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Los acumuladores de energía orgón Revitalización y Envejecimiento
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Artículos 2
Mariana,
la quirúrgica
Tenía
en su haber el extraño record de cinco operaciones en el lapso de dos años:
primero fue un quiste ovárico y apendicitis
(en el mismo momento y para no desperdiciar la ocasión), luego otra
por la herida quirúrgica que evolucionó mal y por último...¡tres
operaciones por fístula anal! Ahora
la realidad indicaba que tenía otro quiste en el ovario derecho, aunque se
sospechaba también un absceso tubo-ovárico o una endometriosis. O sea: nadie
sabía muy bien qué le ocurría en la pelvis, pero seguramente tramaban
averiguarlo en el quirófano. Un increíble caso de contagio quirúrgico: una
operación llamaba a la otra de manera tortuosa, inevitable. Mariana
había tenido alergia en
la piel durante la infancia, artritis
reumatoidea juvenil a los 14 años (se llama enfermedad de Still), gastritis
medicamentosa subsiguiente (la consecuencia de las recetas de los
reumatólogos suele desembocar en un gastroenterólogo) y discreta anemia
(tal vez por los medicamentos, también). Vivía cansada, signada por los
dolores y la pesadez durante tres de las cuatro semanas de su ciclo menstrual y
con “tendencia a querer salir, a explotar”. El panorama no era muy alentador
porque la mayor parte de su tiempo consistía en vivir soportando una pesada
carga en la pelvis y su necesidad de “salir o explotar” solamente se
liberaba (ilusoriamente) en un quirófano, abriendo el cuerpo para que “todo
saliera”. Podría decirse que Mariana había desarrollado una variedad de
orgasmo bastante exótica y poco satisfactoria. Como
la medición de los puntos es fundamental en medicina
energética para investigar la energía y la funcionalidad de un paciente,
es eso lo que hice. Y aquí van los resultados, aclarando que en la web hay
mucha información sobre el fundamento, la práctica y los resultados de la
medición de los puntos de acupuntura con aparatos electrónicos, que de eso se
trata. Primero va la medición de los meridianos principales, 24 puntos:
En
la tabla se comparan los resultados de Mariana con los del mismo grupo de sexo y
edad. El Promedio significa la cantidad de
energía, la Variación indica el
equilibrio de la energía (cuanto más baja la cifra, mayor el equilibrio),
la relación entre Yin y Yang es una constante importante en acupuntura tradicional
(el valor perfecto es 1, la unidad), la relación entre Manos
/ Pies implica el equilibrio entre la energía de “arriba”
(Manos) y la de “abajo” (Pies) y también da 1 cuando ese equilibrio es
ideal. Rápidamente podemos ver que Mariana tenía la energía más baja y más
desequilibrada que el grupo control. Ahora
veamos como se distribuía la energía en los anillos reichianos, que son
siete (ocular, oral, cervical, torácico, diafragmático, abdominal y pélvico),
otro importante indicador clínico:
El
gráfico permite ver claramente la distribución de la energía en Mariana: alta
en los anillos superiores (ocular, oral, cervical), media en tórax y
diafragma (esta configuración es típica de bloqueo diafragmático) y
baja en abdomen y pelvis (el territorio crítico). Con
otro sistema de medición de puntos, el de la electroacupuntura alemana, podían
observarse valores desviados en los puntos del
neurovegetativo, glándula hipófisis y en los del aparato genital.
Este daba valores de tipo inflamatorio, aquellos cifras que indicaban fuerte
estrés del sistema nervioso neurovegetativo (simpático / parasimpático)
repercutiendo sobre los ovarios a través de la hipófisis. El
tratamiento comenzó con aplicaciones
semanales de acupuntura
para equilibrar la energía (a veces en las orejas, otras veces en las manos y
los pies con electroestimulación), un acumulador
de energía utilizado durante seis horas diarias ubicado debajo del
ombligo (para aumentar la carga energética global y estimular la zona crítica),
una adecuada combinación homeopática
para tratar las disfunciones endocrino-genitales y la aplicación del dor-buster
(extractor de energía) en el entrecejo durante las sesiones de acupuntura, de
unos veinte a veinticinco minutos de duración. También se indicó una dieta de
desintoxicación para
mejorar la “ecología interna” y facilitar el efecto de la acupuntura y la
homeopatía. A
las tres semanas, Mariana tuvo una menstruación con febrícula, dolor y
percepción de latidos en la región ovárica derecha. A la semana siguiente
comenzó a sentirse mejor y a experimentar la sensación de que “algo se abre
y quiere comunicarse”. Durante las semanas siguientes pasaron muchas cosas:
rechazó una propuesta de tratamiento hormonal (ginecóloga), tuvo un extraño
resfrío que duró cinco días (manifestación habitual de movimiento energético),
alternó sensaciones agradables y desagradables, el abdomen tuvo inusuales
momentos de paz, apareció dolor de cabeza (que también se fue) y comenzó a
experimentar una fuerte necesidad de demostrar su fertilidad. A
los tres meses, el ciclo menstrual dejó de ser una tortura para transformarse
en un acontecimiento normal. Mariana se sentía extraña y hasta
temerosa con su bienestar, que le parecía tan lejano. En todo momento sintió
que su cambio era muy profundo y excedía con creces a una simple mejoría en
los síntomas. Su
experiencia con el dor-buster fue decisiva, tanto que tuvo la espontánea
necesidad de contarla por escrito, y puede consultarse en “Experiencias con el
Dor-buster” del capítulo Investigaciones de la web. Vale la pena leer el
relato de Mariana, más allá de todas las explicaciones técnicas acerca de
este instrumento de la orgonomía aplicado a un punto de acupuntura. Es
interesante ver las nuevas mediciones de Mariana
obtenidas a los cuatro meses de iniciado el tratamiento, y
compararlas con las primeras:
Puede
verse que el nivel de energía ha
aumentado y se encuentra mejor distribuida en los tres parámetros. La
medición de la electroacupuntura mostró una mejoría del neurovegetativo y la
hipófisis, así como normalización del aparato genital. Y
en cuanto a los anillos reichianos, el siguiente gráfico es claro y revelador:
La
energía, estudiada con los aparatos de medición, muestra los mismos signos de
recuperación que la evolución clínica. Mariana
dejó de ser “la quirúrgica” para intentar la aventura de vivir su potencia
y su fertilidad, esa que parecía imposible y lejana.
Dr. Carlos Inza
¿Qué
es la craneopuntura?
Cuando
uno decide aventurarse por mares lejanos, tiene que tener el coraje de perder de
vista la costa.
Cristóbal Colón Tal
vez el doctor Jiao Shunfa haya guardado en
la retina los paisajes de dos costas (la acupuntura tradicional china y la
neurofisiología moderna) mientras dirigía su vista en el mar intentando llegar
a tierra firme, un lugar diferente que reuniera el paisaje interno con la
necesidad de algo nuevo. Pues bien: Jiao Shunfa encontró ese sitio, un paraje
apasionante y alentador llamado Craneopuntura pero también scalp o acupuntura
cerebral. La idea básica es utilizar líneas o puntos de acupuntura situados en
el cráneo para estimular algunas áreas específicas del cerebro y, así,
tratar distintas enfermedades.
Cuando comenzó esta aventura, allá por 1970, Shiunfa conjeturó que así como
hay puntos de acupuntura ubicados en tórax, abdomen y espalda a la misma altura
de los órganos y que suelen ser muy eficaces para tratarlos, también éstos
podrían existir en relación de cercanía con el cerebro. Y si es así, no hay
dudas que estos puntos debían estar ubicados sobre el cráneo. También pensó
que en la antigüedad no se sabía gran cosa sobre el cerebro,
pero hoy en día los avances en el conocimiento de la ubicación cerebral de las
distintas funciones, permiten acceder a un desarrollo (al menos hipotético) de
zonas ubicadas en la piel con posibilidad de estimular la corteza cerebral y
producir buenas respuestas terapéuticas. Y
no se equivocó: después de los primeros intentos tímidos, tibios y fracasados
(como corresponde), la idea comenzó a funcionar y sus escasos pacientes a
caminar con solidez por el camino de la recuperación. Eso de caminar con
solidez no es pura metáfora, ya que esos pacientes habían sufrido accidentes
cerebrovasculares con las conocidas secuelas: parálisis, paresia,
afasia, etc. y Shunfa delineó sus primeros ensayos trazando sobre el cráneo
dos líneas que llamó área motora y área sensorial,
ambas como proyección sobre el cráneo de los segmentos cerebrales que manejan
dichas funciones. Le costó dos años encontrar una técnica eficiente para
estimular las áreas correspondientes pero al final tuvo éxito insertando en
ellas agujas de acupuntura y manipulándolas con una técnica especialmente
desarrollada para el caso. Con la excitación del navegante que descubre tierra desconocida y produce párrafos temblorosos en el cuaderno de bitácora, Shunfa cuenta sus dos primeros casos exitosos: “Era
un día de agosto de 1970 y estaba cenando en la casa de un granjero de Jishan.
Entonces apareció su madre, una señora de 70 años que sufría dolores espasmódicos
en los brazos y las piernas desde hacía varios años motivados por un proceso
arterioesclerótico. Como mi anfitrión me pidió ayuda para aliviar sus
molestias, tomé la decisión de insertarle agujas en el cráneo, a nivel de su
área sensorial. Al día siguiente, la señora dejó de gemir y me contó que ya
no tenía esos terribles dolores. Fue asombroso, pero no tanto como lo que
ocurrió en diciembre del mismo año, también en Jishan. Conociendo ésta
historia, me invitaron a visitar a una mujer que yacía hemipléjica desde hacía
40 días. Cuando la examiné comprobé que su lengua estaba ligeramente desviada
a la derecha, su brazo derecho se encontraba totalmente paralizado y apenas podía
levantar 10 centímetros su pierna derecha. Entonces coloqué tres agujas sobre
el área motora izquierda y las manipulé hasta que la paciente comenzó a
sentir un calor cada vez más intenso en los miembros paralizados. Entusiasmado
por la obtención del reflejo, le pedí que levantara su brazo...¡y pudo
hacerlo! Pero también que intentara pararse y caminar. ¡Y también pudo
hacerlo sin ayuda! Era increíble lo que estaba sucediendo, el resultado fue
inesperado y muy superior a mis expectativas. Suponía que algo podía pasar,
pero nunca imaginé que la respuesta pudiera
ser tan concluyente. Esto me animó a seguir el mismo camino, superando los
malos resultados de las primeras experiencias.”
A
treinta años de su desarrollo, la Craneopuntura aprobó con buenas notas el
examen y ya se utiliza extensamente en China y en muchos otros países,
al tiempo que su campo de aplicación ya suma gran variedad de patologías. Y si
bien el resultado más espectacular sigue siendo la recuperación de las
secuelas de trombosis, hemorragia o embolia cerebral, es la orientación más
promisoria de la terapéutica acupuntural, como veremos al final de este artículo. Quizás
se pregunten cuáles son las líneas ubicadas en el cráneo y qué utilidad
puede tener su utilización. Veremos, sucintamente, ambos temas. Las áreas de
estimulación
Algunas
ilustraciones serán de utilidad para observar las líneas encontradas por
Shunfa y su posible utilidad:
Pueden
verse algunas de las áreas más importantes: motora, sensorial, vascular, de
los temblores, auditiva y del habla. Ahora veamos la vista posterior: Aquí
se ven las áreas “del pié” (tiene una variedad de aplicaciones), del
habla, óptica y del equilibrio. Y por último, las áreas frontales: Aquí
se encuentran el área del tórax, del estómago, del hígado y la vesícula
biliar, intestinal y genital. Aplicaciones terapéuticas
Para
resumir la información y dar una idea rápida pero rigurosa de las aplicaciones
terapéuticas de la Craneopuntura, nos conviene observarlo en una tabla:
La
tabla tiene la ventaja de su poder sintético, pero la dificultad de no detallar
cada una de las posibilidades terapéuticas. Si enumeráramos las patologías
concretas que se deducen de la columna Aplicaciones,
la lista sería bastante extensa. Perspectivas de la
Craneopuntura
La
aventura que comenzó exitosamente una noche de agosto del 70 en Jishan, China,
está apenas en sus comienzos. No sólo tiene un futuro
brillante en las aplicaciones detalladas en la tabla anterior, ya
sea sola o combinada con el resto del arsenal del que dispone la acupuntura:
también está pendiente una continuación del viaje con el mismo coraje que lo
originó. Pero ahora, perder de vista la costa e internarse en el mar, significa
explorar otras posibles localizaciones craneales de las funciones cerebrales
apenas insinuadas en la cartografía exhibida en este artículo. Y
especialmente una: la ubicación del límbico (el
cerebro emocional) y sus fuertes relaciones con el resto de la
corteza, especialmente con el lóbulo frontal.
Ésta parece la clave de la mayor parte de la patología humana, que radica en
una vida emocional perturbada, azotada por temblores y tormentas que hacen difícil
o imposible la existencia. Entonces, vivir se transforma en una variedad de misión
imposible. Y los neurotransmisores
(dopamina, serotonina, noradrenalina, endorfinas, encefalinas), esas estructuras
determinantes para orientar y equilibrar las actividades vitales incluida la
conciencia, se desbarrancan y crean verdaderas tormentas neuroquímicas capaces
de producir naufragios y transformar el viaje en una pesadilla desgraciadamente
inolvidable. Acceder
al cerebro límbico y al lóbulo frontal desde sus posibles representaciones
craneales para poder equilibrarlos, es un nuevo desafío para la Craneopuntura
y la medicina energética. Es lo mismo que tender un puente entre los
cerebros izquierdo y derecho para evitar la locura de creer que alguno de ellos
es el único verdadero. Y requiere ese coraje que reclama Colón a los
verdaderos descubridores de nuevas (y mejores) tierras: es necesario perder de
vista la costa conocida y aventurarse mar adentro.
Dr. Carlos Inza
Medicina
de crisis
“Como
Lucía cuando era chica, y cuando la despertaba me pedía que la dejara dormir
un poco más para completar lo que estaba soñando” Todos
estamos en crisis en la Argentina de los dos mil dos. Vos,
yo, todos. Es
como si alguien o algo muy poderoso nos hubiera movido el piso, y todo diera
vuelta en un loco vértigo de adentro y de afuera. Como
pesadilla real, como
resaca del alma y del cuerpo, como si te hubieran golpeado entre cuarenta y
trataras de abrir los ojos amoratados y nublados. Tiene
algún parecido con un episodio que me tocó vivir en el hospital Rawson de San
Juan, hace ya varios años. Estaba a los pies de la cama de un paciente
completando su historia clínica. Era un hombre diabético de mediana edad y
recibía medicación a través de un frasco de suero, ya que acababa de salir de
un coma diabético. De pronto sentí que alguien me movía la silla, sacudiéndome
un poco. Miré para atrás y no vi a nadie, pero rápidamente noté la mirada
preocupada del paciente, al tiempo que hacía silencio a pesar de una pregunta mía.
Pasados unos segundos, y suponiendo que la sensación de haber sido movido con
silla y todo era producto de mi exaltada imaginación de aquellos tiempos,
insistí con la pregunta. Inmediatamente se produjo otro sacudón de silla, y
entonces todos los habitantes de la sala pasaron a la acción empezando por mi
paciente, que tomó el frasco de suero con su mano derecha, se levantó y salió
corriendo de la sala sin decir absolutamente nada. Yo estaba haciendo un curso
acelerado de adaptación a San Juan, pero nadie me había enseñado esa lección,
tal vez para no provocar la ira del diablo mencionándolo: era un temblor que
podría haber llegado a terremoto. Rápidamente largué lo que tenía en las
manos y salí corriendo como todos hacia el patio central del hospital, donde me
encontré con una multitud de pacientes y colegas que para nada estaban tan
sorprendidos como yo, un aprendiz de residente en zonas sísmicas. En
Argentina estamos todos corriendo hacia un patio que no queda en ningún lugar,
pero con la conmoción adentro y afuera. Y eso es una crisis, la que ahora nos
toca vivir entre sorprendidos y acostumbrados, porque después de todo sabemos
que habitamos una tierra azotada por un terremoto crónico. Y
desde hace muchos años hacemos como Lucía, que quería seguir durmiendo para
completar su sueño soñado. Pero el juego llegó demasiado lejos y ahora hay
que afrontar la verdad, la propia y la de todos: nuestra realidad es tan aplastante que no deja tiempo para pedir prórrogas del sueño. Somos en
crisis
Dicen
que, “finalmente”, la Argentina “se cayó”. Como quien sale de su órbita
y se precipita violentamente sobre la tierra, o al estilo de los terrestres que
descienden a los infiernos. O como niños que se hamacan ingenuamente y
aterrizan desarmados sobre la arena de la plaza de juegos. Finalmente nos caímos,
o vivimos caídos desde siempre y ahora lo sabemos. Pero atención: “el caso
argentino” es nada más que una muestra de lo que está pasando en el mundo
con la economía virtual que ha creado la globalización. Asistimos azorados a
una fase de capitalismo salvaje que habíamos creído superada en la historia,
de manera que los vencedores de la guerra tibia “contra” los soviéticos y
sus socios han arrasado con todo lo que encontraron a su paso. Países,
culturas, derechos humanos o conquistas sociales trabajosamente conseguidas les
da lo mismo: la diversa y rica realidad ha sido remplazada por el tonto y
sanguinario mercado, un dios oligofrénico de estilo frío-perverso. Es
cierto que la sociedad argentina posee su propia cuota de inutilidad y
salvajismo. Ha logrado ser una vanguardia en desenmascarar la mentira
globalizada por su intrínseca debilidad, consistente en descreer de si misma y
apostar a la facilidad de los espejitos de colores que le propusieron años de
gobiernos corruptos e inescrupulosos. Ahora, por primera vez, mucha gente se
plantea algo que parece elemental: si los sectores dirigentes argentinos son
como son es, simplemente, porque provienen de donde provienen (su propia
sociedad). Pero
muchas veces esta misma sociedad ha resultado creativa para plantear o contestar
a los desafíos de la realidad. Y en esas respuestas ha logrado aportar
originales símbolos al resto de la humanidad. Las madres de Plaza de Mayo son
un ejemplo. Y ahora los cacerolazos y “piquetazos”, que si bien no nacieron
en Argentina, podrían adquirir trascendencia planetaria en un estilo de
protesta masiva con importantes posibilidades participativas (asambleas
populares). Y
también es creativa la utilización de algunos términos para describir la
opresión que produce la crisis del sistema financiero. Definirlo como
“corralito” es maravillosamente preciso, sólo que podría ampliarse a la
existencia entera dentro de este sistema carcelario que habitamos: vivimos
encerrados adentro de un corralito, pero recién ahora hemos tomado conciencia,
cuando ha fracasado la mínima ilusión de libertad que permite el uso de los
salarios o los ahorros de una vida de trabajo. Los condenados a reclusión
perpetua sentían el aroma de la libertad cuando se les permitía dar un paseo
por el patio del penal, pero ahora ni siquiera eso: los barrotes quedan a centímetros
del cuerpo y la posibilidad de desplazamiento ha quedado reducida a caminar
nerviosamente por los escasos metros cuadrados de la celda. De
manera que el corralito sirve para advertir la presencia del corralón, cuyas
verdaderas dimensiones no lo exceden tanto como podría suponerse. Pero el
corralón no es sólo la Argentina: es el planeta entero, cada vez más
asfixiado por la estúpida política devastadora de quienes lo manejan, cuya
insensatez es pareja con su asesina voracidad. Las tres cuartas partes de la
sociedad humana se encuentran en peligro de extinción gracias a la economía y
la política globalizadas, como señal inequívoca de lo que está ocurriendo
con la vida entera en la Tierra, ese hermoso globo azul y blanco que navega en
el espacio y puede admirarse cuando uno llega desde Marte o Venus, más o menos
a la altura de la Luna. ¿Qué
significa “crisis”?
Casi
siempre la etimología resulta alumbradora acerca del significado profundo de
las palabras, y ésta no es la excepción. Crisis significa “mutación grave
que sobreviene en una enfermedad para mejoría o empeoramiento”, pero también
“momento decisivo y situación inestable en un asunto de importancia”.
Proviene del griego krisis (decisión), de krino (yo decido,
separo, juzgo). Este término deviene del indoeuropeo skeri, que
significa cortar o separar. Y curiosamente origina, también, las palabras
escribir (grabar, esculpir, raspar) y carne (cortar). El
idioma chino aporta una versión no menos importante de la palabra, a través
del significado de los ideogramas que la representan: uno significa riesgo,
el otro oportunidad. Gracias a la etimología, uno tiene casi la certeza
de que las palabras a veces sirven para algo, y éste es el caso. Primero me
sorprendió que crisis tuviera que ver con las vicisitudes de la salud en
un estilo tan directo (“mutación grave que sobreviene en una enfermedad para
mejoría o empeoramiento”), pero también que su significado sea tan claro en
relación con una decisión que implica “separar las aguas” o cortar con
algo y empezar de vuelta. Así estamos viviendo en la Argentina del 2002 : es el
riesgo, pero también la oportunidad. Temario de
la crisis
Una
colección de breves anotaciones permite asomarse al espíritu y a la carne de
esta propuesta intentando la simpleza y evitando la “tecnificación” del
asunto. Eso sí: voy a respetarme la espontaneidad tipo ensalada de la lista,
escrita con la mirada perdida entre un alcanforero y una araucaria en días de
calor. A cambio del privilegio discursivo, al final va una síntesis aclaratoria
de los aspectos importantes (podríamos decir “críticos”) que involucran a
la crisis, antes de las consideraciones terapéuticas.
Allá vamos.
¿Demasiado
mezclado, demasiado confuso, demasiadas cosas? Sin
embargo es bastante simple, como la vida. Lo complicado somos nosotros,
envueltos en la confusión por haber extraviado la brújula en algún momento de
la evolución. La
crisis implica vivir en una situación de estrés crónico consistente en
experimentar la realidad como una amenaza de destrucción en el entorno de una
guerra no oficialmente declarada pero real. Una guerra silenciosa, insidiosa,
infiltrante como un tumor maligno. Esto puede condenar a la extinción de
personas, sociedades y hasta países, pero no es una invención paranoica: es
groseramente real. Es ser y sentirse destinatario de un complot contra la
vida,
pero con basamento real, a través de hechos objetivos indudables que se
manifiestan como un aplastamiento de la posibilidad de crecimiento personal y
colectivo. Eso
que llamamos estrés no es el malo de la película, no es un acontecimiento
negativo de por si: se trata de una reacción emocional y biológica normal,
indispensable para vivir y construir, para soñar y concretar los sueños. Estrés
significa “tensión”, y la vida real posee esa tensión de arco
estirado, de
experiencia apasionante, de riesgo y oportunidad. Por
eso se habla de estrés normal y estrés anormal o diestrés. Es claro que
estamos hablando de este último, caracterizado por la necesidad de defensa
continua contra una agresión que produce una situación de “acorralamiento”
y atenta contra la vida de los agredidos. En esta circunstancia el estrés es
patológico porque no da respiro, no tiene esa pausa grata y reparadora que
sigue a una actividad vital como la concreción de un proyecto o un partido de fútbol. Tampoco
la crisis es necesariamente negativa: su significado vital es la culminación de
un proceso en el cual no hay medias tintas: se triunfa o se muere. Es una
definición, es una confrontación con la verdad y, también, el extremo
necesario de un proceso que tiende a lo patológico, a lo enfermo. Puede darse
en las personas y en las sociedades, que también funcionan como un organismo
vivo y, por lo tanto, pueden enfermar y morir. De manera que la crisis es una
sana reacción defensiva cuyo simple significado es: así no, de esta manera no
es posible seguir si es que pretendemos sobrevivir. Y sobrevivir no es meramente
vegetar en el fondo de la historia, asumir pasivamente el rol del esclavo. En la
historia de la evolución, sobrevivir es, simplemente, vivir... No
es el momento de profundizar en una hipótesis que no me deja, que insiste como
tábano y me perturba: la “civilización” que conocemos es nada más (y nada
menos) que un proceso de clonación de idiotas. Idiotas domesticados, idiotas
deslumbrados por espejitos de colores, idiotas que pueden destruir la vida o
prestarse al juego de hacerlo con una sonrisa fría y tonta. Es para otra vez,
pero ahí está, ya lo dije. ¿Cómo
se vive individualmente la crisis del estrés crónico? Se
vive con la simple coherencia de los organismos vivos: tiene una expresión
psico-emocional y otra físico-biológica. O sea: se vive simultáneamente “en
el cuerpo y en el alma”. Se siente miedo, la emoción básica de la
supervivencia, miedo de no poder nutrirse, miedo de morir, de no ser, ese
aterrador miedo de evaporarse y desaparecer. Ese
miedo produce una angustia particular, esa angustia ligada al centro del
ser, esa agitación del cuerpo y del alma que todos conocemos y no requiere
explicación. Pero el miedo, que puede profundizarse como terror o pánico,
también produce ira, bronca. El miedo es profundo y la ira es
superficial, defensiva. Se disfraza de agresión, un movimiento biológico
normal bien estudiado por los etólogos que expresa a la perfección la
vitalidad expresiva de un organismo vivo (la crisis y la lucha son atributos de
lo vivo, no de lo muerto). En el transcurso de la lucha se presentan momentos de
tristeza, otra emoción normal que puede llegar a depresión si se
instala protagónicamente y se manifiesta como peligrosa parálisis del ser. Así
como el inevitable exceso de reflexión que acompaña a cualquier proceso que
involucra al juego extremo de la supervivencia, y que deviene en obsesión.
La dicha está preferentemente ausente en este argumento, pero tiene una sutil
manifestación en la excitación que produce el combate, especialmente en
el desahogo que puede producir la ira exitosa. Otras emociones en juego son la
sorpresa y el asco, derivadas de las anteriores. ¿Pero
adónde y cómo se vive este licuado emocional? En
el “cuerpo”, ¿adónde si no?: como si hubiera otro lugar adónde vivirlo... Es
que no “tenemos un cuerpo”, somos un cuerpo, un cuerpo-alma si quieren. Un
cuerpo maravilloso, apto para vivir la vida en un altísimo nivel tal cual ha
demostrado la historia evolutiva. Un cuerpo dotado de una funcionalidad de gran
nivel...hasta que empezamos a transformar la aventura de vivir en una sórdida
sucesión de capítulos de una mala telenovela de terror. La
característica esencial de la vida, tal cual se expresa en los seres vivientes,
es la capacidad de pulsación, la posibilidad de alternar entre expansión
y contracción desde el propio núcleo de energía biológica que nos
constituye. Este movimiento básico de la existencia viva puede contemplarse
tanto en un unicelular como la ameba (que se expande para “expresarse” en la
vida y se contrae enquistándose cuando el medio ambiente se pone muy agresivo)
como en el humano, pasando por toda la escala animal y vegetal. Solo
varía el estilo peculiar de cada especie para vivir estos dos movimientos básicos
del ser. En el caso del humano, se ha desarrollado un sistema nervioso y
endocrino altamente eficiente para advertir las señales del exterior,
elaborar una respuesta y ponerla en práctica. Está
claro que disponemos de un sistema muscular que nos pone en acción y posibilita
una variedad completa y compleja de movimientos. Pero también tenemos un
sistema que maneja el estado general de las funciones orgánicas dentro de
rangos compatibles con la vida. Éste es el verdadero eje regulador de la gran
mayoría de las reacciones vivas. Y tiene un efector muy claro en el sistema
nervioso neurovegetativo con sus dos ramas:
simpática y parasimpática. La primera se encarga de la acción, de
la lucha o huída (produce hechos como dilatar la pupila, elevar la presión
arterial, acelerar la frecuencia cardiaca para disponer de más oxígeno y
nutrientes, cerrar los esfínteres, aprontar el sistema muscular para la acción,
enfriar las ilusiones y producir hechos concretos y contundentes). El segundo se
especializa en reparar la energía utilizada y experimentar los placeres de la
vida (entonces achica las pupilas, disminuye la presión y las pulsaciones,
aumenta la reserva de energía almacenando los nutrientes, abre gozosamente los
esfínteres, predispone a la fantasía creativa y a la gloria del placer
sexual). Y
todo esto, absolutamente todo esto, se experimenta en regiones especiales y
específicas del cerebro, ni más ni menos. Gracias a talentosos investigadores
de la neurociencia ignoramos un poco menos que antes. Y aunque no nos alcance,
sabemos algunas cosas importantes para entender la funcionalidad humana. Por
ejemplo: sabemos que el maravilloso cerebro límbico (el gran regalo de la
naturaleza a los mamíferos) es la sede de los procesos emocionales,
“administra” al neurovegetativo, maneja al endocrino (hormonas) y se ubica
en lo profundo del cerebro. Pero también tiene una relación íntima con las áreas
más evolucionadas y recientes de la corteza cerebral humana, con aquello que
justamente nos diferencia del resto de los animales, incluidos nuestros
parientes, los primates: vastas regiones del lóbulo frontal. Porque es allí
donde residen los rasgos que han convertido al humano en lo que es, para bien y
para mal. Es allí, en el laberinto de las circunvoluciones frontales, donde
reside la infraestructura funcional que nos permite entender, prever,
planificar, recordar, crear, imaginar y elegir si vamos a ajustarnos o no a la
ética de la vida. Todas estas funciones frontales no están escindidas de la
actividad emocional límbica, más bien puede decirse que las emociones
“colorean” decididamente cada una de las facultades corticales, orientando
en una u otra dirección. Es falso, entonces, que racional y emocional corren
por veredas enfrentadas: la unidad del ser implica una coincidencia asombrosa
como requisito para un funcionamiento sano. Y si
la normal división de funciones se transforma
en escisión, en opciones excluyentes, es cuando estamos o somos
enfermos. La
situación de encierro, el “síndrome del corralito” (generalizado bastante
más allá de los ahorristas estafados) , es la realidad cotidiana de la mayoría de los humanos, quienes viven la
misma experiencia que las ratas de laboratorio sometidas al estrés del apiñamiento:
aumenta la violencia para quedar con mayor espacio y posibilidad de alimentación.
Al tiempo que se produce esterilidad en ambos sexos para no agregar más
individuos al grupo. Al diablo con el placer, fuera la posibilidad de crear,
solo la pelea cruel para sobrevivir como sea. Todo
esto y mucho más está en el cerebro humano, lo cual explica la fisiología de
la crisis y todas sus manifestaciones sintomáticas, si es que uno se toma el
trabajo de unir ésta explicación con la lista de las observaciones que la
antecede. Queda
abrir un camino donde entre otra emoción humana básica: la esperanza.
Pero no cualquier esperanza: sólo la esperanza posible. Una
medicina para la crisis
Existen
variadas medicinas, o sea: distintas maneras de “mirar” la enfermedad. Y por
lo tanto, diversas maneras de encuadrar un tratamiento médico. Es cierto lo que
decía Florencio Escardó: “Hay una sola medicina: la que cura”, pero también
hay que admitir la diversidad de criterios -a veces contrapuestos,
enfrentados- de las distintas escuelas. Ésta propuesta no es ecléctica,
no intenta quedar bien con todo el mundo: pivotea sobre la Medicina Energética,
cuya identidad reside en la articulación de dos fuentes claramente
identificadas con una lectura sobre el devenir de la energía y sus disturbios
en los seres humanos. La primera es la acupuntura tradicional china con
sus actualizaciones modernas como la medición electrónica de los puntos, la
auriculoterapia, la craneopuntura y las variadas técnicas de estimulación de
los puntos de acupuntura (láser, electricidad, ultrasonido, infrarrojo) que se
han agregado a las tradicionales (agujas, calor). La segunda fuente es la orgonomía,
la ciencia de la energía fundada por Wilhelm Reich durante cuatro décadas de
brillante investigación (entre los años veinte y los cincuenta) que logró
objetivar la famosa energía de los orientales (que bautizó con el nombre de
orgón) y empezar a utilizarla con fines terapéuticos. Se
agrega, también un aporte tan eficiente como los anteriores: la homotoxicología,
una vertiente contemporánea de la homeopatía procedente de Alemania
y que cuenta con años de investigación y trabajo clínico. El objetivo
de esta combinación coherente y sólida (acupuntura-orgonomía-homotoxicología)
es mejorar el sistema en los dos niveles más afectados por la crisis
producto del estrés prologado: el equilibrio de la energía y
la comunicación entre el sistema límbico y los lóbulos frontales.
Trabajar sobre la energía implica producir modificaciones simultáneas en los
lados del ser: el físico y el emocional. Y es imposible lograrlo sin
influenciar el sustrato biológico clave: la neurofisiología de la íntima
relación entre las emociones y la conciencia reflexiva. Algo de esta realidad
se ha planteado con la reciente divulgación acerca de las relaciones entre los
cerebros derecho e izquierdo y sus funciones diferenciadas (el izquierdo
asociado al lenguaje, el análisis y las actividades lógicas, el derecho con
las percepciones espacio-temporales, la síntesis y las facultades artísticas).
Una característica del desequilibrio es la pérdida de la armonía entre los
hemisferios y un objetivo del tratamiento es, por lo tanto, la recuperación de
una buena relación entre las actividades de ambos hemisferios. (Es claro que
lograr esta afinidad entre izquierda y derecha funciona únicamente fuera de la
política). No
son sólo “buenas intenciones”, acerca de las cuales el gran Ingmar Bergman
ya dijo mucho y bien. La acupuntura tiene demasiada y brillante historia
para tratar los desequilibrios de la energía y constituye una falta de respeto
pedirle que lo demuestre. No obstante, en los últimos treinta años se han
desarrollado interesantes líneas de investigación ligadas a las neurociencias
y a la endocrinología para comprender cómo y porqué tiene éxito en una
variedad de patologías (no sólo el dolor), pero no conozco ningún
investigador serio y honesto que dude acerca de su eficacia. Y en medicina,
bueno es recordarlo, sólo es cierto lo que funciona. Averiguar el porqué es
interesante y hasta útil, pero lo importante es que sea eficaz aunque no
conozcamos bien su “mecanismo”. Y bien, una de las facetas de máxima
utilidad que presta la acupuntura se refiere al tratamiento de los estados
emocionales y los desequilibrios neurovegetativos (toda la lista que figura en
la sintomatología general del estrés). Una
peculiaridad del trabajo con acupuntura es que, en la actualidad, disponemos de
una gran ventaja respecto de nuestros milenarios maestros: podemos medir la
carga de los puntos con aparatos electrónicos. Esto nos permite estimar fácilmente
la cantidad y la distribución de la energía en una persona pasando los datos a
un programa de cálculo diseñado para producir un informe específico, lo cual
permite tratar la individualidad energética de cada persona conociendo sus
características funcionales. Y
aquí la orgonomía tiene algo para decir. Porque
la medición también suministra datos acerca de los bloqueos personales, y éstos
se tratan con los dos artefactos orgonómicos: acumuladores de energía y
“extractores de energía” o dor-buster. También
se eligen algunas combinaciones de medicamentos homeopáticos propuestos por la homotoxicología
para tratar disfunciones neurovegetativas y alteraciones emocionales que pueden
reemplazar con éxito a los psicofármacos. Tienen tres ventajas sobre éstos:
no son tóxicos, no modifican otras funciones orgánicas y no le hacen el juego
a los monopolios farmacéuticos, cuya política de poder tiene bastante relación
con el origen de la crisis que vivimos. Resulta irónico y hasta cruel que las víctimas
del poder sigan alimentándolo comprando lo que venden...¡para tranquilizarlos
y aquietarlos! Éstos
son los objetivos y la base del tratamiento para la crisis. Ahora veremos cómo
se concreta. El
tratamiento
La
idea es trabajar tres meses con el concreto objetivo de ayudar a salir de la
crisis sin anestesiar ni castrar: más bien “serenar” pero incentivando la
iniciativa y la creatividad a través del equilibrio de la energía. La
primera sesión se dedica a una medición de energía, luego de la
imprescindible conversación para conocer los avatares sanitarios de la historia
personal. Pero ya se hace una primera aplicación de acupuntura y se
recetan las fórmulas homeopáticas. En la segunda sesión (a los dos o tres días
de la primera), ya se agregan los datos que proporcionó la medición de energía
para personalizar el tratamiento. Luego se continúa con una sesión semanal
hasta completar los tres meses de tratamiento. Puede
o no (depende de cada caso) agregarse un programa de desintoxicación para
mejorar la ecología interna y un programa de ejercicios con el mismo objetivo. Riesgo y
oportunidad
No
se si a ustedes les pasará lo mismo, pero yo siento que en esta crisis todos
podemos crecer. Y que llegamos hasta aquí por haber tapado demasiada verdad,
demasiada realidad. Hemos dejado tomar las decisiones que signan el ambiente de
nuestra vida cotidiana a personas que representan esos aspectos oscuros de todos
nosotros. Así como existe la enfermedad en cada persona, también las
sociedades pueden enfermar, y es evidente que estamos bastante enfermos. Volver
a mirar la vida desde la aparente simplicidad de la supervivencia tal vez pueda
ayudarnos. Cuando un país que puede producir alimentos como pocos en el mundo
condena al hambre a la mayoría de sus habitantes, es que algo perverso ocurre.
Cuando sus integrantes reconocen que vivimos con la consigna de que cada uno
debe salvarse o “zafar” como se pueda, puede firmarse el diagnóstico de sociosis,
proceso degenerativo social. Las sociedades y las personas no tienen
devenires tan diferentes: el envejecimiento patológico ocurre cuando el sistema
pierde cohesión y sus diferentes aspectos funcionales se disgregan en un
proceso de atomización. Y las especies sociales, como es el caso del hombre,
pueden desaparecer si osan desafiar esa ley de la vida, que para ellas es
constitucional. ¿Se imaginan a las abejas o las hormigas en un proceso de
individualismo atroz, como el que aquí vivimos? Pero
algo tenemos que hacer, no sirve para nada abandonarnos a la reflexión amarga y
desesperanzada, al llanto tanguero sin esfuerzo. Si nos abandonamos a esa
melancolía de inmigrantes, estamos perdidos. Siempre el afuera, siempre la
verdad está allá, en Europa, en Estados Unidos, en Marte o en extraterrestres,
si es que se practica la falsa mística de la fuga. Pero, ¿qué le queda como
horizonte a un presidiario del corralito? ¿En qué otra cosa va a pasar sus días
si no es imaginando y planificando la fuga? Es
comprensible, pero no constituye la única opción. Hay otra: primero mirar con
crudeza y terrible realismo lo que verdaderamente ocurre en mí, en vos,
en nosotros. Trabajar con uno mismo para volver a juntarse, a reunirse desde la
propia fuerza, desde la propia energía en un proceso de saneamiento personal.
Es como hacer un análisis militar de lo que ha quedado de la tropa para que lo
más sano ayude a lo enfermo, para agruparse y empezar de vuelta. Segundo:
juntar las fuerzas con los otros, empezando con los que están más cerca en la
vida y luego con “los demás”, que son casi todos. Es
necesario aprovechar lo dramático de este momento para llegar lo más profundo
que se pueda: es la oportunidad que ofrece la crisis. Wilhelm Reich postuló que
los hombres de esta civilización nacemos en una trampa, en una condición tan
agresiva para la vida que sólo nos queda la chance de acorazarnos para
sobrevivir. Pero en ese proceso de acorazamiento, que es como venderle el alma
al diablo, perdemos la capacidad de vivir la vida con la pasión, la profundidad
y la alegría que merece. Quedamos regalados para una existencia menor, gris,
mediocre. Comparto totalmente esta visión, cuya resolución está mucho más
allá de salir de un miserable corralito financiero o de la opresión del hambre
y la miseria. Salir de “esto” no se refiere únicamente a construir una
sociedad de verdad, justa y eficiente. Claro que hay que hacerlo y dejar de
parlotear en los bares, porque la esperanza no se recupera simplemente hablando
o psicoanalizando la vida. La esperanza se recupera haciendo, creando,
construyendo. La
pregunta que me hago y les hago es ésta: ¿vamos a construir algo nuevo sólo
para pasar del corralito al corralón? Ya que debemos producir un cambio
inevitable por razones de supervivencia (o asistir a la desaparición de esta
sociedad), ¿vamos a conformarnos con tan poco? Un
abrazo solidario a todos los que lean esto. Y
también a los que no. Yei-Porá, Tortuguitas, marzo del dos mil dos Medicina energética y salud urbana
Cualquiera podría decir que no hace falta ser un genio de la medicina para advertir que la salud de los habitantes de las grandes ciudades corre peligro, pero no deja de ser importante corroborarlo.
Por ejemplo: miren el título de una nota publicada en Le Monde Especial y reproducida en Clarín (http://www.clarin.com/diario/2009/02/07/sociedad/s-01854203.htm):
El ambiente urbano versus los escenarios naturalesEl estrés que producen las ciudades altera el funcionamiento de la menteEs la conclusión de estudios hechos por investigadores estadounidenses y australianos.
La nota cuenta que los investigadores del Laboratorio de Neurociencia Cognitiva de la Universidad de Michigan Marc Berman, llegan a la conclusión de que “Tras pasar algunos minutos en una calle transitada, el cerebro es menos capaz de organizar las informaciones recibidas en la memoria”. Y en cambio se maravillan de que “la naturaleza sería un elemento sumamente benéfico para el cerebro: algunos estudios incluso han demostrado que los pacientes hospitalizados que pueden ver los árboles a través de la ventana se restablecen más rápido que los que no pueden hacerlo.” Pareciera demasiado elemental e indiscutible, tal vez. Pero justamente eso pone los pelos de punta y hasta podría llegar a exasperarnos, sino fuera porque justamente aquí se trata de encontrar un equilibrio que el vértigo de la vida urbana se empeña en obstaculizar. La necesidad de estar en contacto directo con la naturaleza es tan indiscutible que son muy pocos los que deciden tomar sus vacaciones en alguna ciudad: de hecho no parece muy “normal” tomar esa decisión después de pasarse el año entero aspirando smog, gambeteando autos, tapándose los oídos para no ensordecer y defendiéndose de la violencia que engendra el apiñamiento. Y aunque no sea una medida que se toma después de sesudos análisis, la inmensa mayoría de los habitantes de una gran ciudad se van de vacaciones al mar, a la montaña o a cualquier sitio donde sea factible encontrar un poco de paz y tranquilidad. Debe haber, entonces, algo que nos hace mucho bien en eso que llamamos “naturaleza” y a la que siempre se nombra con cierta distancia, como si nosotros no fuéramos parte de ella. En “eso” que está ahí lleno de otros animales distintos de nosotros, cielos de verdad, bosques maravillosos, olas que llegan con ritmo cardíaco a la playa o cerros que trepan hasta el cielo. Algo poderosamente nuestro está puesto allí y vamos a buscarlo porque lo hemos perdido esperando al lado de un semáforo. Pero especialmente vamos a buscarlo, cada vez con más prisa y desesperación, porque lo necesitamos con urgencia para no enfermar, para no enloquecer (del todo). Así que no tiene nada de raro que los investigadores mencionados descubran que “en las ciudades disminuye el poder de concentración mental”, atosigado como está por infinidad de estímulos incoherentes y agresivos. O sea que: “La densidad de la vida en la ciudad influye no sólo en nuestra capacidad de concentrarnos. También interfiere con la capacidad de autocontrolarnos.” Ahí la cosa se pone más seria, pero no es todo: “La vida urbana también puede conducir a la pérdida del control de las emociones. Los expertos demostraron que la violencia doméstica era menos frecuente en los departamentos con vista a la naturaleza que en aquellos que dan a paisajes de hormigón. Los embotellamientos y los ruidos imprevisibles también inciden en el aumento de los niveles de agresividad.” Bueno, ya está el cuadro completo, sólo falta decir que la probabilidad de enfermar gravemente aumenta de manera exponencial, casi siguiendo el aumento de la densidad poblacional. Y si uno no puede vivir en condiciones más saludables, o sea: en contacto con la naturaleza real y el silencio indispensable para funcionar aceptablemente, entonces ¿qué hacer? Tal vez uno necesite ayuda, ¿pero adónde buscarla? Es imposible vivir del todo sano, tal abstracción no existe y hasta es peligrosa como objetivo, pero se pueden tomar medidas, se puede disminuir el terrible impacto del estrés urbano a través de hábitos saludables, vínculos saneados, apoyo terapéutico y todo el contacto posible con nuestra profunda naturaleza. La medicina energética, por ejemplo, es un intento de lograrlo a través de su objetivo fundamental, que es la búsqueda del equilibrio y el aumento de la energía. Quienes hayan tenido alguna buena experiencia con acupuntura, una de sus más brillantes aplicaciones, lo saben muy bien: la acupuntura no sólo es capaz de tratar con éxito infinidad de enfermedades, sino que también logra que una persona tienda a sentirse mucho más centrada y con su vitalidad en proceso de crecimiento. Es la diferencia entre perder algún síntoma y sentirse mucho mejor en la vida real, tanto física como emocionalmente. Siempre es bueno desmalezar el terreno para ver claro. En este caso, desmalezar significa profundizar en la definición de estrés, un concepto funcional y biológico realmente importante. Fue propuesto e investigado por el fisiólogo Hans Selye, quien advirtió que el sistema neuroendocrino entra en gran actividad cuando una persona (o cualquier animal que lo posea, y son muchos) debe enfrentar una situación de exigencia o riesgo, ya sea potencial o actual. Selye descubrió que el organismo en cuestión pasa por varias etapas: primero responde activando una buena respuesta adaptativa a través de neurotransmisores específicos del tipo de la adrenalina y noradrenalina (médula suprarrenal), que producen acciones rápidas de condicionamiento para la acción y constituyen una excepción para las hormonas, cuya característica es realizar ajustes lentos y prolongados. Si la situación se resuelve, todo vuelve a la normalidad. Pero si el riesgo o la exigencia persisten (estrés continuo y prolongado), entonces entran en juego los glucocorticoides de la corteza suprarrenal, que producen una respuesta adaptativa eficiente aunque riesgosa ya que, entre otros efectos, disminuyen la capacidad de respuesta del sistema inmunológico. Ustedes dirán que hay una evidente paradoja en este mecanismo defensivo, y es cierto. Pero hay una explicación: ningún organismo vivo está “diseñado” para vivir en situación de estrés crónico, la vida no funciona bien en esas condiciones e inevitablemente la perpetuación de este círculo (vicioso sin metáforas) conduce a la enfermedad. Entonces apareció la necesidad de distinguir entre variadas fuentes y calidades de estrés, de manera que el término estrés se reserva para situaciones que producen tensión normal. Por ejemplo: la necesidad de trabajar para sobrevivir, o la cantidad de adaptaciones necesarias para hacer una caminata en la montaña sin perecer en el intento, etc. En cambio, se acuñó la palabra diestrés para señalar una situación crónica de tensión que implica una sobrecarga constante y exigente, lo cual se traduce en una secreción sostenida de corticoides con sus secuelas conocidas: aumento de la presión arterial y del trabajo cardíaco, vaciamiento de los huesos, disfunciones neuro-vegetativas y metabólicas, exposición aumentada a infecciones y cáncer, entre muchas otras. Bueno, precisamente esto es lo que produce el estrés urbano: diestrés crónico porque la tensión no para nunca (y la cabeza tampoco). Y por eso es tan peligroso. Está claro que hay infinidad de causas y factores de estrés en la vida real que nos toca vivir, pero en todos los casos el nivel de exposición y peligro aumenta notoriamente en los habitantes de las grandes ciudades, especialmente en las llamadas mega-urbes como es el caso de Buenos Aires y Área Metropolitana. No ocurre lo mismo en las ciudades medianas y pequeñas, más aptas para la existencia. Se supone que hay una “masa crítica” en cuanto a cantidad de habitantes y factores contaminantes de variado tipo: desde el smog a los ruidos, desde la falta de cordialidad hasta la violencia física concreta, desde la calidad del aire y el agua hasta la eliminación de excretas y basura. Traspasado ese límite, que las grandes urbes han atravesado generosamente hace tiempo, ya no hay retorno, lo cual constituye uno de los dramas de la vida actual en términos de salud individual y colectiva. Pero aquí estamos, al menos por ahora, y entonces algo hay que hacer. O mejor dicho: hay que hacer bastante para no enfermar, transcurrir mal y terminar penosamente la vida. Por ejemplo: hay que cambiarse la cabeza y el corazón, nada más y nada menos. O empezar por algún lado a producir cambios para no vivir enfermos. Y uno sumamente importante es negarse a aceptar ideas o conceptos “generalmente aceptados” como si fueran sanos y naturales. ¿O de verdad necesitamos que vengan estos investigadores de Estados Unidos y Australia a decirnos algo tan elemental como que la naturaleza es más sana que las monstruosas ciudades que habitamos? ¡Esto sí que es increíble! Brillante descubrimiento el de estos psicólogos y neurocientíficos… Seguramente vivimos tan equivocados, tan extraviados, que algo tan elemental y de absoluto sentido común nos parece extraordinario y hasta raro. ¿A quién se le ocurre decir, por ejemplo, que para la naturaleza no hay reemplazo? Es que hay una vida sin árboles y otra sin ellos, que no merece llamarse vida y es otra cosa: tal vez un nauseabundo extracto de tecnología mal digerida y cultura recalentada sin nada para decir. Entonces uno escucha, asombrado, que alguien se toma unos días de vacaciones para “escaparse” a la naturaleza. Eso es un re-encuentro, no una huída. Escaparse es esto de aquí, todos los días. Buenos Aires, febrero 9 del 2009
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