biosistema. La
combinación de ambos subsistemas explica a la perfección lo que está
ocurriendo a cada instante en todos los órganos y tejidos, a nivel de lo que se
llama “efector periférico”. ¡Es una extraña manera de llamar a
los sitios
donde ocurren los sucesos y acontecimientos reales
de la vida! Para
la jerga mecanicista, los músculos, las glándulas y los órganos son
“efectores periféricos”, simples ejecutores de órdenes centrales… Y
aquí entran los neurotransmisores, las estructuras químicas que convierten
impulsos neurales en realidades biológicas concretas. Hemos visto que no se
localizan al azar, que su concentración en algunos sitios del cerebro es
absolutamente coherente con la funcionalidad de tales estructuras. Y que su
distribución resulta incomprensible y contradictoria para la visión
mecánica.
¿Con qué permiso existen neuropéptidos digestivos en el cerebro? ¿Se trata
de una visita turística, acaso? Y a la inversa: ¿cómo es que los neuropéptidos
cerebrales se “rebajan” a frecuentar el tracto digestivo? Hablando
de neurotransmisores en general, pero estudiando la función y estructura de las
endorfinas en particular, puede también
comprenderse con mayor profundidad el extendido fenómeno de la drogadicción.
Se trata de un intento desesperado por acceder a sensaciones de placer vía
incorporación exógena de neurotransmisores afines, habida cuenta de la
imposibilidad de generarlos desde el interior por razones de índole
socio-cultural que se analizan separadamente. Y
ahora la pelea se ha instalado en la mismísima intimidad del cerebro, con el
supuesto combate a muerte entre ambos hemisferios,
el izquierdo y el derecho. Se han mencionado algunas diferencias entre
ellos, incluido el importantísimo conocimiento de lo que sucede cuando alguno
de ellos enferma gravemente. Esas diferencias permiten suponer que el neocórtex
de los hemisferios representa una profundización de los cerebros más antiguos.
En efecto: hay evidencias como para suponer que el hemisferio derecho está más vinculado al límbico que el izquierdo, mientras que éste
parece haber desarrollado al extremo algunos atributos del reptiliano. Este
panorama tan extenso, que arma una acción coherente desde las estructuras
nerviosas hasta los neurotransmisores, pasando por la acción de los iones como
calcio o potasio y la secreción hormonal, permite mirar la funcionalidad global
del sistema nervioso desde una perspectiva diferente. Y recuperar el concepto de
integración,
que debemos al neurofisiólogo sir Charles Sherrintong. Si bien esta idea
aparece para explicar el objetivo y la tarea de la funcionalidad nerviosa, no
está muy alejada del concepto de equilibrio
energético de la medicina tradicional china. El
problema se presenta cuando el sistema no integra y favorece arbitrariamente el
predominio de algunas de sus áreas funcionales, lo cual implica desequilibrio
y, por lo tanto, enfermedad. Está claro que el riesgo de las nuevas aventuras
de la vida es inherente a los mayores grados de libertad y autonomía que
implica. Es el caso del cerebro humano, verdadera explosión de libertad al
igual que el límbico de los mamíferos si se lo compara con el cerebro
reptiliano, y el de éstos si se lo compara con sus ancestros. Tal
vez estemos todavía en una fase muy temprana del desarrollo humano y
notoriamente inmadura: tenemos que aprender a manejar nuestras posibilidades.
Podemos dar mucho más, pero especialmente mucho mejor. Aunque sin escindirnos
de la naturaleza, porque somos sus hijos: no podemos negar nuestro componente
reptiliano, que asoma en los reflejos básicos que nos aseguran la
supervivencia, pero también en la nostalgia por el origen y la inútil busca de
seguridad en la rigidez institucional. Y
mucho menos, renunciar a nuestra vida emocional porque allí se encuentra la
clave de nuestra existencia. Esta negación ha fundado la enfermedad. No
somos un jinete neocortical sobre un caballo límbico, como supone Mac Lean.
La
medicina china supone que el hombre posee tres sectores funcionales: en
su
cabeza está “el cielo”, en sus pies está “la tierra”
y en el centro, allí en el pecho donde nos tocamos para decir
“yo”, allí está el corazón de
nuestra identidad.
No
es difícil trasladar esta concepción a los diagnósticos y tratamientos de
variada índole: si logramos tener una sana y vigorosa vida emocional (el
centro), la tierra y el cielo se ubicarán solos en su lugar.
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